Bruce Lee: reflexiones filosóficas sobre su muerte

Por Toni Giménez
www.tonigimenez.cat

 

Avergüénzate de morir si no has hecho nada grande por la humanidad
Bertrand Russell

 

La muerte de Bruce Lee, el 20 de julio de 1973, fue impactante para todos. ¿Cómo podía morir un hombre tan lleno de vida? ¿Cómo podía marchar alguien que estaba en perfectas condiciones físicas? ¿Cómo podía desaparecer alguien que era considerado “invencible? Parecía invulnerable, imposible de destruir: se iniciaba la leyenda. Una muerte en extrañas circunstancias (curiosamente igual que la que tendría su hijo Brandon, años después). En aquel momento hubo todo tipo de especulaciones: que si había sido asesinado por algún clan o mafia china, que si lo habían hecho desaparecer para formar parte de alguna sociedad secreta, que si ya hacía tiempo que recibía golpes en zonas del cuerpo que lo iban debilitando… El hecho de morir en casa de una actriz y no en su propia casa también dio mucho de sí para la imaginación de los desalmados. Hoy en día, aunque no se sabe a ciencia cierta, se barajan tres posibles causas de su muerte: un aneurisma (dilatación de una vena o arteria), una reacción epiléptica o bien una reacción alérgica al fármaco equagesic, una especie de aspirina, tomado como analgésico.
El hecho de que Bruce muriera joven añade más materia prima a la leyenda que se convierte, queramos o no, en un mito, en un icono social. En su caso, siempre lo recordaremos pletórico, en plenitud, nunca tendremos una imagen de él como un ser anciano. Desde un punto de vista filosófico, la muerte de Bruce es la muerte de un ser joven que marcha de esta vida porque ya ha hecho lo que tenía que hacer y deja su legado, que en el caso de Bruce es un legado impresionante. La muerte es tan solo un espejo en el que se refleja el significado completo de la vida y la vida de Bruce es una vida apasionada. Las filosofías que se basan en la creencia de que vivimos tantas vidas como necesitamos para lograr la madurez total hasta la propia liberación (nirvana), tienen explicación para la muerte prematura: una vida corta porque quedaba algo pendiente para depurar de la vida anterior. Si estamos vivos es porque aún no hemos terminado lo que hemos venido a hacer en esta vida. En el caso de Wolfgang Amadeus Mozart, por poner un ejemplo comparativo, pasa exactamente igual, muere a los 35 años y deja un legado de más de 600 obras musicales compuestas que aún hoy nos hacen preguntar si no era también alguien sobrehumano. Son vidas admirables porque se han vivido al máximo, han dado lo mejor de sí, demostrando que ha valido la pena vivir. No obstante, siempre nos queda el regusto de que no han llegado a la cumbre: ¿Dónde hubiese llegado Bruce? ¿Cuál sería su realidad en estos momentos? ¿Cómo le hubiese afectado esa lesión de espalda que tenía por la que debía tomar ciertas drogas para mitigar el dolor que sufría? A veces pienso que Bruce, un amante también del baile, hubiese fusionado su arte marcial con la danza, e incluso con la acrobacia, y nos hubiese ofrecido unos espectáculos magistrales centrados en el domino del propio cuerpo y sus posibilidades expresivas. Hoy en día ya hay quien lo ha hecho: expresarse con el propio cuerpo, entendido como un lenguaje con más posibilidades incluso que el lenguaje verbal, y en relación a la dimensión emocional del ser humano.
También produce una sensación extraña, como de impotencia y tristeza, que un ser humano marche así, de golpe, después de tanto trabajo, de tanta lucha, sin saborear los éxitos cosechados, dejando incluso hijos en plena infancia, sin gozar del triunfo, habiendo recogido muy poco. Parece como si estas personas hubiesen venido tan solo a sembrar. Podemos decir que son personas que no mueren, tan solo marchan, dejan tanta vida detrás de sí que parece que aun siguen vivas aunque no estén de cuerpo presente, e incluso, en algunos aspectos, están más vivas que si estuviesen todavía entre nosotros. Es cuando se hace evidente la idea de que nacimiento y muerte no son dos estados diferentes, sino dos aspectos del mismo estado.
La muerte de Bruce Lee afectó a millones de personas y aún hoy en día, cuarenta años después de su muerte, sigue estando tan presento y “vivo” (o aún más) que en aquellos días, puesto que fue una persona avanzada a su época y ha sido más comprendida y valorada hoy en día que en aquellos momentos. Sus películas no son solamente patadas, puñetazos, mamporros y bofetadas, esconden una sabiduría que tan solo el tiempo ha sido capaz de desvelar. No moría tan solo un buen actor, nos dejaba la persona que estableció la revolución de las artes marciales y que encontró en ellas su sentido de vida personal, fundamentando cada movimiento corporal en pos de darle la categoría de arte. Todo tenía su porqué y su para qué. Era un coreógrafo del movimiento; un filósofo de la acción.
Su muerte era “necesaria” para poder leer entrelíneas el tesoro que se escondía en ese inmenso caudal que rebosaba su espíritu luchador. El mundo necesitaba tiempo para poder asimilar el raudal de conocimiento que nos transmitió. No había trampa, no había falsedad, se mostró cómo era, a pesar de las dificultades… (artículo entero en la revista).


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