Judo. El nieto del licorero

Por Montse Coque

 

Se acababa una época y otra más aperturista veía la luz cuando Japón comenzaba a salir de un periodo feudal, se levantaban prohibiciones y leyes contra el desarrollo y conocimiento de occidente, el mundo inauguraba un espacio en el tiempo para el cambio.

 

El 28 de Octubre de 1860 vio la luz el nieto de uno de los fabricantes de sake del pueblo de Nada (cercano a Osaka), nacía en el seno de una familia ni muy pobre ni muy rica, pero sí lo suficiente como para ir a la exclusiva y elitista Universidad Imperial de Tokio, y como su padre no era primogénito, no tenía derecho a heredar el negocio familiar y desempeñaba un puesto de oficial de alto rango reclutando gente para los barcos mercantes y su construcción, de allí salieron los primeros de acero.

 

El nieto del licorero era el tercer hijo de cinco, con dos hermanas y dos hermanos. De físico enclenque, flaco y menudo, incluso para los japoneses era algo ‘canijo’, era habitual que fuese el objeto de burlas, mofas y peleas; era golpeado tan a menudo que tomó la determinación que tenía que hacer algo para fortalecerse y defenderse. Un día supo de la existencia del Jujitsu, una disciplina donde un hombre de fuerte complexión puede ser derrotado por uno de menor; esto le atrajo aunque la disciplina no estaba en su mejor momento, con el respeto medio perdido y desconsideración social por su asociación a la clase militar y los shogun.

 

Este método de entrenamiento empleado para combatir y guerrear estaba en declive, pero al nieto del licorero le atraía más la eficacia que el desprestigio, a sus 17 años y en la universidad, primero llamó a la puerta del Dr. Yagi, un conocido osteópata que prometió introducirle a un maestro de su mismo barrio. Quiso enrolarse en el dojo del maestro Katagiri, que con muchas reservas le dio una serie de ejercicios y movimientos básicos para su práctica, aunque apreció que era demasiado joven para recibir un entrenamiento regular, pero el nieto del licorero no cejó en su empeño y la obstinación pudo más que la reticencia del maestro e ingresaba un poco más tarde en el dojo del Maestro Fukuda por recomendación del Dr. Yagi, en un dojo que primaba el ejercicio de estilo libre de técnicas, marcando más énfasis en el randori que en el trabajo formal de las katas, pero siempre después de adquirir el suficiente nivel de habilidad; esta idea la conservó y luego sirvió de base para “otras cosas”, un año más tarde el Maestro Fukuda fallece a los 52 años… (artículo entero en la revista)


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