Tomoe

Texto extraído del libro “Héroes sin tiempo. Relatos de héroes, heroínas y sabios legendarios
Por Marc Boillat de Corgemont Sartorio

 

“La época de las guerras Gempei, que duraron unos 5 años, de 1180 a 1185, fue muy áspera…”

 

“Los dos clanes en lucha por el poder, los Minamoto y los Taira, también conocidos como Heike, entablaron luchas feroces desplegando a los mejores guerreros del archipiélago…”

 

Ningún sitio era seguro en el Japón en aquel entonces –dijo el Druida mirando fijamente al fuego al tiempo que lo atizaba. Permaneció silencioso, y así continuó:
En 1156 las batallas y ejecuciones feroces llevarían al estallido de las guerras Gempei, y la energía de lucha que se respiraba en el aire, ciertamente influía hasta en las concepciones. En una noche de enero, mientras la tormenta de nieve cubría impíamente todos los esfuerzos humanos, en una bonita casa a las afueras de la ciudad venía a la luz una hermosa niña, tan guapa a pesar del parto, que todos estuvieron enseguida de acuerdo en que “será alguien especial”.
– ¿Qué pasaba? ¿Por qué había tantos peligros? –preguntó Duncan fascinado por la historia, ya apenas comenzada.
Era casi de noche y el cielo amenazaba otra nevada. El Druida recordó a los dos hermanos que se estaba haciendo tarde y que sus padres pronto empezarían a preocuparse.
– Vamos, Druida, dinos algo más, sólo una anécdota, ¡vamos! –insistió Masha.
– ¡Masha! –el Druida destinó a la chica una mirada severa– ¿Sabes cuál es una de las más altas cualidades de un guerrero?
– ¡El coraje!
– No querida señorita. La disciplina. Iros a casa ahora. Mañana hablaremos de Tomoe.
Los dos hermanos recogieron sus termos y los repusieron en las mochilas. Ordenaron lo que habían tocado, y se dispusieron a salir. El Druida ya había desaparecido nuevamente y el fuego se había apagado automáticamente. Caminaron deprisa. A causa de la nieve el sendero se había vuelto todavía más estrecho y tenían que moverse en fila india.
En poco tiempo los hermanos estaban sacudiéndose las botas nevadas en el felpudo externo de su casa. Se descalzaron en el descansillo. La casa estaba a oscuras. Entraron y notaron el calor y la suavidad de la moqueta debajo de sus pies. Sus padres todavía no habían regresado de Inverness.
– Hubiéramos podido quedarnos algo más con el Druida –dijo Masha desde su sillón.
– No, es mejor así. ¿Te imaginas si papá y mamá vuelven y no nos encuentran?
– Vamos Duncan, ya no somos niños. El año que viene seré mayor de edad y en Edimburgo los fines de semana salimos tranquilamente por la noche.
– Sí lo sé. Pero aquí no conocemos a nadie y se podrían preocupar… en fin, a mi no me molesta haber vuelto a casa. Además empiezo a tener hambre.
– Sabes, me pregunto por qué, cuando el Druida se va, todo se torna más frío, más sombrío, más triste –dijo Masha cambiando de discurso.
– Lo he notado yo también, pero creo que la cuestión sea otra: no es que el entorno se vuelva más frío o más triste, es que el Druida tiene una luz especial, una energía que lo calienta, alimenta e ilumina todo. El entorno, cuando él desaparece, vuelve a estar como antes, pero, como nosotros estamos acostumbrados a su presencia…
Duncan y Masha se giraron mirando hacia la puerta de entrada desde sus sillones en la sala de estar. El gran arco de madera permitía ver la entrada desde donde ellos estaban. La televisión emitía monótonamente su programa sin que nadie se interesara por él. Habían oído un coche aparcar y poco después las llaves que entraban en la cerradura.
– ¿Visto que no han tardado? –dijo Duncan con retintín.
– Hola má, hola pá.
– Hola chicos. ¿Qué tal el día?
Sus padres se agacharon para darles un beso. Sus rostros estaban congelados y los hermanos hicieron una mueca de desaprobación. Hacía tanto frío que fue suficiente el tiempo de ir del coche a la puerta de casa para que el aire gélido de la noche se les pegara encima.
– ¡No! ¡Vade retro! –bromeó Masha– sabes que odio que me hagan eso de repente.
Sus padres se rieron divertidos mientras se dirigían a la cocina para dejar las bolsas de la compra.
– Esta noche se cena filete de angus con patatas y arroz. Luego miraremos esta peli que hemos alquilado.
– ¿Qué peli es? –preguntó Masha mientras se acomodaba cruzada de piernas en el confortable sillón y abría la bolsa de patatas que su padre acababa de tirarle desde la cocina.
– “El Acorazado Potemkin”…
– ¿Quéeee? –dijo sonoramente Duncan– ¡Ese rollo patatero no!
– Es broma –le respondió su padre divertido por la reacción de los dos jóvenes–, sabéis que a mí tampoco me gusta esa clase de películas. Hemos alquilado una adaptación de “Los cuentos del Heike”, una épica japonesa que habla de una chica samurai o algo por el estilo, cierta… Tomoe, creo que se llama.
– Masha y Duncan se miraron boquiabiertos.
– ¿Qué pasa chicos? –inquirió la madre
– Nada, nada. ¿Cuándo cenamos?
Inesperadamente, al día siguiente hacía un sol espléndido. Los dos hermanos desayunaron a la velocidad del rayo y salieron hacia el cottage.
– Vamos a ver los alrededores. No volveremos para comer. Nos llevamos unos bocatas.
– ¿Lleváis el móvil?
– Sí, no os preocupéis –contestó Duncan cuando ya estaban embocando el sendero que llevaba a la colina.

