El arte del manejo de la energía
Por: José Antonio Martínez-Oliva Puerta
Escritor, traductor de japonés y profesor de iaidô
El otro día tuve la suerte, o debería decir que fue la providencia o el destino quien lo quiso, de conocer al profesor y para mi todo un maestro de vida, Kinya Matsumoto. Lo primero que se siente al entrar en contacto con este octogenario maestro japonés es una especie de aura que le rodea, una luz imperceptible pero presente que nace no sé si de su sonrisa o de algo más profundo imposible de comprender.
El profesor me había remitido hacía aproximadamente un mes el borrador de su conferencia sobre Haiku y ya traduciendo la misma comenzaba a sentirme conectado a unas ideas que era como si siempre hubieran estado dentro de mi. Aparte de este bello y sencillo arte poético, que más que poesía es vida en sí, el profesor Matsumoto dedica su precioso y bien administrado tiempo a la Caligrafía (shodô) y a la Ceremonia del Té (Sadô).
Pero releyendo su currículo reparé en algo que me llamó quizás más la atención. El profesor era practicante de Zenmitsu Kikô (Manejo de la energía del Budismo Zen) y debía su innegable excelente salud a seguir la dieta denominada “ichijû issai”. Este tipo de dieta antigua consiste en comer únicamente una sopa, un tazón de arroz y otro plato, normalmente de verduras al estilo tsukemono (maceradas).
En nuestro primer encuentro comenzamos a realizar el “uchiawase” o reunión preparatoria de la primera de sus conferencias y enseguida nos dimos cuenta de que, sin concierto previo, habíamos señalado las mismas pausas y división entre párrafos de español y japonés. Yo había separado los párrafos exactamente como el maestro quería que fueran separados.
En aquel encuentro no tuve ocasión de preguntarle más sobre el Kikô, pero fue antes de la conferencia cuando me acerqué para que me explicara un poco más sobre su arte. Y entonces fue como si aquel aura que le rodeaba conectara conmigo por completo y sus palabras llegaran todas juntas en tan solo una fracción de segundo, como si la información no brotara sólo de sus labios sino directamente de su mente. Puede que lo que experimenté en aquel momento fuera algún tipo de Ishin denshin.
El caso es que, aunque pueda parecer una locura o algo muy difícil de creer, las manos del profesor comenzaron a vibrar y al mismo tiempo que lo hacían, noté como un extraño calor subía por mi cuello, recorría mi cara y hacía que mis cabellos se pusieran en punta. Algo parecido a una pequeña descarga de electricidad estática.
El profesor dejó de hablar inmediatamente, esbozó una enorme sonrisa y se apresuró a llamar a Emiko Sensei, la maestra de Ikebana y Té para contarle lo que acababa de suceder. Había sentido mi energía. Sin ser yo consciente de ello, le había transmitido parte de mi ki, y el lo había sentido en las puntas de sus dedos. Según me dijo el profesor Matsumoto, alguna conexión existía entre nosotros.
A partir de ahí, todas sus palabras llegaron a mi como si viajaran en un único destello de información. Aquí solo puedo expresarlas por escrito, pero cómo me gustaría que todos y cada uno de los que leen este artículo conocieran a este maestro de vida o a cualquier otro que les pueda transmitir directamente lo que yo experimenté.
Para empezar, lo más importante de todo es ser feliz. El maestro decía no pensar nunca en el ayer ni en el mañana, no esperar nada del futuro ni recordar nada del pasado. Sólo vivía el ahora. Pero no lo vivía de manera confusa o incluso triste sino con un profundo espíritu de gratitud y humildad que dibujaban en su rostro una sonrisa indescriptible.
Después, prosiguió el maestro, se debe aprender a valorar el silencio. En Zenmitsu Kikô, el ejercicio fundamental consiste en meditar en silencio. En su última visita a su maestro, estuvieron meditando seis horas seguidas con pequeños minutos de descanso cada hora. Según decía era como si los pies se enraizaran de tal forma en el suelo que llegaran hasta el mismo centro de la tierra, y como si el Universo entero penetrara en ellos desde el Cielo. In-yô, ying y yang, los opuestos uniéndose en el centro del practicante.
“Seguro que has sentido algo parecido en tu práctica de Iaidô”. Me dijo el maestro. Quizás hasta este preciso momento no he sabido explicarlo, pero ahora entiendo cómo todas las artes japonesas, al igual que el espíritu que subyace en su cultura, son inmutables. Como decía Shimada Toranosuke: “El sable es el espíritu, si tu espíritu no es correcto, tu sable no será correcto”. Nosotros occidentales nos afanamos por racionalizarlo todo, por analizar, sintetizar, ordenar, elaborar planes, pero olvidamos que el espíritu es algo intangible y que reside en el interior, no en los músculos ni en la capacidad pulmonar, ni en la potencia, ni en todo aquello que creemos, pobres de nosotros que nos hará más fuertes.
Sólo un maestro puede enseñarte Budô. Puedes buscarlo, encontrarlo por casualidad o prescindir de sus enseñanzas, pero sólo un maestro puede enseñarte Budô.
Continuó el profesor Matsumoto exhortándome a que respirara bien en todo momento, a que tuviera alma de poeta, a que me dejara llevar por la vida y sintiera la felicidad en cada sencillo toque de la Madre Naturaleza; a que no intentara forzar nunca mi cuerpo poniéndolo al límite (muri shinaide), a que no contuviera nunca nada en mi corazón sin dejarlo salir fuera (gaman shinaide), a que fuera yo mismo y confiara en mi… (artículo entero en la revista).
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