Entrevista al maestro Christian Faurillon

Un viaje del “Jixiao Xinshu” al “Okinawa Den Bubishi”
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Por J. Sala
El Budoka 2.0
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A recomendación de nuestro colaborador, el maestro Sergio Hernández Beltrán, de sobra conocido por nuestros lectores como autor de múltiples artículos sobre diversas artes marciales, maestros, armas, y un largo etcétera, así como autor de un libro sobre el estilo Toyama ryu Batto jutsu, nos pusimos en contacto con el maestro Christian Faurillon para interesarnos por su obra L’OKINAWA DEN BUBISHI: Le manuscrit des initiés.
Gratamente descubrimos un maestro con un currículum impresionante, con una experiencia y un bagaje que le proporciona los conocimientos, la tenacidad y los contactos para acometer el libro citado.
Con una amabilidad y paciencia sin límites por parte del autor, pues la traducción así lo requirió, esta editorial ha publicado la versión en español bajo el título El Okinawa Den Bubishi. El manuscrito de los iniciados. Y tuvimos que poner a prueba su paciencia por que la traducción no ha sido sencilla ni rápida como tampoco lo sería la confección de este espléndido trabajo… aunque a buen seguro los dos años que precisó el autor superan con creces los meses de trabajo empleados en la traducción. Y créanme que el esfuerzo valió la pena.
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Me pregunto si tras acabar el trabajo que le llevó su libro L’OKINAWA DEN BUBISHI: Le manuscrit des initiés, de haberlo sabido de antemano, se lo hubiera pensado dos veces…
No, creo que no. Sin embargo, me habría preparado en consecuencia, cuidando de profundizar de antemano en ciertas áreas que tendía a descuidar o por las que sólo tenía un interés limitado, como las matemáticas o ciertos conceptos herméticos derivados del budismo. Para ser sincero, ante las dificultades, a veces pensaba que ciertos obstáculos serían insalvables. En esos momentos, optaba por hacer una breve pausa, antes de retomar mi trabajo con mayor determinación. De hecho, mi temperamento me incita naturalmente a perseverar.
Un amigo me puso una vez el apodo de Pitbull, y probablemente con razón. Es un poco como una de esas peleas en las que, aunque sabes que tienes muy pocas posibilidades de ganar, es impensable rendirse. Por razones éticas, y también como reto personal.
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El maestro Christian Faurillon en su Dojo de Okinawa.

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¿Antes de empezar el serio y riguroso trabajo, usted ya sospechaba que había algo oculto… tenía alguna intuición al respecto?
Sí, desde luego. De hecho, eso fue lo que me impulsó a profundizar en el tema.
Mi primer encuentro con el Bubishi fue cuando se publicó el libro del maestro Ōtsuka en 1986. Me llamó la atención el nombre de la heroína, Fāng Qīniáng (七娘), escrito con caracteres chinos. Pero en aquel momento estaba demasiado ocupado para embarcarme en un estudio en profundidad de la obra. Y, mirando atrás, me alegro de haberlo hecho: entonces tenía muchos menos conocimientos –sobre diversos temas relacionados– de los que he adquirido desde entonces. No creo que hubiera sido capaz de alcanzar el nivel de desciframiento que tengo hoy. Algunos maestros japoneses suelen decir que no se debe transmitir una enseñanza a alguien que no está preparado para recibirla. Ese debió de ser mi caso en aquel momento.
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En el epílogo describe muy detalladamente todo lo que usted precisó para este trabajo, ordenadores, pantallas… algunos más sorprendentes como una brújula china, tuvo que hacer diversos cuadros, esquemas, etc. Y tomar mucho café… Es una buena forma de poner en valor el esfuerzo y la dedicación que precisa un libro de estas características…
Para un asiático moderno ya supone un esfuerzo considerable proyectarse en la mente de sus antepasados lejanos, cuyo modo de vida y forma de pensar difieren profundamente de los suyos. Así que imagínense cómo es para un occidental, un europeo: el proceso es infinitamente más complicado. Gran parte de la dimensión esotérica del Okinawa-den Bubishi se basa en conceptos y reglas derivados del taoísmo, sobre todo en lo que respecta a las nociones de tiempo y espacio. Trabajar con el ordenador me permitió realizar análisis precisos, incluyendo clasificaciones, comparaciones y síntesis, facilitadas por la posibilidad de crear gráficos en color. La brújula china, subordinada a los principios del feng shui, me permitía destacar determinados conceptos según su orientación asociada. Sin embargo, mi verdadero problema con el ordenador era el tamaño limitado de la pantalla. Para facilitar la lectura, tuve que recurrir a dibujar a mano diagramas y esquemas de ¡más de 120 cm cuadrados! En cierto modo, es una unión de alta y baja tecnología, un guiño al principio del yin y el yang que impregna todo el libro. En cuanto al café… se había convertido en un auténtico ritual. Me pregunto si no le debo mucho más de lo que me gustaría admitir.
