Artes Marciales y Espiritualidad

Por Víctor Fernández
Profesor de Taichi Chuan y Qigong
Presidente de la Federación Europea de Reiki
www.reikieuropa.com
www.shenren.es

 

Las artes marciales siempre han estado vinculadas a lo oculto, las historias nos hablan de expertos maestros que no sólo dominaban el cuerpo para realizar prodigiosas hazañas marciales, sino también su mente y su espíritu, gracias a lo cual conseguían mantener el equilibrio perfecto entre el guerrero y el monje, envueltos siempre en un aura de misterio que los convirtieron en leyenda hasta nuestros días.
Sin embargo, actualmente, las artes marciales han evolucionado tanto como los medios de comunicación, hemos pasado de las señales de humo a los teléfonos móviles de última generación. Hoy en día, se prescinde de todo lo superficial y se trabaja de forma casi quirúrgica, incluso matemática, aplicando técnicas y tácticas combinadas con el conocimiento de la psicología del combate y el funcionamiento del cuerpo. Claro ejemplo lo tenemos en sistemas modernos, que no se pueden considerar “artes marciales”, como las MMA o el Krav Maga, estilos de alta eficacia probada y usados por policías y militares de todo el mundo que confían en estos estilos para garantizar su supervivencia.
Los sistemas de combate que eran efectivos hace mil años –artes marciales tradicionales– hoy no nos servirían de mucho para resolver un combate moderno en las calles de cualquier ciudad. Al mismo tiempo, los sistemas de combate modernos se han tecnificado tanto, que han perdido su esencia y lo que podemos denominar su lado espiritual. Incluso las artes marciales que conservan la tradición, han reducido los rituales a las reglas de cortesía más básicas (Rei), olvidando prácticas ancestrales destinadas a cultivar el espíritu, centrándose en la disciplina física y en muchos casos, lamentablemente sujetos a las reglas deportivas que han reducido el concepto “arte marcial” al de “deportes de contacto”, algo que a mi parecer hace mucho daño a los verdaderos amantes del concepto ‘Arte Marcial’ y a los que necesitan aprender a defenderse “de verdad” en la calle.
Cuando una persona aprende a usar su cuerpo para combatir, desarrolla habilidades marciales y adquiere la capacidad de hacer daño a otras personas, pues el objetivo de un arte marcial es causar lesiones al enemigo e incluso la muerte; no hay que olvidarse de eso por mucho que en occidente lo queramos disfrazar de poesía, si alguien aprende a matar, corre el riesgo de convertirse en un psicópata violento y peligroso. En realidad la mayoría de las escuelas de artes marciales no enfocan su entrenamiento en ese objetivo, ya que hoy en día nadie está en peligro de muerte, al menos en teoría, y no se hace necesario estar realmente preparado para un combate, salvo profesionales de la seguridad y la milicia; aun así, la palabra arte marcial lo deja bien claro. Al mismo tiempo, una persona que se pasa el día meditando y recitando poesía, corre el riesgo de volverse demasiado buenista y será incapaz de resolver las cuestiones más básicas de su vida.
Es en este momento cuando entra en juego la palabra “espiritualidad”. Cualquier persona, artista marcial o no, necesita irremediablemente de una filosofía personal de vida que le transmita los valores tradicionales como el Respeto, el Honor, la Compasión, la Sabiduría, la Bravura… valores que le ayudarán a sobrevivir durante las pruebas que la vida pone a todos tarde o temprano, a los que aferrarse cuando todo se tambalea y cuya observancia, templan el espíritu y te completan como ser humano integro y total.
Para desarrollar estos valores, existen una serie de prácticas internas que cualquier guerrero debería conocer y practicar. Por un lado, además del estudio de los textos clásicos, como el budismo zen, el taoísmo y similares, se hace necesaria la práctica de la meditación para aprender a gestionar las emociones y los pensamientos, así como para desarrollar la sensibilidad a la energía (Ki), algo fundamental para recorrer el Bushido (Camino de Guerrero), con éxito y tranquilidad. Si sólo sabemos usar la espada, estamos incompletos. Si sólo sabemos meditar, estamos incompletos. Por tanto, para encontrar ese equilibrio y poder considerar a nuestro arte, un verdadero Arte Marcial, deberemos bucear en nuestra mente/corazón y darle el alimento espiritual que necesitan para su avance, al tiempo que disciplinamos el cuerpo con el trabajo paciente, constante y metódico que nuestra disciplina requiere.
El panorama actual nos ofrece diferentes opciones, en mi caso he encontrado este alimento en una técnica llamada Reiki, un arte que proviene de Japón que surge de las enseñanzas internas del budismo zen y que fue creado en el seno de la Armada Imperial Japonesa en 1922 por un practicante de artes marciales llamado Usui Sensei. Aunque Reiki se encuentra muy relacionado con las terapias naturales y la sanación, existe una variante llamada Reiki Combat, que se enfoca en las necesidades que un artista marcial necesita y, por lo tanto, considero que su práctica es ideal para nosotros.
Reiki nos ofrece diferentes ejercicios internos de meditación, trabajo con la energía Ki y la respiración, que nos permite desarrollar nuestra espiritualidad al tiempo que aprendemos a gestionar y controlar la energía mental-emocional que tanto nos afecta, recorriendo un camino que nos llevará a experimentar el estado de satori, lo que nos permitirá mantener la paz y la serenidad aun en medio de la peor de las tormentas.
Os propongo un pequeño ejercicio de Reiki, también usado en Qigong, que nos sirve para equilibrar el yin-yang y desarrollar la capacidad de transmitir Ki a través de las manos:

• Ponemos las manos frente a frente, los dedos rectos pero relajados, separando las palmas apenas unos 10 cm una de otra.
• Al inspirar, separamos las manos.
• Al espirar, las juntamos sin que lleguen a tocarse.
• La atención permanece entre las manos, así al cabo de unos cinco minutos sentiremos una sensación de calor, hormigueo, presión o efecto imán entre las manos.

