El Kyudo

Un camino de autoconocimiento y desarrollo personal

 

Por Javier Parrilla Romero
Responsable del kyudojo de Barcelona

 

Kyudo es la palabra que designa el tiro con arco que se practica mayoritariamente en Japón. Kyudo se compone de dos kanjis, uno representa el arco, el otro un camino. Con ayuda de estos dos ideogramas, es fácil ver la simbología que sirve de base a la práctica del tiro con arco japonés.
Arco y camino se entrelazan para ofrecer la oportunidad de una experiencia ligada al mejor conocimiento de uno mismo. Al establecer una relación directa entre el arco, la flecha y la diana, descubrimos limitaciones en el plano físico y mental que obstaculizan resolver adecuadamente esta ecuación.
Pero la perseverancia en el camino irá mostrando que los impedimentos para el acierto no están fuera sino dentro y, por lo tanto, sólo mediante la renovación y la transformación interior es posible entender que la separación entre sujeto y objeto, el yo y lo otro, es una problema aparente cuyas raíces se alimentan del desconocimiento y la imperfección.
El otro punto a tener en cuenta es que, dado que el cuerpo es el instrumento básico en el ejercicio del Kyudo, éste persigue, lo mismo que otras disciplinas como el Kendo, el Aikido o el Judo, la liberación y el dominio de energías que se hallan latentes, sin desarrollo suficiente, en el ser humano.
Desde esta doble perspectiva, el Kyudo es un paso adelante significativo con respecto al Kyujutsu, el arte marcial del tiro con arco que, en tanto que vía del guerrero o Bushido, estaba dirigido a un adversario que se pretendía vencer. Matar, o morir en el intento, es todavía un acto primario que no se compadece con la evolución espiritual del ser humano. El cambio de orientación del tiro con arco, desde su consideración como instrumento de guerra a disciplina encaminada al autoconocimiento, fue abriéndose paso gradualmente, primero cuando el arco fue perdiendo eficacia con fines militares tras la introducción en el país de las armas de fuego, pero luego esta dirección cobró aún más ímpetu cuando la casta samurái, cuyos miembros portaban espada y arco como parte de su atuendo, fue prohibida con el advenimiento de la Restauración Meiji (1868).
Aun así, el tiro con arco siguió practicándose en Japón por fidelidad a la tradición cultural hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que la fuerzas de ocupación americanas lo prohibieron temporalmente. Tras la negociación y la reflexión conjunta, surgió en 1953 la ANKF (All Nippon Kyudo Federation) con el objetivo de aunar las diversas escuelas de tiro con arco que existían en Japón, las escuela Ogasawara y Heiki fundamentalmente, y establecer una práctica de tiro con arco que, conectando con el espíritu de la tradición, significara ahora el desarrollo de virtudes morales entre sus practicantes. Y así el Kyudo, la vía del arco, se sustenta actualmente en una educación cuyo objetivo es marcadamente espiritual, pues su finalidad no es otra que la adquisición de los valores inmateriales representados por la verdad, la belleza y el bien.
El Kyudo como vía de autoconocimiento se abre al practicante a través de la relación unitaria que se da entre el arco, el cuerpo y el espíritu. Sólo cuando se borra la separación entre ellos, se ha hecho la travesía y se llega a la otra orilla, en donde resplandece la verdad. Para alcanzar los frutos y la plenitud de la experiencia de unidad, es necesario lanzarse a la aventura del camino con determinación, constancia y perseverancia. Es erróneo pensar que sólo una relación superficial con el arco es suficiente para desvelar sus misterios. Este error de partida conduce normalmente a la decepción, pero nada realmente valioso se encuentra en la superficie. La dedicación y el esfuerzo en la práctica de Kyudo se sentencia en la frase “una flecha, una vida”, o, dicho en otras palabras: no hay punto de partida ni de llegada, sólo el compromiso firme con la práctica permite alcanzar un día la flecha perfecta, aquella que es expresión de totalidad, de unidad con la vida cósmica, cuando la individualidad se diluye en el océano del Absoluto… (artículo entero en la revista).


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