Entrevista al maestro Santos Nalda

Por Rafael Hidalgo Navarro
ZARAGOZA

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Nada más fácil y agradable que pergeñar unas líneas sobre el Maestro José Santos Nalda Albiac. Son más de cuarenta años de colaboraciones desinteresadas explicando sus amplios conocimientos sobre las artes marciales, sus matices, sus diferentes ángulos de conocimiento sobre la materia; todo ello hace que cuando se anuncia un stage, una reunión, como el anual Kangeiko que celebra desde hace 15 años, sean muchísimos los que se acuden a su llamada, pues resulta siempre muy provechoso poder escuchar al Maestro Nalda y aprender de su maestría.
Editorial Alas se siente muy honrada por haberle publicado muchísimos libros que enriquecen las bibliotecas de aficionados y practicantes de artes marciales,
desde aquí destacamos la sencillez y amabilidad que siempre y en todo momento hace gala el maestro Nalda,  por lo que su trato deferente y atento sea un estímulo para todos aquellos que le siguen desde hace muchos años.
Maestro Nalda, le deseamos todo lo mejor y que por muchos años pueda seguir desarrollando su labor docente que con sus conocimientos y ejemplo todos reconocemos y por los que le damos las gracias.

José Sala
Editorial Alas

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Me recibe cordial, como siempre. Con una sonrisa en los labios y una bienvenida. A pesar de la cantidad de libros que posee, la casa está perfectamente ordenada, sin agobios ni ostentaciones. Desde diversos marcos nos observan fotos de familia.
Tan pronto nos acomodamos en el sofá comenzamos nuestra charla.
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Nació en Nonaspe, provincia de Zaragoza. ¿Qué recuerdos guarda de su infancia?
Los propios de un niño de pueblo hace setenta años. Ves cómo se crían los animales. Esos recuerdos de jugar todo el día por la calle con mis compañeros.
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¿Cómo era su familia?
Tengo un hermano. Mi padre era agricultor y no quiso que yo lo fuera; entonces hizo lo posible porque estudiase. Con el fin de salir de Nonaspe estudié contabilidad, francés, delineación, topografía, etcétera. Ya con diecisiete años, pese a la resistencia inicial de mis padres, pude ir a Barcelona. A la semana encontré trabajo en la Editorial Labor. A mí siempre me han gustado mucho los libros. Me encomendaron hacer una ficha de cada libro, y yo disfrutaba un montón.
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Pero, si no me equivoco, para ir a Barcelona había algún otro motivo.
Por supuesto que sí. Estando en Nonaspe, con quince años, me suscribí a un curso de Judo por correspondencia. Invité a mis amigos para que fuésemos a practicar a un pajar. Poníamos paja en el suelo y unas telas encima, y sobre eso hacíamos Judo según los libros que me habían enviado, pero claro, aquello se movía mucho. Yo tenía una pasión muy grande por el Judo. De manera que uno de los motivos de marcharme fue encontrar un club en Barcelona donde poder practicarlo. Me apunté al Judo Club de Barcelona, que era el único que había. Valía ciento veinticinco pesetas al mes; yo no ganaba suficiente, así que puse un anuncio en La Vanguardia solicitando trabajo de delineante. Lo hacía en la pensión en la que estaba. Con eso me pagaba el gimnasio.
Acudía al club tres días a la semana y disfrutaba un montón. Estaba deseando salir de la editorial a la seis de la tarde para ir, y allí estaba hasta que cerraban a las diez de la noche; agotado, pero contento.
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¿Cuánto tiempo estuvo en Barcelona?
Dos años. Ya no tenía aliciente en el trabajo y los domingos y fiestas no podía hacer nada porque tenía poco dinero. Volví a Nonaspe y mi padre me dijo: aquí no te quiero, así que tú verás. Estaban construyendo la presa de Mequinenza y marché a trabajar allí hasta que fui a la mili, que hice en Zaragoza. Y aquí me quedé.
Hice un examen de Obras Públicas y allí estuve trabajando un par de años. Pero teníamos poco trabajo y a mí siempre me ha gustado el trabajo, y yo allí me aburría. Tenía un amigo que conocí en la mili. Él trabajaba en Giesa y me avisó para una vacante que había quedado; me hicieron una prueba y me contrataron, y allí estuve hasta que me jubilé.
