Perfeccionar Shugyo ikkan

AULA DE INSPIRACIÓN:
Manteniendo vivas las enseñanzas de Hatsumi sensei
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Por Masaaki Hatsumi
Texto extraído del libro
Los pergaminos secretos del Togakure Ryu
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Para cualquier actividad a la que nos dediquemos, si se es­peran buenos resultados es necesario ir más lejos del simple “ha­cer por hacer”. El Budo no es una excepción, porque el “camino” a recorrer nunca termina.
Hace tiempo, un médico forense me hizo el siguiente co­mentario:
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Se dice que el cerebro humano pesa entre 1.300 y 1.500 gramos. Incluso hay quien piensa que las personas dotadas de mayor inteligencia tienen un cerebro más pesado de lo normal. Estimado Hatsumi, al respecto no sé que decirte pero, lo que sí es cierto es que aquellos individuos que se han dedicado afanosamente a algo concreto, aquellos a los que se consideran genios en algunas facetas del arte, ya sabes, la música, etc., en esos se ha com­probado que casi todos tenían un cerebro que pesaba alrededor de 1.500 gramos… ¿No te parece curioso?
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No dije nada al respecto pero, creo que un verdadero artista debe estar practicando cada momento del día y a lo largo de toda su vida. Los actores de kabuki que representan el papel de oyama, incluso fuera del teatro, suelen pasar el día comportándose exacta­mente igual que una mujer. Mientras su papel dure, mantienen esta actitud para alcanzar la perfección que ellos mismos se exigen.
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Yo entiendo que en el concepto que da título a estas líneas, no existe lugar para el cansancio o el abandono, bajo ninguna excusa. En mi caso, para alcanzar el nivel técnico que yo quería, me esforcé más, mucho más que el resto de las personas. Mi mente y mi cuerpo sufrieron y aguantaron mucho más de lo que otros pudieron imaginar. Mi economía y mis privaciones también fueron mucho mayores que las del resto de las personas que buscaban lo mismo que yo pero, a pesar de todo ello he seguido practicando, y por fin siento que he conseguido hacerme fuerte. Cuando dudaba de lo que hacía y notaba mi debilidad, física y mental, era como un espolón que me aguijoneaba y me hacía seguir practicando sin preguntarme nada. Entonces lo importante era sólo seguir haciendo aquello en lo que creía. Al final, después de repetir esto una y otra vez, el espíritu de Bufu y de Shugyo ikkan se refleja en nosotros mismos y nos muestra la luz cegadora que nos conduce al satori.
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Sin embargo, a pesar de todo el esfuerzo, perdí una batalla contra un enemigo ciego. Durante varios años una terrible enfermedad me mantuvo alejado de la vida exterior. Casi se me para el corazón cuando los médicos me dijeron que mi vida estaba en grave peligro pero ni quise darle demasiada importancia. Lo cierto es que no podía mantenerme en pie y que cada movimiento era un dolor indescriptible que me hacía desear la muerte más que la propia vida. En mi cuerpo no quedaba restos de aquella fuerza de la que había presumido tantas veces pero, a pesar de ello no dejé de practicar cada día. Durante aquellos cinco largos años seguí practicando y tratando de realizar aquello en lo que creía fielmente. En un momento determinado empecé a notar que mejoraba de la enfermedad y, poco a poco, mi cuerpo sudoroso volvía sentirse como antes. Lo que aprendí de esta terrible experiencia fue que shugyo ikkan siempre debe existir en nosotros. Cuando somos jóvenes, debemos hacerlo sentir dentro de nosotros con la fuerza de la juventud y cuando somos mayores, creo que debemos vivirlo serenamente, con la experiencia de los años y siempre, en cualquier caso, con la ilusión de mejorar.
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Mis cinco años de lucha contra la enfermedad alejaron de mí la idea que la fuerza y la debilidad física y mental lo eran todo. A ellas se había sumado un importante y decisivo aliado que a menudo olvidamos; la fuerza de la Naturaleza. Todo ello me enseñó que además otro nuevo elemento contribuía a mejorar la situación. Mi lucha, mi victoria sobre aquella enfermedad era un maravilloso aliciente para muchas personas con las que podría compartir unos conocimientos y un tiempo maravillosos.
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En ocasiones, a lo largo de la práctica, siento que mis movimientos pueden ser torpes, o que simplemente no me muevo como pensaba que iba a hacerlo. A veces, la clase no se desarrolla como yo espero y además me siento lento y pesado. Las técnicas no me salen bien y el oponente se da cuenta de unas intenciones que no consigo ocultar. Pero no me desespero. Creo que al igual que la serpiente se enreda torpe y lentamente en la rama para poder mudar la piel mientras se expone al ataque enemigo, todos tenemos esa época en la que debemos desprendernos de nuestra vieja coraza y prepararnos para vestir una nueva. Creo que esta capacidad para adaptarse y ser capaz de aceptar algo diferente de lo que esperamos, es una buena señal de madurez. Este período de cambio es algo que existe en todas las artes marciales y se puede apreciar sin necesidad de estar practicando con esa persona. No obstante, si este período dura más de diez años, creo que sería mejor alejarse del Budo.
