Alguien tenía que decirlo…

PROFESIONALES

 

Por Girona-Miguel
Fisioterapeuta. Instructor de Hung-Kuen

 

“¿Qué te parece?” preguntó mi interlocutor. No me dio tiempo a responder. “Ellos muy flojo. Ellos no kung”. Seguí mirando la pantalla, sabiendo lo que implicaba el que de su boca salieran esas palabras atribuidas a quien iban atribuidas. No hice leña del árbol caído: «Bueno Sifu, normal…Si ellos no hacen kung…”
Realmente, los practicantes a los que se refería esa conversación no eran especialmente diferentes de los cientos (no importa país o raza) que se pueden ver hoy día en los miles de videos que pueblan el hiperespacio. Nada especialmente anómalo. Nada que no compartan todos aquellos que creen a pies juntillas en la técnica secreta, el movimiento “correcto”, la línea de transmisión auténtica y la creencia en que tu maestro, por ser quien es y por conocer los secretos, te lo dará y ya está. Nada diferente, nada especial, nada que no se pueda encuadrar en un enfoque del Kungfu como “pasatiempo”. Ya saben: habitación de dos por dos, en pijama y vean lo megacrack que soy. Y lo que eres es un fulano que juega al tenis en la bañera y se compara con Nadal. Un sapo… y lo seguirás siendo por mucho príncipe que aparezca para besarte.
Como practicante de un Arte Marcial, hace tiempo que descubrí que, si no le dabas al asunto un cierto toque profesional, todas las expectativas se quedaban en nada. Como instructor de un Arte Marcial, procuro que mis alumnos reciban una enseñanza lo más “profesional” posible. Posible en base a sus habilidades, su inversión y sus circunstancias.
Cuando se habla de profesional en el mundo del deporte (y el deporte es la comparativa posible…aunque esto no es un deporte) automáticamente se piensa en persona que sólo se dedica a eso y que encima gana con ello un considerable dinero. Dando por cierto lo anterior (que habría que matizar, en nuestro país e incluso en el deporte rey, el futbol, existen un considerable número de “asalariados” pese a la ficha profesional y a la dedicación muy alta o exclusiva), si se da un paso más allá, lo que se ve a nivel profesional es una superior intensidad en el entreno y un considerable número de horas dedicado no tanto a la técnica en sí sino al desarrollo de las cualidades que adornan la técnica. Y junto con esto y para esto, el uso de numerosos aparatos y material complementario del entreno.
Puede ser en futbol, en tenis o en pentatlón moderno. En cualquiera de esos o de otros muchos más. Pesas, conos, balones medicinales, gomas, poleas, lastres, etc. Mucho y muy variado. En un arte marcial, en este caso en Kungfu, eso significa sacos, muñecos, armas antiguas, troncos, puchings, cubos de arena, saquitos de golpeo y los mil y un artefactos que existen en los numerosos estilos de Kungfu. Algunos generales; algunos específicos de cada estilo y de cada técnica.
Todos esos artilugios, todos esos aparatos a los que hay que dedicar un tiempo de entreno, forman parte indisoluble de lo que es “Kungfu” y de lo que es “practicar” Kungfu. Sin eso, sin sacos, sin troncos, sin aparataje de endurecimiento y de potenciación, el Kungfu queda reducido a un ejercicio al aire y a, como mucho, un juego de tácticas-técnicas si le añades aplicaciones a dos y combate. A una no-potenciación. A un no-crecimiento. A un punto de estancamiento a partir del cual, alcanzado, no hay mejora en los propios logros. No es el golpear al compañero lo que hace que tu golpe se haga más fuerte, aun suponiendo que se haga combate a pleno contacto y cada dos por tres (y a que tengas a alguien dispuesto a aguantarlo… y capaz de hacerlo). Tu golpe se hace más fuerte contra objetos inanimados y son ellos, de paso, los que te dan la lección. Los que te pulen la técnica.
Evidentemente eso comporta inversión y junto con inversión, espacio (o sea, más inversión). Y evidentemente eso implica hacer una clara división entre “el aprender Kungfu”, cosa para lo que vale cualquier parque, habitación o chiringuito y el “entrenar Kungfu”… (artículo entero en la revista).


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