Artes marciales en la naturaleza ¡Ahora más que nunca!

Por Oriol Petit
Instructor escuela Sui-Lin-Dao
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Salimos de la autovía principal y nos dirigimos por la lenta carretera de curvas en dirección a Gaztelugatxe. Aires de Cantábrico que me llevaron a pensar en la grandeza de entrenar cerca de la naturaleza, lejos de las grandes ciudades, los espacios cerrados y de los gimnasios.
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Siguiendo los preceptos del taoísmo, constaté, una vez más, que era maravilloso contemplar paisajes de montañas y parajes cerca del mar mientras se realizaban ejercicios de respiración o ejecutaban formas de lucha. En tiempos de la Covid, esa práctica aún cobraba más importancia. Era indiferente si se trataba de formas internas o externas, con armas o a mano vacía ya que, lo fundamental, era retomar el contacto con lo esencial, lo primigenio.
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Nos paramos varias veces para extasiarnos y respirar en aquellas maravillosas tierras, bañadas por las aguas del océano y por los bosques de eucaliptos y, evidentemente, para detener y paralizar el tiempo y conectar con los movimientos suaves y armónicos de las artes marciales.
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Pensaba en cómo se podrían adaptar éstas, a la situación tan dura y compleja de la Covid. Todos los que nos dedicamos a impartir clases deberíamos buscar nuevas fórmulas para llegar a nuestros alumnos y ello era todo un reto. Había ya hablado con otros sensei, sifu, profesores, instructores… para contrastar información y el tema no era fácil. Algunos me hablaban de entrenos burbuja, aunque no me especificaron de qué se trataba.
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Otros me comentaron la dificultad de hacer las sesiones sobre un tatami y, evidentemente, toda la complejidad de trabajar cualquier técnica cuerpo a cuerpo. El problema era común a todas las disciplinas y de todas las latitudes. Era extremadamente complicado tanto para los que impartimos disciplinas procedentes de China como las de Japón, Corea, Rusia, Tailandia, Brasil, etc.
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Otra de las preguntas que nos abordaban, era si la única opción que nos quedaba radicaba en centrarse en el trabajo individual de kata, pumse, sombras, uchi komi, etc., o quedarnos sólo con las disciplinas individuales e internas que desarrollan el qi.
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¿Deberíamos desinfectar los pao, escudos, sacos, protecciones, muñecos de madera, tatami, ring, etc., cada vez que los usáramos? ¿Habría suficiente espacio en los dojo, gimnasios, centros cívicos o polideportivos para respetar la distancia de seguridad? ¿Cómo íbamos a organizar las clases de defensa personal o de cualquier arte marcial o de estilo de combate en las escuelas de primaria o secundaria? No era lógico ni de sentido común entrenar con mascarilla, por motivos evidentes.
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Mientras admirábamos los vastos horizontes del azul del mar, me percataba de que nos deberíamos reinventar y adaptarnos a los cambios y fluir como así nos muestra el taoísmo y los ritmos de la naturaleza, el movimiento del agua y del viento.
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Desde Urizarreta y en dirección a San Juan de Gaztelugatxe, se podía ver con claridad como la fuerza de los elementos había horadado y dado forma a las rocas y cómo lo más suave vencía a lo duro. Y en ello deseaba explorar, para poder retomar con valentía y empeño esa nueva etapa. Seguiría explorando en la poesía china y en las enseñanzas de los monjes maestros del taoísmo . Y pronto iba a adquirir los textos del monje Calabaza Amarga (Shitao) en los que expone sus teorías sobre pintura y arte a principios del siglo XVIII. Una vez más, la estética, la naturaleza, el taoísmo y las artes marciales tomaban sentido en mi vida. Junto al Mediterráneo o al Cantábrico o en las montañas, se percibía la esencia…


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