Cuando eso suceda y seamos capaces de sentir el efecto imán con facilidad, entonces dejaremos las manos quietas y sólo usaremos la respiración para sentir el flujo de energía entrando y saliendo por las manos.
Sin embargo, si dejamos que “lo visto sea solamente lo visto, lo oído solamente lo oído” y así para todo los sentidos, la mente empezará a notar la experiencia y cómo la vivimos. La mente inicia a saber y vuelve a su sitio, mientras la ignorancia se evapora. Entonces ¿qué se queda? Nada. Tan sólo una cualidad. La mente-esencia es la que sabe que se trata de una experiencia y sabe que en ella todo acaece como lo vivimos. Y nota eso. Ella también sabe que todo esto no tiene sustancialidad, individualidad, espacio, movimiento o tiempo. Esta mente es eterna y atemporal y en ella es donde se detiene el sufrimiento. Todo aparece y desaparece dentro de ese espacio mental.
Si apago un fuego ¿dónde ha ido el fuego? Al norte, al oeste… a ninguna parte. Se ha apagado.
Lo mismo sucede con la mente. Pregúntate dónde está tu mente. ¿En la cabeza? ¿En el cuerpo? ¿Fuera o dentro? Dónde es irrelevante. En verdad, todo lo que hemos “conocido” y hasta aprendido desde que nacimos ha sucedido merced del cuerpo a través de la mediación de la mente. La mente ignorante, atada al mundo, tan sólo ha sacado consecuencias erróneas, que conducen a más dolor, aun no se pueda tampoco decir que la mente esté en el cuerpo.
Por lo tanto, dice Buda, “dónde” no se aplica, es irrelevante. Lo mismo acaece al “qué”, “cuándo” y “quién”. Esta es una verdad muy útil en la práctica. De hecho ese sentirse apretado, angustiado típico de nuestra especie, y que nos lleva a buscar alivio allá donde no se puede encontrar (en el mismo mundo del sufrimiento), es una directa consecuencia del mirar fuera, pero sin observar. Cuando practicamos, lo que sea, estaría bien concentrar la mirada en los espacios vacíos más bien que en los objetos que nos rodean –aunque ellos entren en el campo visual. Por ello algunas tradiciones budistas meditan con los ojos abiertos como por ejemplo el Soto Zen.
La mente Original, así pues es inmóvil, mientras todo el resto fuera se mueve y no le pertenece. Un buen ejercicio práctico es meditar siguiendo la respiración con la conciencia de que la mente que observa sabe que está y es inmóvil, y sabe que lo único que se mueve es la respiración. Esto puede aplicarse a todo y a toda práctica.

 

Lo incondicionado: ¿alguien ha visto mis ojos? ¡No los encuentro!

Todas las prácticas liberadoras o emancipadoras, esotéricas o espirituales, buscan un puente que conduzca a lo incondicionado y a liberarse de las cadenas que nos vinculan al dolor. El nacimiento es dolor y con ello viene toda la secuencia de enfermedad y envejecimiento hasta la muerte. ¿Se puede hallar lo no-nacido en vida? La meditación es el utensilio fundamental para emprender dicha búsqueda. Y como el Taichi es definido como “meditación en movimiento”, hay segura pertinencia con la meditación.
La mente que sabe es presencia mental, conciencia en el instante, que ni siquiera fluye, ya que todo acaece en el espacio mental. No me debo olvidar de que todo lo que conozco ha sido experimentado por agencia de la mente. Así pues, todo acaece aquí dentro. Si no reduzco este espacio, si me mantengo presente conscientemente, ese espacio aumenta hasta lo inconmensurable. Es suficiente probar, fijándose en los espacios vacíos en lugar que en los estímulos sensoriales que nos envían los objetos, y que llenan esos espacios, para experimentar paz, atisbos de ausencia de tiempo y espaciosidad. Los objetos encuentran los sentidos, y eso causa el surgir de sensaciones de placer/rechazo, y por ende del apego.
Ajahn Sumedo suele proponer el ejemplo siguiente para explicar la ambición absurda de la mente limitada de alcanzar lo incondicionado por sus propios medios (Einstein también evidenció el mismo límite). “Supón que veas a alguien que se mueve ansiosamente y que diga “¿Dónde están mis ojos? ¡Puedo ver! Por lo tanto tienen que estar por aquí en algún sitio, pero ¡no los encuentro! ¿Dónde están? Tengo que buscarlos con más ahínco y empeño. ¿Acaso alguien los ha visto?”
Buscar la paz, el fluir con el Tao (o para los combatientes, con las oportunidades que brinda el contrincante), la armonía mediante la mente burda, es como ese señor que va buscando sus ojos sin darse cuenta de que los lleva en la cabeza, y que no es necesario verlos para utilizarlos sabiamente.

 

Correcto pensamiento, esfuerzo correcto

Buda dejó unos utensilios eficaces para liberarnos del sufrimiento. Uno de ellos es el Óctuple Sendero. Sin entrar en detalles, quisiera enfatizar que, incluso en las prácticas internas –si no las desvinculamos de la meditación–, sería útil aplicar los consejos búdicos. Así, para poder ver claramente las trampas en las que cae la mente, hay que notar, “pillarla en el acto” cuando la mente-objetos toma el mando y se encarga de llevar nuestras acciones, movimientos, vida, etc. Hay que hacer un esfuerzo para distinguir a la mente-que-sabe (rigpa para los tibetanos) de la mente-objetos o mente ignorante (marigpa)…


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