Ch’an y artes marciales

Por Oriol Petit
Instructor estilo Sui-Lin-Dao
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Eran las 7 de la mañana del primer día del nuevo año 2018 y me levanté para abrir la ventana que da a un extenso campo que se aleja hasta un bosque de pinos. La noche me llevó a pensar que sentía la necesidad de escribir sobre el TAOÍSMO y el Ch’an en las artes marciales.
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También deseaba relatar sobre cómo estas formas de pensamiento se funden con la admiración por la naturaleza y las artes marciales en muchos sitios de China continental y de Taiwán.
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La mañana era fría y una tenue y fina niebla llenaba la atmósfera de magia, belleza, mística y misterio. No había dormido mucho porque algunos poemas de la poesía china clásica de la dinastía Tang (617-907) y de la dinastía Song (960-1127) me rondaban por la cabeza.
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Los dos períodos se caracterizaron por una gran difusión de la cultura y también del Taoísmo chino y sus preceptos en forma de verso. A través de las palabras y de una estructura de ritmo muy especial, ese tipo de poesía era capaz de transmitir toda la belleza y espiritualidad del paisaje que aquellos monjes y anacoretas decidieron explorar para conseguir la fórmula para acceder a los caminos de la libertad interior.
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El panorama que contemplaba a través del vidrio, hizo que me decidiera a salir a realizar algunos ejercicios y movimientos aprendidos en un templo Ch’an de Taichung, en Taiwán; hacía ya algunos años. Había ido de visita a todos los templos de la zona y tuve la suerte de encontrarme a un maestro que impartía clases en ese momento. Hablé con él en mi torpe mandarín, y accedió a incorporarme a la clase junto a sus alumnos.
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Habían llegado hasta allí en bicicleta siguiendo todos al SIFU aunque, a diferencia de muchos maestros endiosados que se ven por occidente, ese maestro era humilde y sencillo. Siempre he pensado que el maestro de artes marciales debe ser humilde, culto y formado y que debe también cuidar a los alumnos con respeto y firmeza, pero sin soberbia.
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El Ch’an es una filosofía que engloba el Budismo chino con el Taoísmo. Sus orígenes se pierden en la historia y se dice que el Budismo llegó a China a través de Bodhidarma, el cual provenía de la India. Llegó al continente durante el reinado del emperador Liang Wu (502-549 d.C.).
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Bodhidharma venía de la tradición budista Mahayana o gran vehículo, que proclama, a diferencia del Hinayana, que el monje debe posponer su liberación espiritual dentro de los monasterios, para salir a correr mundo y así mostrar al pueblo el camino de las cuatro nobles verdades y la rotura de las cadenas del sufrimiento y la esclavitud que comporta todo existir y todo apego.
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El Budismo de la India entonces se fusionó con el Taoísmo autóctono de la China, creando el Ch’an, que más tarde sería rebautizado como Zen al llegar al Japón. El Taoísmo chino se divide en dos vertientes: el filosófico (tao chia) con sus dos difusores más importantes, que fueron Lao Tse y Chuang-Tse, y el Taoísmo religioso (tao-chiao).
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El Taoísmo centra su atención en el Tao o vía, camino, y en el wu wei o no acción. En cuanto al Ch’an, se desarrolló en China desde los siglos VI-VII d.C. Posteriormente el Ch’an empezó su decadencia lentamente, al terminar la dinastía Song (960-1127) y durante la dinastía Ming (1368- 1644), mientras que se propagó con mucha fuerza en Japón, gracias a la visita de monjes chinos invitados por monjes autóctonos como Dogen Zenji que fueron fundadores de la línea de la escuela Soto.
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El Taoísmo y el Ch’an hablan de una manera explícita de la necesidad de que el hombre se acerque a contemplar la naturaleza, la quietud y el silencio. En ella encontrará la respuesta a todo aquello que le desestabiliza, aportándole la calma y la seguridad interior. Esa forma de percibir la vida está del todo en consonancia con las artes marciales chinas. De aquí, y tomando como ejemplo todo aquello que experimenté en Taichung y en la mayoría de parques tanto de Taiwán, como de China, empecé ya hace muchos años a practicar y a enseñar, no dentro de los gimnasios, centros cívicos y polideportivos, sino en el exterior, ya sea en la playa en contacto con el mar, o en el campo o en los parques de las ciudades o pueblos.
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Enseñar o practicar así no es una modalidad muy extendida en Occidente, pero, para la mayoría de practicantes, allí es lo más normal. La gente se concentra a primera hora de la mañana para practicar y todos se respetan. Para ellos, hacer ejercicios en los espacios abiertos es lo fundamental. La meditación y el ejercicio en la naturaleza permite erigir la parte interna, que después se aplica a las formas externas.
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Muchos de los pasajes de la poesía de las dinastías citadas anteriormente, sugieren el wu wei (la no acción), el vacío. En las imágenes que describen los versos, inspiradas en la naturaleza, se visualiza la circularidad de la acción del viento, de la suavidad del agua en forma de lluvia o su fuerza en las tormentas. Así, también se comporta la brisa del atardecer levantando las hojas de otoño o provocando el movimiento cimbreante de los árboles o la furia de los tifones. Todo ello se aplica en la praxis de las artes marciales, suavidad-dureza, circularidad- linealidad, vacío-lleno, no acción-acción…
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Salí, pues, al exterior y contemplé cómo salía el sol, entre la niebla matinal. Aquel paisaje me fascinó, como así también el ocaso de la luz, el atardecer anterior en vísperas del año nuevo y que me llevó a la reflexión. Así, en silencio, mientras todos dormían en la masía donde me hospedaba unos días, empecé mis ejercicios, dejando la mente en blanco. Aquel trabajo interno serviría después para mejorar mis técnicas de lucha y de defensa y también para afrontar con calma y sensatez el nuevo año. Como dijo un sabio, las artes marciales son como un carro de dos ruedas que debe poseer la parte técnica pero también la vertiente espiritual, aunque en la actualidad esto ni esté de moda ni llama a adeptos ni a seguidores, ni a alumnos y magnetiza cada vez a menos gente. Aun y así, para algunos de nosotros, todo aquel que practica o aprende o enseña artes marciales, debe tener una formación interior y seguir un camino de humildad, nobleza y respeto hacia sí y hacia el prójimo…


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