Sumie y Shodô. Los samurai y el pincel

Por Luis Nogueira Serrano y Rebeca Roca Pritchard
European Bugei Society
Fûryûkan Bugei Dôjô
www.bugei.eu
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En ámbitos relacionados a la cultura tradicional japonesa, es frecuente encontrar referencias a la relación entre la espada y el pincel. Aparentemente podría parecer que este nexo es una licencia poética o una simple anécdota por la disparidad de cometidos entre ambos objetos, pero denota una vinculación más profunda y que transciende su utilización.
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Durante el periodo feudal, cuando los samurai se encontraban en los estratos altos de la sociedad japonesa, al menos los más ilustrados tuvieron acceso a alfabetización y a la cultura. El pincel es símbolo de esa distinción y el instrumento al que dedicaron al menos casi tantos esfuerzos como al bugei, las artes marciales. El propósito de este texto es el de ilustrar dicha relación y conocer las disciplinas relacionadas al pincel desde la perspectiva de un practicante de artes marciales. De esta forma profundizaremos en las artes caligráficas y pictóricas que ya citamos en el artículo publicado en El Budoka 2.0 nº 43 sobre Bugei. Para hacerlo, en esta ocasión, tengo el honor de contar con mi compañera y experta pintora, Rebeca Roca, que contribuirá con sus pinceladas de conocimiento en la materia.
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Se estima que los primeros pinceles fude introducidos en Japón fueron durante el periodo Yamato s. III-VIII d.C., que aglutina a su vez los periodos Kofun y Asuka. Posteriormente se atribuye al monje Kûkai 空海 (también conocido como Kôbô Daishi), fundador del budismo Shingon, que viajó a China a principios del s. IX, en tiempos de la dinastía Tang, quien aprendió allí a hacer pinceles y llevó de vuelta a Japón el método de fabricación. En el pabellón del tesoro Shôshóin, del templo de Todaiji en Nara se mantiene una colección de 18 pinceles del tipo tenpyo fude de aquella época. A partir de entonces, Japón comenzó a desarrollar su propia artesanía en la fabricación de pinceles.
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Pero estos no son los únicos méritos de Kûkai, ya que, entre otras virtudes y méritos, era un gran poeta y destacado calígrafo. Su erudición le llevó a escribir el primer diccionario de lengua japonesa, siendo su técnica referencia para las siguientes generaciones.
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En este punto, debemos indicar que los dos propósitos fundamentales del pincel fueron para escribir, que no necesariamente tenía un carácter artístico, y pintar.
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La escritura, por su parte, derivó en una multitud de variantes y propósitos. Entre sus variantes se distinguen cinco estilos:
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– Escritura de sello, tensho: La más arcaica de las escrituras sinográmicas es eminentemente figurativa y mayormente restringida a su uso en sellos hanko, que se realizaban con la técnica conocida como tenkoku. Pero los grabados, ya sean en madera o en piedra sekkoku, aunque requieran una técnica caligráfica excelsa, el hecho de emplear otras herramientas diferentes al pincel nos alejan de la materia.
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– Escritura clerical, reisho: Desarrollada con posterioridad a la anterior por monjes (de ahí su nombre), es una escritura de escriba y se caracteriza por formas rectilíneas que se corresponden con la base del sistema.
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– Escritura normal, kaisho: Representa la forma más estandarizada y formal de escritura. Originalmente se empleaba para transcribir el Sutra del Loto, hokke gisho, pero posteriormente tuvo un gran desarrollo en los periodos Kamakura y Muromachi, principalmente influenciados por el desarrollo del budismo Zen que comentaremos más adelante.
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– Escritura semi-cursiva, gyôsho: Se trata de un estilo en el que los trazos se concatenan con formas más curvilíneas, respetando la forma, pero aceptando un menor grado de formalidad. A su vez, existen tres grados conocidos como kaigyô, seigyô, y gyôso, en función de su grado de “cursividad”.
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– Escritura cursiva, sôsho: Empleada originalmente por los monjes para tomar notas rápidas se convirtió en un estilo en el que se prima la fluidez sobre la forma, liberándose de toda formalidad.
