Peregrinar, un camino que se recorre en solitario

Por José Patricio Andreu
Renshi, 5º Dan Uechi-ryu Karate-do
Dietista, especialista en medicina tradicional china
www.hyozan.es
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Del latín peregrinari, salir por los campos o de la tierra, es una práctica ritualizada que se puede encontrar en todas las culturas. Estos viajes, cargados de simbolismo, favorecen el crecimiento y la trascendencia al exponer a la persona a aquellos riesgos y vicisitudes que supone el abandono de la zona de confort.
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Una perspectiva existencial
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Achotegui (2014) describe lúcidamente como, desde el gran estallido, siguiendo el curso de la evolución, el ser humano ha pasado de ser un grupo reducido de homínidos que poblaba Etiopía, según las evidencias de las que se dispone en la actualidad, hasta habitar la casi totalidad del planeta. La adaptación que supuso una expansión de este calibre conformó sin duda la estructura mental de la especie, según las propuestas de la psicología evolucionista.
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Otras corrientes de psicología algo más controvertidas, como el psicoanálisis, presentan la maduración de la persona como un viaje de liberación y autodeterminación frente al poder o dependencia de la madre. La autonomía alcanzada en la etapa adulta suele venir precedida de un abandono previo del nido familiar y de la seguridad o protección que representa.
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De forma paradójica, a pesar de postulados como los descritos, algunos viajes se desarrollan únicamente para encontrar el camino a casa, como en el caso de Ulises en su regreso a Ítaca. En otros contextos, relacionados con tradiciones sapienciales orientales, como el daoísmo, se afirma que sin salir de la propia casa se puede conocer el mundo. También en occidente, grandes pensadores como Kant nunca viajaron.
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Tal vez, de un modo muy similar a la perspectiva cíclica del tiempo que ha imperado siempre en oriente, todo responda a lo que Mircea Elíade (citado en Achotegui, 2014) llamaría el eterno retorno, aunque, para retornar, primero se ha debido abandonar el lugar donde se pretende regresar. Así, tanto en la mística como en el arte, la exposición a lo desconocido supone un aprendizaje que integrar y, para el mismo Achotegui (2014), solo quienes ven afectadas sus facultades mentales en el proceso no encontrarán el camino de regreso.
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Enfrentarse a los riesgos
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En la tradición budista de los Himalayas se dice que el desarrollo espiritual pasa necesariamente por tres etapas bien diferenciadas:
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– En una primera etapa, la de la cueva, quienes desean mejorar en la práctica preparan un lugar apartado, tradicionalmente una cueva, y se aseguran de tener todas aquellas condiciones necesarias para que su entrenamiento fructifique. La cueva aporta seguridad y protección, al mismo tiempo que facilita un aislamiento que pretende disminuir al mínimo los distractores. Con unas condiciones así, quien se ha retirado puede focalizar todas sus energías hacia un objetivo determinado, avanzando rápidamente en su camino.
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– En una etapa más avanzada, la del peregrinaje, se torna necesario comprobar si esos avances son verdaderamente reales. Para ello, es imprescindible salir y enfrentarse al mundo, favoreciendo así la exposición a condiciones más hostiles que pongan en evidencia los avances o carencias de quien dedica su vida a la práctica. Virtudes como la paciencia, la compasión o el valor, encontrarán verdaderos impedimentos en el día a día, que deberán ser transformados en oportunidades de crecimiento. En este sentido, en el budismo tibetano se asegura que encontrar un enemigo que nos ponga a prueba es más valioso que hallar una joya que conceda todos los deseos…


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