Por Toni Giménez
www.tonigimenez.cat
“No hay contrarios, tan solo complementarios; todo forma parte de un todo.”
Alan Watts
Es paradigmático y digno de análisis el caso de Bruce Lee como ser humano. Curiosamente nació en San Francisco mientras su padre, cantante de ópera cantonesa y actor, estaba de gira en occidente. Ésta es ya, de entrada, una curiosa “casualidad”. Bruce era de genética oriental, transmitida a través de sus padres y antepasados, de origen chino, pero de vida social occidental, ya que realizó gran parte de su trabajo profesional y de su vida familiar en Estados Unidos.
Tenía un físico claramente oriental: ojos rasgados, altura no muy alta (aunque más alta que la media de los hombres chinos de su época), gran cantidad de cabello, mirada felina. Pero tenía un espíritu occidental y fue en occidente, en concreto en Estados Unidos, donde pudo desarrollar sus ideas a la vez que compararlas con otros autores, en especial, filósofos y pensadores occidentales.
Los padres de Bruce Lee tenían rasgos físicos orientales; Brandon y Shannon, hijo e hija de Bruce respectivamente, tenían rasgos físicos occidentales, al haberse casado con una mujer occidental, hecho que ya rompía los moldes establecidos en la época que le tocó vivir, tanto en referencia a sus orígenes chinos como a la realidad norteamericana de matrimonios biculturales. Aunque también es cierto que la carga cultural de donde procedemos marca nuestra cotidianeidad, en el caso de Bruce se hace evidente con el hecho de que fuese él quien tuviera trabajo remunerado y su mujer se quedase al cargo de la casa y los hijos, hecho muy arraigado en la cultura tradicional china.
No obstante, su manera de ser y de pensar, o sea su filosofía, fue el resultado de la mezcla, de la fusión, de lo oriental, que llevaba escrito en su inconsciente personal y colectivo, y de lo occidental que le permitió romper con los moldes establecidos, dándole la oportunidad de desarrollar su manera concreta de captar la realidad y de construir su visión del mundo (imago mundi). Encontró en las artes marciales no tan solo una manera de canalizar toda esa energía que llevaba en su interior –que ya se manifestó de manera evidente con problemas en la escuela en su infancia–, dominándola, para expresarla con la máxima plenitud, sino también de darlas a conocer al mundo entero, hecho por el cual tuvo serios enfrentamientos con los congéneres de su propia procedencia cultural.
Tuvo el coraje de hacerlo porque sabía que poseía la capacidad para cambiar esa realidad y mejorarla: romper con los estereotipos y lo anacrónico, haciendo evolucionar tanto el aspecto oriental del arte marcial, en general, como del aspecto occidental. Ambos se habían quedado encallados en sendos caminos y él abrió un camino nuevo o, al menos, hizo desencallar esos caminos.
Bruce es, pues, un ser surgido de la mezcla y para la mezcla, confiándole la responsabilidad de aunar lo mejor de cada cultura (la de procedencia y la de acogida) para no tan solo realizar un buen cocktail final sino que ese resultado supere con creces la calidad de las culturas de procedencia, o sea, entender el todo que mucho más que la suma de las partes.
Por lo tanto, el jeet kune do de Bruce, o sea, su arte marcial propio (aunque él era poco amante de nombres e ideas fijas) es mucho más que un arte marcial entendido de manera cotidiana. Él crea una manera propia de captar la realidad, de hacer camino y encuentra en la belleza de la acción del movimiento su manera propia de comprender la realidad que lo rodea. Detrás de todo ello hay una filosofía que es como un tesoro que hay que descubrir, sin ansia de poder ni riqueza, para, finalmente, mirarnos en el espejo y vernos a nosotros mismos (guión que escribió con el título “La flauta silenciosa” y que años después, cuando ya no se encontraba entre nosotros, se realizó en forma de película bajo el título “El círculo de hierro”)… (artículo entero en la revista)
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