Por Luis Priego C.
Sinólogo independiente
Taipei, Taiwán
www.sinologia.org
La danza es una de las formas de expresión corporal más universales, pudiéndola encontrar en prácticamente todas las culturas conocidas. Desde muy antiguo la danza ha compartido viaje con el ser humano en muy diferentes contextos, como el ritual o religioso, el folclórico o su vertiente lúdica. Pero también ha tenido relaciones con la esfera de lo bélico y la lucha. Las referencias que tenemos de las concomitancias entre la danza y la guerra son ricas, tanto en tiempo como en espacio. Sirva de ejemplo la defensa que de la danza hacía el escritor sirio Luciano de Samosata, ante los ataques realizados por su amigo Cratón: “Y la primera señal para entrar en combate los espartanos la da la flauta; por eso vencían a todos, porque les guiaba la música y el ritmo. Todavía ahora se puede ver cómo sus efebos aprenden a danzar como a luchar con armas”. Quizás más presentes en el lector estén las danzas de guerra de ciertos pueblos nativos americanos, la danza maorí o la más actual Capoeira, síntesis afro-brasileña entre baile y lucha.
En las próximas líneas se realizará un breve recorrido en un contexto más concreto, el del mundo de los sistemas de formación marcial de origen chino, para ilustrar de qué forma y hasta qué punto algunas danzas tradicionales chinas se han conjugado con los sistemas de combate, poniendo de manifiesto sus interrelaciones. Además, se expondrán las bases de una sugerente tesis: el posible origen de las rutinas de entrenamiento de Wǔ Shù (Taò Lù) en las antiguas danzas de guerra de la esfera sínica. Las rutinas de Wǔ Shù, ya sean de estilos tradicionales o rutinas de competición modernas, poseen un componente estético que en numerosas ocasiones ha sido criticado desde diferentes ángulos, precisamente por su semejanza a un baile o danza, que lo alejaría del pragmatismo de la lucha real. En lugar de discutir sobre la validez de este argumento, se procurará ofrecer ejemplos extraídos de los registros originales que nos han llegado en relación a la danza y la práctica de sistemas de combate, con el fin de poner en evidencia que danza y lucha han sido dos realidades imbricadas a lo largo de su evolución, en particular en tres aspectos de las rutinas de los sistemas de formación marcial chinos: 1. Aspecto físico (condicionamiento físico); 2. Aspecto psicológico (preparación para el conflicto y la lucha); 3 Aspecto social (actividad colectiva, lúdica o religiosa). Son las llamadas Danzas Marciales, Wǔ W.
El origen de las danzas marciales Wǔ Wǔ hay que buscarlo en la celebración a nivel social de los logros conseguidos durante la caza de animales o el éxito en la lucha con otros grupos de individuos. A través de la institucionalización del conflicto bélico como herramienta de control entre diferentes sociedades o grupos culturales (sometimiento o defensa), las Danzas Marciales evolucionan hasta llegar a convertirse en parte importante del currículo para el entrenamiento militar. Se sabe que durante los banquetes celebrados en la corte de la China antigua se llevaban a cabo diferentes bailes o danzas en las cuales se esgrimían armas, como la espada Jiàn o el hacha corta Fǔ. También ha quedado constancia de la disciplina corporal a la que se sometían los jóvenes aristócratas del periodo Zhou occidental (1050 a.C. – 771 a.C.). Esta educación incluía las danzas marciales, no sólo para el fortalecimiento físico o del carácter personal, al mismo tiempo implicaba la transmisión y consolidación de ciertas conductas rituales propias del momento y la jerarquía social. A nivel pragmático, su práctica reforzaba la conducta del individuo en el grupo (tropas militares) y cultivaba su espíritu combativo, personal o colectivo.
No obstante, la evolución de las danzas marciales es paralela al desarrollo y consolidación de los sistemas militares y sus métodos de. Esto implica que ya desde la dinastía Zhou se insinúa una leve distinción entre aquellos modelos de danza Wǔ Wǔ cuya finalidad es lúdico-social y aquellos que sirven como base para el entrenamiento marcial. Dado que ambos modelos de danza se usan tanto para fines rituales como exhibiciones de poder militar o celebración del éxito en alguna campaña, la línea divisoria sea relativamente difusa. Será a partir de las dinastías Han (202/206 a.C. – 220 d.C.) cuando la distinción entre ambas formas de entender y practicar las danzas marciales sea un fenómeno relativamente consciente. Desde este momento cada modelo de danza seguirá su propio camino: las primeras, evolucionarán en su aspecto estético para ser absorbidas por el teatro clásico chino o, a otro nivel, en las exhibiciones públicas que combinan la demostración de habilidades marciales con otras artes, conocido como Vender arte (Mài Yì ); las segundas, irán distanciándose del aspecto estético para centrarse en el componente marcial, pero servirán de estructura y núcleo para el desarrollo y consolidación de las rutinas de Wǔ Shù chino, como herramienta de entrenamiento de ciertos atributos.
Pese a ello, en sentido estricto no podemos hablar de dos ámbitos estancos, ya que la ósmosis entre lo estético y lo marcial ha sido una constante en los sistemas marciales chinos. Muchos especialistas históricos de sistemas de combate tuvieron su gestación en las obras teatrales. Una realidad que ha quedado manifiesta en el imaginario popular mediante el siguiente dicho: “Un buen maestro marcial no podría derrotar a un actor poco habilidoso”3. Obviamente no deja de ser una exageración de la realidad, pero sirve de ejemplo para poner en evidencia el hecho de que arte y lucha, en su evolución, se hayan nutrido mutuamente. Quizás referentes actuales más conocidos, artistas marciales cuya base formal se encuentre en la ópera tradicional china, puedan ilustrar mejor a nivel general las relaciones entre danza y combate. Pero, antes de iniciar el recorrido histórico de las danzas marciales y sus conexiones con los sistemas de combate, puede resultar interesante otro tipo de análisis para reflejar las concomitancias entre la lucha y la danza… (artículo entero en la revista).
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