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Evidentemente que el propósito fundamental de cualquier texto escrito es la comunicación documentada. Desde temprana era se escribieron textos sagrados, legales y administrativos, literarios, etc. En era de los samurai, tanto en época de guerras como de paz, era habitual enviar misivas transmitidas por tsukaiban o shisha. Los samurai empleaban un lenguaje específico, tegamibun, en ellas y, por tanto, tenían que estar versados en las artes de la lectura y escritura. Era importante que, más allá del lenguaje empleado, a través de la escritura el emisor mostrase su posición, nivel cultural, etc.
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Sin embargo, el propósito que queremos enfocarnos en este artículo es el artístico de la escritura. En primer lugar, la técnica caligráfica shohô y el propio estudio de los caracteres kanji, shûji , se elevó a un arte conocido como shodô, la vía de la escritura. El estudio de la caligrafía nace en los esfuerzos de los escribas en replicar la maestría de los grandes calígrafos, shosei, chinos, destacando especialmente Wang Xizhi, Ô GiShi en japonés, del s. IV de nuestra era.
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Con el desarrollo del silabario japonés kana, atribuido también a Kûkai, la caligrafía japonesa comienza a desarrollar su propio estilo wayô, aunque mantuvo muy presente la influencia de Wang Xizhi. Durante el periodo Kamakura y el surgimiento del Zen, la tendencia fue el estudio del karayô, o estilo chino.
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Con el ascenso de los Ashikaga, se desarrolló un impulso cultural reseñable que aglutinaba a samurai, monjes Zen, etc., en un Kyôto de prosperidad. Por aquel entonces es cuando el Zen deja una huella significativa en Japón y en el pensamiento samurai. El Zen promueve la meditación en los actos cotidianos y la caligrafía pronto atrajo la atención como una práctica de meditación auto-contemplativa. El iconoclasta monje Zen y posterior abad del templo de Daitokuji en Kyôto, Ikkyû Sôjun, s. XV, tuvo especial importancia en elevar a arte la caligrafía, y fue uno de los elementos de apreciación dentro de la ceremonia del té. Aproximadamente un siglo después, Sen no Rikyû que estudió también en Daitokuji fue el principal estructurador de la ceremonia del té, basándose en principios Zen comunes con el shodô.
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Durante el periodo Edô, promovido por la secta Zen Obaku y la escuela caligrafía Daishi, la caligrafía retomó el estudio pormenorizado de ÔGiShi y se desarrolló el estudio de los 8 trazos del carácter Ei, Eijihappô y los 72 trazos enérgicos de Wang Xizhi, Ôgishi hisseiron jûnishô.
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Por otro lado, la caligrafía ha ido de la mano también de la poesía. La poesía japonesa clásica, waka, se compone de poemas cortos, tanka, y largos, chôka, pero también poemas budistas, bussokusekika, poemas memorizados, sedôka y fragmentos de poemas, katauta. Las formas clásicas devinieron en poesía colaborativa, donde dos o más poetas combinaban sus dotes artísticas en los estilos conocidos como renga y posteriormente el renku o haikai no renga, verso cómico, que fue el origen de los conocidos haiku, desarrollados en el s. XVII. Los haijin, como se conocía a los poetas de estos estilos, desarrollaron todo un estilo estético, de forma que sus obras, no solo traía el verso escrito, sino que incluían una pintura simplista conocida como haiga.
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Los samurai no fueron ajenos a la poesía y, en particular, a la habilidad para concatenar versos. Era una costumbre despedirse de la vida con un poema, jisei, testimonio de sus últimos pensamientos.
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Por su parte, la pintura que se practicaba en el Japón más antiguo es conocida como el Yamatoe, la pintura de los yamato, con la característica de perspectivas singulares, el uso de colores y temática cortesana y de literatura clásica.
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Con la llegada del Zen se introdujo también la pintura suibokuga o sumie (aunque existen matices diferenciadores entre ambas). Se trata de una pintura originalmente monocromática que introduce el agua como un nuevo elemento que permite una alquimia de tonalidades. A través de estos tonos se generan nuevas perspectivas y sensaciones.
