Por Luis Fernando Briceño Zuloaga
Es el minuto uno con diez segundos del round número 2; el campeón, considerado por muchos invencible, se ríe de su rival, baja la guardia, se deja golpear, incita a que le sigan atacando, se sabe superior, de pronto el retador lanza un golpe en apariencia débil, impacta la quijada del monarca que cierra los ojos y cae a la lona, es el final. No, no es el guión de una película de Hollywood, es el relato de la pelea entre Anderson Silva y Chris Weidman.
¿Qué paso con “La Araña” Silva el 6 de Julio del 2013 en las Vegas Nevada? Tantas explicaciones y análisis han surgido, todos de alguna u otra manera válidos, pero ninguno tan concluyente como para dejar a los fanáticos satisfechos. Hay quienes dicen que Anderson estaba cansado de esta aura que lo rodeaba, de ser el guerrero “perfecto” de estar en la cima de la montaña, pero entonces ¿Por qué no defender su título una vez más y anunciar un retiro digno?
Otros insinúan que el brasileño se vendió, que la pelea estuvo arreglada, que sus patrocinadores lo obligaron a dejar el cinturón, pues se necesitaba un cambio generacional, de comprobarse esto, sería un golpe casi letal para la credibilidad de las Artes Marciales Mixtas, pero ¿Dónde están las pruebas?
Para un servidor, Anderson Silva perdió con Anderson Silva, con esa actitud arrogante que mostró durante varias peleas, con ese exceso de confianza y esa forma de minimizar a los que tenía enfrente. Se olvidó de que sus rivales también entrenan y que sólo por eso un campeón debe respetarlos, noquearlos si tiene la capacidad, someterlos si puede, pelear, con esa palabrita mágica que enseñan o deberían enseñar en todas las academias de Artes Marciales: Honor… (artículo entero en la revista)
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