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¿Y nunca le ha tentado dejar ese trabajo y dedicarse íntegramente a las artes marciales?
No. El dibujo ha sido también una de mis grandes pasiones. Me ha gustado tanto como las artes marciales, tanto el industrial como el cómico. ¡Y me sigue gustando! Los últimos años que he estado en Schindler he disfrutado un montón porque llegó el dibujo por ordenador en tres dimensiones y aquello era como jugar las ocho horas. A mí se me hacía la mañana cortísima dibujando piezas.
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De hecho, en sus libros se nota esa inclinación al dibujo.
Me gusta muchísimo. Y sigo dibujando, cuando puedo, ilustrando los libros.
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Volviendo al Judo. ¿Qué sucede cuando vuelve a Zaragoza?
A mi regreso a Zaragoza yo ya estaba casado. Mi mujer sabía de mi afición y me decía: “¿Por qué no vas a Judo?” En aquellos tiempos yo tenía que pagar el piso que habíamos comprado y, naturalmente, no nos sobraba el dinero. Así que le decía: “Pero es que, pagar una cuota…”. Y ella me insistía: “Tú vete, que te gusta”. Gracias a ella acudí al Judokwai. Allí estuve con Luis Zapatero durante quince años, hasta 1980.
En 1976 empezamos a hacer Aikido. Primero estuve probando con un libro, con un compañero judoka. Hacíamos lo que podíamos pero no entendíamos mucho. Aprovechando un viaje que él hizo a París le pedí que buscase algún libro de Aikido moderno, y compró uno que se titulaba Kendo y Aikido. La cosa mejoró porque venía con fotos seriadas y se veía perfectamente el desarrollo del movimiento. Con aquello estuvimos practicando una temporada hasta que me atreví a pedir a Zapatero que me dejase dar clase de Aikido los sábados por la tarde o los domingos por la mañana. Se apuntaron 25 ó 30 personas. Yo sabía muy poco. Hoy me avergüenzo del atrevimiento que tuve. Eso fue el año setenta y siete.
En la Federación de Judo se enteraron y me dijeron: “No puedes hacer Aikido si no te federas”. Yo les dije: “¿Por qué no, si no pretendo nada…”. Pero insistieron que al ser una disciplina de la Federación. Entonces me tuve que federar por Madrid pues en Aragón no se podía al no haber profesor. “Pero tú no puedes enseñar”, me decían. “Si aquí no hay nadie, ¿quién tiene que enseñar”. “Tienes que buscarte a alguien que te guíe”. Yo les dije que por mí encantado de la vida, y de ese modo contacté con Tomás Sánchez. Organizamos cursillos para traer a Tomás Sánchez y desde entonces el contacto fue constante. Cada tres meses venía a Zaragoza o íbamos nosotros a Madrid. Más tarde, a través de él, conocimos al maestro Tamura, y acudíamos cada año a Santander a aprender de Tamura. Lo trajimos dos veces aquí, a Zaragoza y Ejea de los Caballeros. Con él me examiné de los danes.
Al cabo de los años se produjeron conflictos a cuenta de Federación. Finalmente se llegó a un acuerdo en el que algunos nos incorporamos a la Federación y otros prefirieron no hacerlo.
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¿Cómo es Tomás Sánchez?
Yo lo conocí en 1977 y tuve relación con él hasta el 87. Era un buen técnico de Aikido. Hacía muy buen Aikido, e hizo una labor muy importante en toda España porque recorrió todo el país dando cursillos de ciudad en ciudad. Hizo una labor valiosísima que no sé si se le ha reconocido.
Fue un gran entusiasta, un gran profesor y se sacrificó mucho por el Aikido.
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¿Y Tamura?
Tamura vivía en Francia. Entonces la gente no tenía el poder adquisitivo para ir a Francia una semana, de manera que lo veíamos en los cursillos que se hacían aquí. Anualmente uno en Madrid y otro en Santander. Tenía el calendario a tope de cursos por toda Europa. Era la época en que sólo estaba él de técnico japonés. Era el representante del Aikikai.
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Pero como aikidoka, ¿cómo era?
Típicamente japonés. Él hace el movimiento y tú tienes que imitarlo. Seguía la metodología japonesa sin demasiadas explicaciones. Como aikidoka era bueno. Sabía utilizar muy bien su energía…


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