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Esta moda hizo que monjes, mercaderes y samurai de alta cuna apreciaran estas obras y las coleccionaran, así como sus instrumentos. Más tarde, durante el periodo Edô, la pintura se convirtió en una práctica de personas ilustradas y su arte fue conocido como bunjinga o nanga, y que refería a los estilos del sur de China. En ese tiempo era habitual emplear para el estudio el conocido como el Manual del jardín de semillas de mostaza kaishiengaden, un volumen impreso de pintura china compilado durante la primera dinastía Qing.
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Retomando el Zen, éste transmitió una versión minimalista en la que una escena de la naturaleza, como flores y pájaros kachôga, los cuatro caballeros shikunshi (un sub-estilo del anterior que incluye cuatro especies, el ciruelo en flor ume, la orquídea salvaje ran, el bambú take y los crisántemos kiku, que se vinculan con las 4 estaciones y las virtudes confuncianas), el paisaje sansui o retrato se simplificaba capturando el espíritu invisible, la vida o el estado anímico. Esta captación permite al pintor, pero también al observador de la pintura, retraerse en un estado auto-contemplativo. La relación entre el Zen y los samurai no es solo contemporánea, sino que esta doctrina tuvo gran acogida entre los guerreros japoneses. Esto se plasma en el Yojijukugo, lema de 4 caracteres, de Yagyu Munenori: KenzenIchinyo, literalmente la unicidad entre la espada y el Zen.
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Parte importante del mérito de transitar de una práctica monacal a una práctica elitista lo tiene Sesshû Tôyô, samurai vinculado al clan Oda, estudió desde temprana edad con la escuela Rinzai de budismo Zen, admirando las obras de la dinastía Song. Esto le llevó a introducir técnicas innovadoras como el haboku (lit. tinta rota) y el hatsuboku (lit. tinta esparcida), suprimiendo los contornos lineales. A partir de él, se empieza a representar las realidades japonesas, sin basarse en los clásicos chinos, y sus técnicas empiezan a tomar otro aspecto original, destacando la luminosidad y la sencillez. Crea su escuela de pintura donde surgen otros importantes pintores. Con todo ello, podemos decir que Sesshû es el padre de la pintura japonesa sumi-e, marcando un antes y un después en la identidad pictórica japonesa.
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Además de Sesshû, listar los samurai que pintaban es imposible, pero nos gustaría destacar la archiconocida figura popular Miyamoto Musashi. En su obra el Libro de los Cinco Anillos, Go Rin no Sho, indica que un guerrero debe dominar no solo la espada sino la ceremonia del té, la escritura y la pintura. Musashi, además de ser un espadachín formidable, fue un reputado pintor. Su obra esconde secretos como se espera de un samurai. Como nos indica el maestro Kobayashi Tôhun, en la obra Kobokumeigekizu (lit. figura de el cantar del alcaudón sobre árbol muerto) las ramas muertas esconden un autorretrato del propio Musashi.
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Para los samurai, ambos caminos del pincel, caligrafía y pintura, transcendieron lo meramente artístico y se convirtieron en herramientas de perfeccionamiento a través de la adquisición de una atención plena, una visión profunda y un riguroso control emocional. Además, en las artes de pincel como en la guerra, un trazo o un corte es algo que no se puede deshacer.
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En nuestra escuela y centro, tenemos el enorme honor de contar con Rebeca Roca, afamada artista y estudiosa del sumie, que ha sido reconocida y premiada en exposiciones en Japón, entre otros países extranjeros. Destaca su participación en la exposición Art Beyond Boundaries que se celebra en Tôkyô y que cede sus obras para exposiciones internacionales itinerantes y que se espera serán expuestas en Valencia, España, este 2022.
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Además, la artista cuenta con el reconocimiento del profesor Arata Shimao, investigador del Tôkyô National Research Institute of Cultural Properties, con especial reconocimiento en sus trabajos sobre Sesshû, y el apoyo de Kobayashi Tôhun, reconocido pintor de fama internacional, presidente de la Asociación Internacional de Sumie y practicante de kenjutsu y la también artista y directora de Art Beyond Boundaries, Kobayashi Harumi Tôsei…


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