Una historia de espadas: El coleccionismo de espadas militares japonesas

“El secreto de las artes marciales esta en hacer tangible lo invisible y oculto lo evidente”

Crónicas de la “desinformación” marcial

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Por Sergio Hernández Beltrán

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La Sra. Maureen Mollineaux tiene una antigua espada japonesa, herencia de su padre, quien le dijo que la obtuvo el 2 de septiembre de 1945, cuando los japoneses se rindieron a bordo del USS Missouri.

Todas las familias tienen una historia secreta. A veces incluso hay objetos que tienen relación con ella. En la familia McJury, el objeto fue siempre esa espada.

Ralph Worthington McJury –la mayoría de la gente le llamaba “Mack”– fue Capitán de Inteligencia del Ejército durante la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Corea. Él siempre les dijo a sus hijos que se encontraba a bordo del acorazado Missouri el 2 de septiembre de 1945, cuando los japoneses se rindieron.

Todos los oficiales japoneses se acercaron y rindieron sus espadas, y a los oficiales estadounidenses se les permitió que eligieran una como recuerdo. Mack no sabía cuál elegir, pero un amigo suyo que sabía algo de espadas le dijo: “Esa es única.”

Esa es la historia, entre otras muchas, que Mack McJury contó, como cualquier otro veterano de guerra, a sus hijos. Ellos saben que él perteneció a la inteligencia del Ejército, y que estuvo presente cuando se planeó la invasión de Okinawa –conservan documentos que corroboran todo eso–. Pero su presencia en el acorazado Missouri, y la procedencia de la espada, han sido imposibles de verificar.

Después de la guerra, Mack inició un negocio: Graphic Press Instantánea en West Palm Beach. Durante toda su vida –murió en 1985– la espada fue una de sus más preciadas posesiones y de la familia McJury.

Los señores McJury estuvieron un poco preocupados por ella, así que fueron muy cuidadosos. Las posibilidades de que tres niños traviesos y un acero afilado tuvieran un mal encuentro les obligó a mantener muy bien escondida la espada.

Después de que Mack murió, su esposa se fue a vivir con su hija Maureen y con ella se llevó la espada. La Sra. Maureen tenía por entonces sus propios hijos pequeños así que tuvo que mantener la espada oculta del mismo modo como lo hicieron sus padres.

Entonces, como ahora, la espada exteriormente no es nada ostentosa: la vaina (saya) es ordinaria, y bajo la envoltura del mango anudada (tsuka maki) puede verse una superficie granulada de color blanco (same – piel de raya). No es una espada ceremonial, es una espada para su crudo objetivo de creación. Es la espada de un soldado. Al desenvainar la espada, da miedo, el acero es pesado y brillante, el filo espantosamente agudo.

Recientemente, Maureen Mollineaux y su hermano Mike McJury acudieron a un experto para conocer más sobre la espada. Después de desmontar la empuñadura (tsuka), examinó la espiga de acero, donde el forjador firmó su obra (mei). Él les dijo que el forjador se llamaba Kunimichi, y que hizo la espada en 1661 en la provincia de Yamashiro. La familia para la que se forjó la espada se llamaba Fugiwara.

Con esa información, la Sra. Maureen y su hermano finalmente decidieron que tenían que saber el valor real de la espada. No sólo eso, decidieron que lo que habría que hacer sería devolver la espada a sus legítimos propietarios.

Pero para eso hay que hacer una aclaración: después del conflicto mundial, los Estados Unidos se inundaron con las espadas japonesas, ‘souvenirs de guerra’.

En Japón, las armas que no son antiguas y que deben estar en un museo no pueden poseerse de forma privada, es decir están prohibidas. En cuanto a las espadas en general, es obligado tener licencia para ser poseídas por un particular.

Hoy en día la mayoría de las espadas de calidad, con una antigüedad desde el siglo XVII en adelante, pueden tener un precio que oscila alrededor de los 6.000 dólares.

Aún así, la Sra. Mollineaux y su hermano pensaron que sería bueno devolver la espada a sus legítimos propietarios: “Podría ser un hermoso giro kármico”, dijo Mike McJury, bombero del Condado de Palm Beach.

Maureen Mollineaux viajó a Miami donde un experto estudió la espada. Éste le dijo: “Muy pocas espadas japonesas posteriores al siglo XIII valen mucho –y añadió– es una buena espada, pero su valor aproximado es sólo de unos 800 dólares.

Le preguntó su opinión: “¿Y qué pasa con la repatriación de la espada a los propietarios originales?” A lo que respondió: “Eso sería un gran deshonor. La familia perdería la cara.”

“¿Y sobre la conexión con la historia sobre el acorazado Missouri?” El tasador lo desestimó como un simple rumor: “Sin pruebas, las historias simplemente no importan.”

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Ésta es una pequeña historia de las muchísimas que se han vivido en los Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que sirve de ejemplo introductorio de mi artículo.

Una vez más pongo al lector en el conocimiento de una pasión, una excentricidad para algunos, y seguro que para algún sector, una locura, que puede ayudar a conectar retazos de historia, conocimiento de un pasado no tan lejano y despejar dudas sobre conceptos del todo irreales.

Es de nuevo, desde mi pasión por un estilo de espada japonés relativamente moderno y desde el conocimiento de la historia, que acerco al lector a una “historia de espadas”, como me gusta bautizar a estos artículos. Espero que sea del agrado de los que lo lean y con ello descubran un mundo que se ubica entre el coleccionismo militar, las disciplinas marciales relacionadas con la espada y la historia del último gran conflicto mundial.

La espada Samurai (como muchos las llamábamos antes) es un buen instrumento de guerra que ha cautivado la imaginación de los guerreros y el público en general durante varias generaciones. La elegancia pura de la katana es cautivadora. La fabricación de la espada es un arte que se mantiene vivo y de gran demanda en Japón. Esto las ha convertido en uno de los objetos más buscados de los coleccionistas de militaría. Sin embargo, muy pocas de ellas eran espadas antiguas, procedentes de la época donde todavía había Samurai en Japón.

Como ya en otras ocasiones he mencionado, pertenezco a una generación que creció viendo películas en la pequeña pantalla como “Objetivo Birmania”, “Arenas Sangrientas”, “El Puente sobre el rio Kwai”, “Invasión en Birmania”, “Comando en el Mar de China”, “Tora, tora, tora!!!”, “Todos eran Valientes” o la “La Batalla de Midway”.

Personalmente, en mi pubertad, esperaba con anhelo e impaciencia el día de la semana en el que unas imágenes en blanco y negro del documental “El Mundo en Guerra” (The World at War) (1) a mediados de los años 70, me transportaban al último gran conflicto bélico.

Allí pude ver a unos pequeños soldados, siempre corriendo, que en sus manos portaban fusiles con largas bayonetas, rayadas banderas y… curvas espadas.


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