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Sin hacer ningún espóiler, de todo lo que usted explica ¿hay algo en especial que le hiciera saltar de la silla…?, porque no son pocos los descubrimientos que usted comparte.
Tras haber dedicado, por pasión, mucho tiempo a trabajar y estudiar los conceptos vinculados, entre otras cosas, al culto original Amamiku y a las tradiciones chamánicas de las islas de Okinawa, suelo recomendar a los practicantes que deseen profundizar en la riqueza y profundidad de las artes marciales okinawenses que se interesen también por las creencias religiosas locales. En particular, merece especial atención la herencia de los Noro (Nūru), los sacerdotes-chamanes del reino de Ryūkyū, todo lo cual forma, en mi opinión, un todo íntimamente ligado. En esta exploración, esperaba quedarme en el terreno del simbolismo esotérico. Así que me sorprendió descubrir que ciertas partes del Okinawaden Bubishi incorporan conocimientos científicos encriptados mediante las llamadas ¡matemáticas védicas! Esta revelación me hizo saltar literalmente de la silla: de repente, el alcance de esta obra había adquirido una dimensión totalmente nueva.
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Usted lleva más de 50 años sobre el tatami (Judo, Karate, Kobudo…). Cuando vuelve la vista atrás ¿hubiera imaginado todo el camino que ha recorrido?
Hay que reconocer que no fue fácil. Vivir en la sociedad japonesa en los años ochenta no era fácil. En aquella época, los extranjeros eran mucho más escasos que ahora, y Japón era más cerrado que hoy. Muchos de mis compatriotas occidentales no consiguieron integrarse. Otros sí. Depende mucho de la motivación, pero también del carácter.
Personalmente, nunca he intentado imitar a los japoneses. Siempre me he sentido profundamente francés, con un cierto distanciamiento de las cosas. Y sin embargo, no sin sentido del humor, el maestro Toszawa me decía a menudo: “Eres diferente… ¡eres japonés!”, tal vez porque tenía esa capacidad de captar el sentimiento japonés, ese sentimiento tácito difícil de expresar con palabras.
Personalmente, me atraían los dojos en los que los extranjeros eran poco frecuentes, y no siempre bien recibidos. Rápidamente me di cuenta de que los grandes dojos de renombre de la época adaptaban gran parte de su enseñanza a los alumnos extranjeros. Eso no era lo que yo buscaba. Lo que me interesaba era lo que permanecía oculto a la vista, lo que no se revelaba fácilmente. Mirando hacia atrás, a veces me pregunto si una cierta dosis de temeridad –sin duda ligada a la juventud– no es una de las bases del “éxito”…
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Practica usted un estilo poco frecuente como es Isshin Ryu Karatedo del que obtuvo el menkyō otorgado por Sokeï Shimabuku Kichirō, hijo del fundador. ¿Dónde descubrió el estilo? ¿Qué le atrajo de él? ¿Cree que por ser menos difundido ha logrado mantener su esencia más pura?
Tras haber practicado estilos relacionados con la corriente Shōrin, Gōjū-ryū y Kobudō; Isshin-ryū, que sintetiza estos tres elementos, se impuso en mi mente como una evidencia.
A finales de la década de 1980, ya había intentado acercarme a este estilo. Sin embargo, al vivir entonces en el Japón insular, me resultó difícil acceder a él: el estilo fundado por Tatsuo Shimabuku no tenía dōjō en Tōkyō por aquel entonces, y no había ninguna obra de referencia en japonés disponible en el mercado. No fue hasta que me mudé a Okinawa que finalmente tuve acceso a la enseñanza de este estilo, transmitida por el hijo mayor del fundador, el maestro Kichirō Shimabuku. Aunque sigue siendo relativamente desconocido a nivel local –sobre todo en el sur de la isla–, el Isshin-ryū se ha desarrollado a nivel internacional, especialmente en Estados Unidos. De hecho, se le ha apodado el Shotokan americano, debido al gran número de personas que lo practican. Hoy en día se estima que hay más de 50.000 practicantes de Isshin-ryū en todo el mundo, lo cual no es nada desdeñable. Podríamos establecer un paralelismo –bastante audaz, hay que reconocerlo– con el budismo: nacido en la India, hoy tiene poca presencia allí, aunque haya florecido en otros lugares. Actualmente estoy escribiendo un libro en francés sobre este estilo para darlo a conocer mejor a los practicantes francófonos.
