Kyudo: la vía del arco como práctica transformadora

Por Javier Parrilla Romero
(4Dan ANKF)

 

El atractivo de kyudo

 

En Japón practican kyudo más de medio millón de personas; sin embargo, esta modalidad de tiro con arco es poco conocida en Europa. En la Federación Europea de kyudo (EKF), en la que participan diecinueve países, están inscritas unas tres mil personas, lo que indica que, incluso comparado con otras artes marciales japonesas, el kyudo es una práctica minoritaria. Siendo un arte extraño a nuestra cultura, el kyudo normalmente se conoce de manera casual: de viaje por Japón, en un programa de televisión, leyendo un artículo de prensa o un libro; también la práctica de artes marciales, especialmente de aikido, o de tiro con arco deportivo en sus diversas especialidades, han servido de puente a muchos para acortar el extrañamiento y la distancia iniciales que rodean al kyudo.
El inventario de las diversas maneras de acercarse al kyudo puede ampliarse a las vías paralelas de los que desde el shodo (caligrafía japonesa, o arte del gesto del instante) o la meditación zen (la búsqueda de un aquí y ahora permanentes) han indagado en la cultura japonesa hasta conocer que estas dos facetas estaban muy ligadas al desarrollo de las virtudes guerreras de la casta samurái, que como sabemos distinguían su porte con el sable (katana) y el arco (yumi). Finalmente, todos han sentido el poder de fascinación que ejerce el kyudo; y unos pocos se han aventurado en el camino de conocerlo más profundamente.
¿Dónde radica el atractivo del kyudo? ¿Por qué perseverar en la práctica si obtener sus frutos requiere dedicación y constancia, y cuanto más cerca parecen estar más invisibles se hacen? Una respuesta requiere emprender la búsqueda que inevitablemente nos conducirá a las fuerzas de carácter estético, cultural y espiritual que han modelado la historia de Japón durante siglos, y que aún conservan el poder de transformar la conciencia que tenemos de nosotros y del mundo, y de modificar la relación que nos une a él. En una síntesis abarcadora, podemos circunscribir este interés que suscita el kyudo a cuatro apartados:

 

1.- La vía estética
En el texto del correo que una persona me escribía pidiendo información para conocer e iniciarse en el arte de kyudo, podía leerse: “… desconozco cómo uno llega hasta aquí, pero me siento muy bien en estos momentos de mi vida, y la imagen de un maestro kyudoka practicando me parece tan preciosa como la de una composición floral”. Sus palabras, que parecían nacidas de la reflexión y la madurez, ponían de manifiesto la fuerza atractiva que el kyudo proyecta, aunque es cierto que esa imagen era la de un maestro. Distinción importante, por cuanto en el maestro se expresan perfectamente, aunque sólo sea a modo de impresión visual para el profano, los aspectos sutiles que configuran un cuerpo fortalecido por la presencia de energías armonizadas y ordenado en una postura que se atiene a leyes universales de la simetría. En el mundo natural y humano, ya lo sabemos, la simetría y las proporciones forman patrones que caracterizan modelos de belleza. Que es justamente lo que capta gozosamente la mirada del observador al contemplar una ceremonia de kyudo en donde kyudokas avanzados en la práctica realizan posturas y movimientos disciplinados, siguiendo una respiración pautada. La simetría que aparece especialmente en kai, justo antes de soltar la flecha y en el momento de máxima tensión del arco y la cuerda, cuando los ejes verticales y horizontales deben entrecruzarse formando ángulos rectos, produce, en efecto, una imagen de gran atractivo estético.
El Manual de kyudo, cuya primera edición apareció en 1953, dice cosas que suenan sorprendentes a nuestros oídos educados en el mundo de la competitividad. Por ejemplo: “Nuestro objetivo no es dar en la diana. Al contrario, la expresión de belleza armoniosa es el objetivo del tiro”. Una afirmación que si, estimulados por un planteamiento tan disonante a nuestra manera occidental de entender la finalidad del tiro con arco, nos mueve a indagar, terminaría conduciéndonos hasta las dos escuelas en las que se sostiene el kyudo establecido en Japón después de la Segunda Guerra mundial, las dos de larga tradición pero bien diferentes. Una, la escuela Heki, fundada en el siglo XV durante una época de enconada lucha de clanes, ponía el énfasis en la técnica de tiro y establecía la analogía entre el tirar bien y llevar una vida acertada. Otra, la escuela Ogasawara, la más antigua de las dos, originada en el Periodo Kamakura (1185-1333), fue perdiendo consistencia técnica con el paso del tiempo para ganar en ritualidad y convertirse en fuente normativa de la etiqueta y el ceremonial que presidirían actos y festividades celebrados tanto en la corte imperial como entre la nobleza feudal.
El kyudo actual es la adaptación del kyujutsu, el arte del tiro con arco japonés tradicional a tiempos nuevos. Fundamentalmente el cambio es de filosofía, pues ya no hay un enemigo a quien enfrentarse. Y así, los aspectos estéticos cobran un vigor redoblado, porque el tiro se rodea de una ceremonia que es preludio y condición necesaria a los momentos de preparación, apertura del arco y liberación de la flecha, a los ocho movimientos que en kyudo se conocen como hasshetsu. Las dos antiguas escuelas estrechan ahora sus manos, de manera que en la ceremonia de tiro, el sharei, los movimientos y posturas previos son igual de importantes que el tiro mismo, pues aquéllos forman parte indisociable de éste. Por eso, los integrantes de la ceremonia saben del especial papel desempeñado por el o-mae, el que encabeza la entrada al shajo, ya que él, como si de un director de concierto se tratara, es quien marca el ritmo, las pausas y los ajustes entre líneas que han de hacer los que le siguen.
Todos estos elementos, si se presentan de manera ordenada y armoniosa, atraen la atención poderosamente y pueden despertar el interés por conocerlos, o incluso las ganas de iniciar la práctica de kyudo. Un código ético heredado del Confucianismo, los valores guerreros y una estética sobria y precisa eran características definitorias del Bushido (el camino del guerrero), estando esta última muy presente en kyudo como parte esencial de su atractivo.