Sabían que sus hijos eran jóvenes sensatos y equilibrados y que no tenían nada que temer por su parte. Pero, nunca se sabe, el peligro a veces viene por los demás.

Masha y Duncan llegaron pronto a la puerta del cottage, que estaba misteriosamente abierta. El sol daba en la fachada de ruda piedra y, con el azul del cielo, todo parecía diferente del plúmbeo día anterior, antes de la nevada. La nieve era como polvo impalpable y de vez en cuando suaves ráfagas de viento levantaban remolinos harinosos, mientras las copas de los abetos se liberaban de los restos de nieve de la noche. Oyeron una fuerte y amistosa voz surgir desde el bosque. Era el Druida que regresaba.
– ¡Chicos dormilones! Ya hace tiempo que estoy aquí esperándoos –bromeó el mago– he ido a dar un paseo por el bosque, donde la nieve no es tan honda y se puede andar sin demasiado esfuerzo. ¡Qué maravilla observar las madrigueras de nuestros amigos los animales! Os propongo que nos quedemos aquí al sol, resguardados en aquel rincón entre la casa y el viejo establo.
– Es una buena idea. El sol está calentito, y con un día así, sería un delito encerrarse –corroboró Masha.
– ¿Dónde habíamos quedado ayer? –preguntó impaciente Duncan.
– ¿Directo al grano, eh? –dijo el Druida– así me gusta, ¡sin floripondios!

– En el Japón feudal del siglo X, la vida era ciertamente muy frágil. La época de las guerras Gempei, que duraron unos 5 años, de 1180 a 1185, fue muy áspera, aunque los enfrentamientos que llevaron a la guerra se arrastraban, entre muchas batallas y rebeliones, desde hacía varias décadas. Los dos clanes en lucha por el poder, los Minamoto y los Taira, también conocidos como Heike, entablaron luchas feroces desplegando a los mejores guerreros del archipiélago, pero sería un error interpretar la palabra “guerrero” únicamente en su género masculino, puesto que guerreaban también mujeres valientes y temibles, tanto o más que sus compañeros varones.
– ¿Por qué se pelearon los dos clanes?
– Verás Duncan, el poder es algo que el hombre inferior anhela sobre cualquier otra cosa, incluso sobre el dinero. Los dos clanes querían hacerse con el control de la corte imperial, y por ende, de todo el Japón.
– ¿Y quién ganó?
– Inicialmente eran los Taira los más aventajados, pero hacia la mitad del conflicto las cosas cambiaron, y al final los Minamoto ganaron en una famosa batalla naval en la que el joven emperador, que se hallaba al lado de los Taira cayó al mar y se ahogó, perdiéndose asimismo la divina “Espada Haz de Nubes”, que la leyenda dice fue entregada por la Diosa del Sol al primer emperador del Japón en tiempos pretéritos. Afortuna-damente el joven soberano sólo llevaba una réplica. Así pues, el jefe del clan –Minamoto Yoritomo– se convirtió en el shogun en 1192. Las de entonces fueron batallas feroces en las que estaban también implicados los temibles monjes-guerreros Sohei en el bando Taira… (artículo entero en la revista).


leer_mas_pdf ◄ Volver Atrás