Tatsuo Shimabuku, el fundador, encarna un raro equilibrio entre el respeto a la tradición y el deseo de innovación. Al optar por fusionar los estilos Shōrin y Gōjū, incorporando después su propia sensibilidad técnica, a veces ha suscitado reservas. Algunos le han criticado por haber personalizado demasiado ciertos fundamentos, desestabilizando así a los practicantes apegados a un Karate más rígido –influenciado por los grandes estilos del Japón metropolitano, donde las posturas son más bajas, más codificadas, aún más rígidas–. Sin embargo, es precisamente este enfoque, arraigado en la tradición pero abierto en su expresión, lo que confiere riqueza al estilo que creó. Refleja la vitalidad de un Karate en movimiento, capaz de evolucionar sin traicionar nunca sus raíces.
En lo que a mí respecta, este estilo representa la culminación de mi propia carrera. Me habla tanto por su profundidad como por su libertad. Dicho esto, entiendo que cada practicante puede proyectar en él sus propias expectativas. Así que dejo a cada uno la libertad de formarse su propia opinión, guiado por la experiencia más que por el dogma.
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En 2007 se instaló definitivamente en Okinawa… ¿qué le motivó a quedarse allí?
No puedo asegurarlo, pero al menos ese es el espíritu con el que siempre he seguido adelante, porque nadie sabe lo que nos deparará el mañana. Mi profundo apego a Okinawa se remonta a mi primer encuentro con el archipiélago, a principios de 1993-1994. Hacía ya mucho tiempo que alimentaba la idea de descubrir esta isla apodada con razón «la cuna del Karate». Preveía un periodo de estudio, tanto marcial como histórico. Pero antes tenía que consolidar los cimientos que pacientemente había construido en el Japón continental: no se puede vivir de amor y agua dulce. Así que me subí a mi moto de cross, embarqué en un ferry en Tokio y, 52 horas después, emprendí el viaje.
Hay que decir que dominar la lengua japonesa facilitó mucho las cosas. A partir de ese momento, todos mis esfuerzos se dirigieron hacia un único objetivo: instalarme algún día en Okinawa. No fue fácil, sobre todo porque en aquella época era la prefectura más pobre de Japón. Encontrar un trabajo bien remunerado ya era un quebradero de cabeza para un japonés, así que se pueden imaginar los obstáculos a los que se enfrentaba un extranjero. Pero fue en 2007 cuando di el paso. Sólo tardé unos meses en incorporarme a una empresa local, donde trabajé hasta que me jubilé en 2021. Desde entonces, me he dedicado a profundizar en mi pasión por la historia, la cultura y las tradiciones de Okinawa, artes marciales incluidas.
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En 2019 inauguró usted su propio Dojo en Okinawa… ¿qué puede contarnos al respecto? ¿Qué sensación tiene? ¿Qué disciplinas imparte?
Fundé mi dojo por dos razones principales. La primera se remonta a 2019, cuando vivía en Okinawa. En aquel momento, solo tres dojos seguían representando nuestro estilo en la isla. Sentí que abrir un cuarto ayudaría a consolidar esta estructura ya frágil, al aumentar la visibilidad y la durabilidad de nuestra tradición. La segunda razón, más íntima, era una necesidad personal: disponer de un lugar donde poder entrenar libremente, a cualquier hora del día o de la noche. En este sentido, el dojo funciona hoy más como un espacio privado que como un lugar de enseñanza pública. No rechazo alumnos, pero sólo recibo a adolescentes de 13 o 14 años y a adultos, y eso bajo ciertas condiciones.  A finales de los años 90 enseñé Karate en Japón, primero en Chōfu y luego en Tokio. Fue una experiencia tan gratificante como exigente. Hoy en día ya no deseo hacer de la enseñanza mi principal objetivo; a medida que envejezco, prefiero dedicarme a la investigación personal. Por eso llamo a esta segunda motivación «egoísta», en el sentido aceptado de la palabra. En cuanto a la disciplina que se enseña en mi dojo, oficialmente me ciño al Isshin-ryū. Pero, ¿puedes realmente ignorar todo lo que has aprendido a lo largo de los años? No lo creo.
