Ijutsu. Terapéutica tradicional japonesa

Por Luis Nogueira Serrano
Presidente European Bugei Society
Fûryûkan Bugei Dôjô
www.bugei.eu
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Existe una diferencia entre el concepto de igaku e ijutsu que vale la pena destacar antes de cualquier otra consideración. La primera se trata de la medicina, ciencia tal como la entendemos hoy, mientras que la segunda, aunque también puede traducirse por medicina, tiene una connotación más rudimentaria, refiriéndose a técnicas de sanación desarrolladas en la antigüedad. Es por ese motivo que hemos preferido denominar en castellano al ijutsu como terapéutica para remarcar la diferencia entre los estudios universitarios de medicina, reglamentados, oficiales y que atribuyen al que los finaliza la capacidad de diagnosis y tratamiento, entre otras tantas atribuciones, frente a esta terapéutica tradicional que se basa en el estudio de unas prácticas clásicas y que hoy en día, evidentemente, no facultan al practicante para sustituir la necesaria atención y vigilancia médica del sistema de salud.
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Aún más, a lo largo de este artículo descubriremos algunos principios y procedimientos técnicos y podremos intuir que tienen limitada eficacia, máxime contra enfermedades de tipo vírico/bacteriológico o alteraciones biológico-genéticas y, por lo tanto, debe entenderse el siguiente texto como meramente ilustrador de un conocimiento clásico relacionado a las prácticas marciales tradicionales.
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Estos dos hechos irrefutables podrían desanimar al lector de cara a despertar un interés por esta práctica, sin embargo, una vez aceptadas sus limitaciones, encontraremos un amplio campo de beneficios que bien valdrán la pena el esfuerzo del que decida estudiarlo, ya sea personal sanitario o ajeno.
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Como ya hemos introducido, se trata de una práctica antigua de terapéutica que no es tan extraña en las escuelas tradicionales marciales. Incluso en escuelas modernas como el Kodokan Jûdô se incluye un apartado destinado a kappô (a veces conocido como katsu, y no tan correctamente denominado como kuatsu), literalmente método de dar vida o reanimación, refiriéndose a técnicas de primeros auxilios. Jigoro Kano lo simplificó incluyendo en el Jûdô una decena de técnicas que eran de utilidad en los posibles accidentes que podrían generarse en la práctica, a pesar de que hoy pocos practicantes del deporte nipón tienen conocimiento de estas técnicas. Sin embargo, como decimos, estos son unos pocos en relación a los estudiados en las escuelas clásicas en los que la accidentalidad, tanto en el entrenamiento/preparación, como en situaciones de combate, eran mucho más amplias y variadas. Es por ello que se enseñaban técnicas para contener hemorragias por corte con arma blanca, realizar las atenciones primarias en caso de traumatismos graves o recolocación de articulaciones en caso de dislocamiento, entre muchas otras, que obviamente no se producen en prácticas deportivas y sí fueron habituales en un campo de batalla.
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Estrictamente hablando el kappô no forma parte del ijutsu, aunque podemos considerarlo la frontera que lo separa y justifica la relación de las artes marciales con el ijutsu. Supone un paso más, ya que el primero incluye la atención primaria y el ijutsu cuenta con una variada capacidad de diagnosis y tratamiento, actuando no solo sobre accidentes, sino sobre dolencias.
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El ijutsu se compone por un lado de conceptos heredados de la medicina tradicional china, adaptados a la visión japonesa y, por otro lado, la propia práctica terapéutica tradicional japonesa. Por esta terapéutica propia me refiero muy especialmente al anma (lit. tomar y frotar), la masoterapia tradicional de Japón. El lector estará más o menos familiarizado con el shiatsu, lit. presión digital, que es una técnica de masaje desarrollada por Namikoshi Tokujiro a principios del siglo XX y en la que se basó parcialmente en el anma y parte en masoterapia occidental.
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Algunas fuentes citan que el anma se desarrolló basándose en el masaje tuina chino que llegó a Japón durante el periodo Nara, s. VIII de nuestra era, y aunque los caracteres son diferentes, tienen un significado semejante. Sin embargo, no es hasta el periodo Muromachi (s. XIV) cuando esta disciplina, así como su denominación, se populariza como disciplina netamente japonesa. A partir de este momento surgen diferentes ryûha y, por tanto, diferentes metodologías y tradiciones. Hubo que esperar a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX para que se publicaran los primeros tratados de esta metodología conocidos, como el Dôin Kuketsushô de Miyawaki Chusaku, el Anma Tebiki de Fujibayashi Yoshiaki publicado en 1799 y el Anpuku zukai de Ôta Shinsai de 1827.
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La razón para que se tardara tanto en publicar tratados sobre esta materia quizá se encuentre en que los practicantes eran ciegos, de hecho, durante siglos el término ciego estuvo asociado a la palabra anma. Se atribuía que los ciegos eran capaces de percibir a través de su tacto las condiciones de debilidad kyo o sobrecarga jitsu de cada zona, parte importante de la diagnosis y tratamiento del anma. Nótese que el concepto kyojitsu (lit. sustancial e insustancial, o verdad y mentira) es uno de los conceptos que trascienden las artes terapéuticas y están muy enraizados en la cultura samurái. El que estas prácticas fuera principalmente desarrolladas por ciegos, le ha imbuido un espíritu reivindicativo, ya que, durante la ocupación estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial, McArthur prohibió estas prácticas dejando sin oficio ni beneficio a parte de la comunidad ciega, lo que causó protestas por parte de dicho colectivo.
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Paradójicamente, tras la publicación de los tratados en el siglo XIX, el anma fue perdiendo popularidad en beneficio de la medicina moderna. No obstante, tras la restauración tras la Segunda Guerra Mundial, el trabajo fue restituido, y hoy día se sigue practicando el anma en Japón, algo opacado por el popular shiatsu, pero incluso con algunos estudios dentro del ámbito científico en las universidades japonesas.
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Retornando sobre el contenido de los tres tratados, en ellos se identifican algunos de los aspectos más relevantes del anma. Tratando el primero del dôin, un sistema de masaje y salud taoísta, originario de China y en el que combina ejercicios respiratorios y prácticas de Ki conocidas en Japón como kikô (QiGong en China) y en algunas tradiciones como haragei, aunque este término, que hablaremos en artículos posteriores, se suele también emplear para referirse a la manifestación exterior del ser y la proyección de nuestra propia energía en nuestras acciones o palabras. El segundo trata de un manual de las técnicas propias del anma que elaboramos en adelante. Y finalmente, el tercero trata el anpuku, el masaje ventral y de órganos, que se realiza para algunos tratamientos de vísceras y digestivo.
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Aunque no todas las ryûha desarrollan las mismas técnicas ni métodos de trabajo, podemos compendiar que las técnicas de anma actúan sobre el sistema óseo hone, el musculo-tendinoso suji, el dérmico (piel y fascias) hada y el visceral-profundo naisô


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