 

La vía de la energía y la salud
Temas de salud y el interés por el funcionamiento y localización de energías corporales son otros de los aspectos que pueden conducir al kyudo. Especialmente, los problemas de espalda son tratados a veces con recomendaciones de estiramiento muscular, para los que hacer deportes de tiro con arco pueden ser útiles. Pero incluso si esos problemas no existen, algunos empiezan en el tiro con arco deportivo por el atractivo que tiene de facilitar el contacto con la naturaleza, desarrollar la concentración mental y compartir una actividad de carácter lúdico. Y luego, alguien de entre ellos, queriendo buscar algo más, ha dado el paso de cruzar la orilla e ir adonde se practica la Vía del arco con fines no deportivos, pero en donde también encontrará un componente de salud duradera. Hidearu Onuma, un maestro de la escuela Heki dedicado a la práctica de kyudo durante más de setenta años, preguntado sobre este asunto, decía: “… la salud es algo que debe conservarse toda la vida y no sólo cuando se es joven… El kyudo es algo que puede practicarse toda la vida. Ayuda a mejorar la postura, la circulación y el tono muscular… Kyudo nos ayuda a mantener un estado mental en alerta. En Japón hay mucha gente que ha cumplido los setenta y los ochenta años y sigue practicando regularmente kyudo.”
Unas notas sobre Karlfried Graf Dürckheim y el hara pueden ser aquí pertinentes. Dürckheim visitó Japón por primera vez en 1938, dos años después de la aparición de “El arte caballeresco del tiro con arco”, título con el que primero apareció el famoso libro de Eugen Herrigel “El zen en el tiro con arco japonés”. Influenciado por la lectura de este libro, aprovechó su estancia en aquel país para practicar kyudo. Y lo hizo bajo la dirección del maestro Kenran Umeji, fundador en los años veinte de Mujo Shingetsu Ryu, una escuela que enfatiza la vertiente espiritual del tiro con arco. Pero Dürckheim obtuvo en Japón otras muchas enseñanzas. Seguramente la más penetrante fuera la relativa al hara o “centro vital del hombre”, al que dedicó un libro con el mismo título, publicado en 1962. Quizá acometiera este estudio tras el dramatismo con que Herrigel había presentado su etapa de aprender a respirar dirigiendo el aliento hasta el abdomen y retenerlo allí, porque entonces, le decía su maestro, tensar el arco y mantenerlo bien estirado podría hacerse sin tensión y abriría las puertas a la experiencia de un tiro “espiritual” en el momento de liberar la flecha. A Dürckheim le acompañó, sin embargo, una biografía de simpatía y colaboración con la ideología nazi, pero si ésta es su parte de sombra, su lado luminoso se encuentra en la sincera búsqueda espiritual, de la que resultaron hallazgos que vertió en el campo de la psicoterapia a partir de los años cincuenta.