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De esta manera, resulta evidente que para adentrarse en el mundo del Budo, lo más importante es saber que se trata de un camino largo y sin atajos, y que cuando se empieza a practicar, es mejor olvidarse del número de técnicas que se conocen y continuar la práctica, sin teorizar. El verdadero budoka practicante no debe olvidarse nunca del espíritu de isshínfuran porque en este caso terminaría conviertiéndose en un simple estudioso cuyos conocimientos nunca hubiera llevado a la práctica.
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Dentro de los budokas con los que he tratado a lo largo de todos esto años, existen personas que dominan una gran cantidad de técnicas maravillosas. Incluso se podría decir que son buenos en el arte que muestran pero, siempre adornan su conversación con florituras retóricas y terminan convenciéndome de que sólo se trata de hermosas flores cuya raíz se ha secado, hace tiempo. Si olvidamos que el origen de la vida y todo lo hermoso que la acompaña, se forma a partir de una raíz sana, es evidente que quien no lo recuerda termine por no ver ni sentir lo que hace.
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En la práctica del Budo, lo primero es fortalecer la raíz que nos sostiene y cuando el árbol de nuestro conocimiento empiece a crecer y a tomar forma, debemos encontrar la razón que mantiene a ambas partes unidas. Sólo de esta manera, podremos disfrutar las flores y los frutos nacidos de nuestro propio esfuerzo.
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También se da el caso de que cuando alguien practica y se esfuerza con todo su espíritu, se tengan extraños sueños. En realidad, se trata de una experiencia que le ocurrió a mi maestro. Una de las cosas que mayor gozo aportaban al maestro Takamatsu era pintar. Todos los días se levantaba a las cinco de la mañana y no dejaba los pinceles hasta llegadas las doce del mediodía (creo que siempre fue así). En una ocasión, un conocido suyo le pidió que le pintara un cuadro donde apareciera un dragón. El maestro lo hizo y esa noche cuando se fue a descansar, tuvo una extraña visión. En su sueño se apareció un enorme dragón que no dejaba de repetir: “Quiero ver, quiero ver…”.
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A la mañana siguiente, el maestro Takamatsu telefoneó a su amigo y le habló del sueño de la noche anterior. Durante varios minutos hablaron y comentaron la obra pero cuando el maestro Takamatsu volvió a observar el cuadro recién pintado, comprendió el sueño. Agarró los pinceles y terminó lo que no había acabado. Se había olvidado de dibujarle los ojos al dragón.
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También es cierto que después de largos años de práctica severa, esforzándonos en cuerpo y alma, es muy posible que esos movimientos y técnicas no podíamos reconocer o aprender cuándo creemos poner los cinco sentidos despiertos, los captemos fácilmente en nuestros sueños.
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En algunos escritos antiguos se dice que la esencia del arte reside en saber interpretar aquellos sueños que alguna vez tuvimos.
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En sus escritos, Miyamoto Musashi menciona la importancia de este tipo de sueños e insiste que en cualquier disciplina a la que nos apliquemos, es necesario dedicarse a ella por completo para poder descubrir su esencia, poco a poco, y alcanzar el punto máximo que se suele llamar satori. De esta manera se entiende que quien sólo se concentra en algo a medias y espera obtener buenos resultados, en realidad, sólo recojerá un fruto sin madurar del árbol que no ha terminado de crecer.
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Hay personas que practican y practican pero no consiguen destacar por su talento. Creo que no es nada preocupante porque dicha capacidad o destreza aparece con el tiempo y la perseverancia. En realidad, debería decir que el practicante, más que intentar encontrar el talento o la habilidad personal, deberían multiplicar las horas de práctica silenciosa y meditada.
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Por otra parte, ¿qué motivos conducen a una persona al dojo del Budo? Según mi experiencia, puedo asegurar que después del hecho de practicar, esto es lo más importante. Hay personas que empiezan en el mundo del Budo porque quieren hacerse fuertes. Los hay que incluso consideran que gracias a este arte podrán conseguir un buen trabajo o reconocimiento social. También se da el caso de que algunas personas creen que dentro del mundo del Budo podrán ganar dinero y alcanzar fama…
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En fin, hay todo tipo de gustos y propósitos pero me gustaría dejar claro que aquellos que antaño fueron llamados Kensei y ’Bujin no se inquietaban por estos intereses mundanos sino que practicaban sin descanso y destacaban sobremanera por encima del resto de los humanos. El ideal que movía a estas excelsas personas era el convencimiento de que su arte podía mejorar y ayudar al ser humano. Consideraban que si no era para el bien de la humanidad, no era digno de tenerlo en cuenta, ni mucho menos practicarlo…


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