Dharma, sincronicidad y cese del sufrimiento (La mente que sabe)

Por Dr. Marc Boillat Sartorio

Bristol

 

En muchos años de búsqueda en los métodos de la antigua tradición asiática, me he topado con información preciosa hecha de detalles aparentemente insignificantes por lo lógicos que suenan, o tan arcanos que parecen demasiado alejados como para ser útiles. Cualquier practicante o caminante del sendero hacia una vida más significativa y mejor, inicia siempre puliendo lo burdo, como cuando trabajamos materias primas para transformarlas en obras de arte. Ya sea a través del Taichi, del Yoga o del Chikung o de la meditación, como principiantes damos siempre los primeros pasos en aprender formas y secuencias, aunque nuestras mentes se sitúen ya mucho más lejos, en la esperanza de hallar iluminación, paz, efectividad casi mágica… miramos a los maestros y quedamos inspirados. Nuestra atención se posa en lo espectacular… y no prestamos atención a los consejos de los maestros: “relájate, deja ir, no pienses…”. Demasiado obvios.
La información, sin embargo, llega cuando estamos maduros para atraparla, aunque no siempre la madurez sea sinónimo de habilidad en progresar. La información que puede hacer la diferencia en nuestra práctica, y por ende en lo que ella desarrollará, es llamada “campo de información” en física cuántica. Son detalles que entran en nuestro universo y que nos cambian la vida y la de los que nos rodean. Es llamativo cómo la actual mecánica cuántica vaya confirmando las prácticas tradicionales orientales. Al final todos los caminos llevan a una sola realización. El problema es que esa realización siempre ha estado delante de los ojos esperando el “despertar”. Desdichadamente, y pese a las prácticas, para muchos de nosotros dicha realización no se concretiza nunca, ya que estamos demasiado fijados en buscarla, pero poco duchos en observar.
Personalmente creo que la sincronicidad sea un indicador muy importante. Las cosas suceden porque tienen que acaecer, y hechos que nos parecen simples coincidencias pueden realmente impulsarnos hacia un salto de calidad indescriptible, si sabemos observar y notar su presencia y su mensaje. Uno de estos campos de información ha sido un texto reciente que he estudiado acerca del Dharma, la enseñanza de Buda, procedente de la tradición de la “selva” (Theravada). El texto es muy denso tratando en profundidad de un concepto que, hasta que se queda conceptual, poca utilidad práctica brindará. Sin embargo, si la madurez es suficiente y la práctica también, puede conducir a una comprensión muy profunda capaz de hacer girar nuestra práctica de 180 grados. Trataré de transmitir, de manera sucinta, las partes salientes del libro “Small boat, great mountain” (pequeña embarcación, gran montaña), de Amaro Bhikkhu, esperando lograr un mensaje simple aun que efectivo.
La mente que sabe es vacía
Todos hemos oído hablar de este concepto, o de vaciar la mente, al fin de alcanzar la Mente Original, como se define en el Zen. La frase es comprensible en cuanto a sucesión de palabras ordenadas y conocidas, pero… ¿qué significa cuando tratamos de practicar Taichi, Zazen u otra práctica mediante ese utensilio supremo? A veces su significado resulta tan arcano que, bueno, lo dejamos para algún día, esperando que la comprensión se produzca por sí sola. Mientras, seguimos con nuestra vida corriente, dominada por la Mente Adquisitiva, en el trágico juego de los dos remadores que reman cada uno en sentido contrario. Ninguna progresión excepto en la estética de las secuencias.
Agua y Aceite
El maestro Ajahn Chah utilizaba a menudo metáforas para estimular la búsqueda genuina, para “quitar la tierra debajo de los pies” de los practicantes.
–    ¿Habéis visto agua corriente alguna vez?
–    Claro que sí Maestro.
–    Y ¿habéis visto el agua estancada?