A nadie en Occidente se le hubiera ocurrido defender que el centro vital del hombre estaba en el vientre. Al contrario, todo lo excelso en él siempre se ha situado en el corazón (=sentimientos) o en la cabeza (=ideas; pensamientos). En la tradición del guerrero japonés, en cambio, desde tiempos que se remontan al Periodo de Kamakura o incluso antes, pues el Budismo zen hacía hincapié en meditar sentados en zazen dirigiendo la espiración al bajo vientre hasta llegar a aquietar el espíritu y ayudar a disolver el pequeño yo en una realidad indiferenciada, estaba establecido que no es la boca (con la que también se miente), ni la cara, (con la que puede simularse y ocultar), ni los sentimientos (de naturaleza cambiante), lo que expresa la verdad del ser, sino su fuerza actuante, aquella que se concentra en el tanden, un punto imaginario situado entre tres y cinco centímetros por debajo del ombligo.
Precisamente, el seppuku, la ritualización de abrirse el vientre con una daga, pretende mostrar a los demás, sin confusión o sombra de duda, la verdad de uno mismo, tras quedar ésta mancillada en el honor, en el valor o en la sinceridad. Un caso paradigmático y temprano de esta valoración que asocia vientre y verdad del ser, está recogida en la epopeya del Heike Monogatari, concretamente en el relato de la muerte de Yoshitsune Minamoto, glorioso estratega y vencedor de la guerra de Gempei (1180-1185) librada entre los Taira y los Minamoto, cuando en 1189, acosado por Yoritomo Minamoto, su hermano y máximo caudillo, que le acusa de traición, se quita la vida con su propia katana haciéndose seppuku. Se trata de un acto de supremo sacrificio con el que se quiere convocar a la verdad de uno mismo y ofrecérsela a los demás de la manera más rotunda y directa.
En su libro sobre el hara, Dürckheim recoge expresiones actuales de la lengua japonesa en las que se habla de “hombre de vientre grande” (hara no ôkii hito), para significar madurez espiritual, o de “pensar con el vientre” (hara de kangaeru), porque quien piensa no es una parte sino la totalidad de la persona. Allá, tener un vientre protuberante es un “a priori” de fiabilidad y equilibrio, y por tanto, no es algo que, a diferencia de los cánones occidentales, esté mal visto estéticamente, más bien lo contrario. Muy diferente al “saquen pecho y metan la barriga” del adoctrinamiento militar y deportivo nuestros. El vientre expresa nuestra común pertenencia a la tierra, el lugar donde los yo diferenciadores se disuelven. Pensar con el vientre, como tirar al arco con el vientre, es recuperar, a través del asiento terrenal, la dimensión cósmica que hemos perdido en la afirmación de nuestros pequeños yóes e ir al encuentro de un mundo carente de dualidades.
El hara, zona donde se concentran los músculos abdominales, la parte central desde donde en kyudo parten los ejes que, formando simetrías, que se proyectan por manos y pies para unirnos al cielo y la tierra. La respiración centrada en el hara potencia el ki, la fuerza de actuar en la vida, que si acompaña al momento de abrir el arco dará a nuestro tiro esa tercera dimensión tan difícil de conseguir. Inspiraciones cortas, espiraciones largas focalizadas hacia el hara, aprender a respirar para asentar firmemente nuestra base terrenal nos devuelve a esa dimensión de unidad que hemos perdido al convertirnos preferentemente en seres mentales. Y en kyudo descubrimos que esta condición se ha traducido en la persistente elevación de los hombros y una respiración contenida en el diafragma, lo cual representa una dificultad que en tanto no sea superada constituirá un primer obstáculo en la senda de progreso…


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