–    Evidentemente, Maestro
–    Y ¿qué tal el agua corriente estancada?
–    Eso nunca se ha visto Maestro.
La mente que sabe, es natural. Siempre está ahí pero queda contaminada por la mente que no sabe. La mente Original es el aceite, y las sensaciones sensoriales (la base de la mente ignorante o mente-objetos) –que no sabe– es el agua. En una botella, agua y aceite tienden a separarse. Es su naturaleza. No se mezclan nunca. Nuestras vidas, sin embargo, son ajetreadas y hemos de “inmiscuirnos” en situaciones poco benignas desde un punto de vista de progreso en la práctica. Avidez, apego, aversión, antipatías, hasta llegar a los verdaderos conflictos para… sencillamente tener más… devenir alguien o conseguir algo. Es el mundo flotante de los sentidos. Si agitamos la botella agua y aceite se mezclan, pero esa no es su naturaleza. Si dejamos que se calmen, el aceite se separa del agua y se pone encima de ella. Esta es la primera cosa que la mente tiene que saber.
La mano coge la forma del objeto que atrapa
Cuando cogemos un objeto y lo sujetamos, la mano debe necesariamente adaptarse a la forma de lo que agarra. Igualmente, cuando los sentidos perciben algo, la conciencia entra en juego y determina si lo percibido le gusta o no. Nacen los impulsos de placer y de rechazo. No hay ecuanimidad, cualidad esencial por ejemplo en la práctica del Taichi o para “dirigir sin dirigir” el Chi en el Chikung.
Cuando la mente queda atrapada por los objetos del mundo exterior, ha salido de su sitio y ha ocupado el objeto, haciéndolo suyo. Pero las cosas van diversamente. Es como en el chiste de aquel rico que “tenía muchísimas cosas”, pero no se había dado cuenta que eran sus cosas que le poseían a él, pues siempre estaba ajetreado y preocupado por ellas. Entonces la mente se convierte en lo visto, oído, tocado, olido, pensado… esto es fácilmente comprobable en la vida cotidiana, por ejemplo con las preocupaciones o los miedos. Esta es la segunda cosa que mente debe saber.
El miedo
La ignorancia –no saber– para Buda, y también para Lao Tze, es una terrible enfermedad. Ella es la base del mundo adquisitivo que crea la cadena de esclavitud del hombre, que salta de rama en rama en pos de algo que no puede ser conseguido. Trata de pisar su sombra y de ello nace el sufrimiento, aunque de vez en cuando logremos algún momento de paz y placer. Pero incluso estos momentos militan a favor de más dolor venidero. ¿Por qué? Porque el miedo más poderoso es el miedo a perder lo que preciamos –baste pensar en el difundido “miedo escénico”. Las enseñanzas dicen de dejar ir todo lo que tememos perder… fácil a decirse ¿no? Sin embargo, hay una diferencia crucial entre miedo y peligro; el peligro es actual, real, existe ahora, pero el miedo es una creación de la mente ignorante que “se echa fuera”, imagina siempre lo peor (porque aborrece perder lo que le interesa) y toma la forma de… ¡el miedo! Su origen está en los pensamientos de futuro. El miedo está siempre relacionado con el futuro y las eventuales consecuencias nefastas.
Estructuras absolutamente irreales, pero relativamente reales
No es el caso de negar el mundo flotante como si fuera tan solo una construcción de nuestra mente. Evidentemente, lo que percibimos está teñido de nuestro entendimiento ignorante de la vida, del Yo y de lo Mío, pero lo material allí está. El hecho es que la mente Original sabe que ella no es “eso”. El mundo se convierte en nosotros con todos sus requerimientos, penas, problemas y placeres porque funcionamos según un esquema de cuerpo-personalidad: “Yo soy”…. y normalmente sigue la edad, la nacionalidad o la ciudad, qué trabajo desempeñamos, si estamos casados o solteros, y si tenemos hijos. Eso debería ser un YO. Bastante limitador…


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