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Con todo respeto, pero que un gaijin abra un dojo allá no debe ser algo común. ¿Fue complicado todo el proceso previo?
No te equivoques, no soy ni el primero ni el único. Que yo sepa, y aparte de las bases americanas, hay tres o cuatro dōjō de Karate dirigidos por extranjeros, sobre todo estadounidenses –lo cual tiene sentido dada la historia local–. Por otro lado, en realidad soy el único francés en esta situación. Contrariamente a lo que podría pensarse, abrir un dōjō en Okinawa no es particularmente difícil, siempre que la autorización sea concedida por tu maestro. Dicho esto, ni que decir tiene que el dominio de la lengua japonesa es una baza esencial que no hay que pasar por alto. Por otra parte, si tu objetivo es ganarte la vida exclusivamente con ello, te lo desaconsejo totalmente. En Okinawa hay más de 400 dōjō en activo: la competencia es feroz. El Karate, como el Kobudō, sigue siendo una disciplina de élite, en el sentido de que cada vez menos jóvenes –y niños en particular– se interesan por ella hoy en día.
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Volviendo a su libro, sus afirmaciones sobre los términos Shorei y Shorin, sorprenden y dejarán perplejo a más de uno… ¿Qué sensaciones tiene al respecto?
No es tan sorprendente, en realidad, si tenemos en cuenta el origen de estos términos. Shōrei y Shōrin fueron adoptados por los maestros Itosu y Funakoshi a partir de los contenidos del Okinawa-den Bubishi. Hay que subrayar, sin embargo, que Shōrei en particular no corresponde a ningún estilo históricamente atestiguado, ni en Okinawa ni siquiera en China. Se trata más bien de una construcción clasificatoria, sin una base técnica o genealógica claramente establecida. Además, el propio Funakoshi expresó algunas dudas en cuanto a la atribución de los kata: según la edición de sus escritos, algunos de ellos van de Shōrei a Shōrin, o viceversa. Esto refleja una incertidumbre fundamental. Me limito a ampliar aquí los análisis formulados hace tiempo por dos reconocidos historiógrafos, Kasao Kyōji (笠尾 恭二) y Kinjō Akio (金城 昭夫), que cuestionan no solo la pertinencia del término Shōrei, sino su misma legitimidad histórica. Comparto plenamente su punto de vista. Mi objetivo no es escandalizar, sino poner en perspectiva una clasificación que con demasiada frecuencia damos por sentada. A la luz de los hechos, cada cual puede formarse su propia opinión.
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Usted analiza y valora diferentes copias del Okinawa Den Bubishi… pero previamente estudia el Wubei Zhi, el Jixiao Xinshu y el Okinawa Den Bubishi… ¿Lo tenía ya previsto de antemano, o todo el proceso fue creciendo y adaptándose a los descubrimientos que usted fue haciendo?
Sí, ese era parte de mi plan inicial, en la medida en que algunas de las figuras marciales presentes en el Okinawa Den Bubishi tienen sus orígenes en el Wubei Zhi, que a su vez toma elementos del Jixiao Xinshu, el más antiguo de los tres. Por lo tanto, había planeado estudiarlas juntas para comprender mejor la transmisión y evolución de estas formas. Dicho esto, el proceso no ha sido rígido: a medida que avanzaba la investigación, ciertos descubrimientos inesperados han enriquecido o modificado mi enfoque. He querido ofrecer a los lectores no sólo un análisis comparativo, sino también las herramientas que les permitan, a su vez, establecer sus propias conexiones entre estos textos.
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Se encontró usted con lenguaje críptico, con palabras con diversos sentidos para complicar su interpretación, leyendas y números ocultos… ¿Es un buen puzle difícil de encajar, no es así?
Efectivamente, de hecho se podría decir que es como montar un rompecabezas, pero al mismo tiempo es una serie de enigmas que hay que resolver. Es como una lección metida en diversos cajones: en cada cajón se esconde otro, luego otro… Y luego están las muchas trampas. Si se piensa en ello, uno se da cuenta de que prácticamente no hay lugar para el azar. Todo parece ordenado, coordinado, casi diseñado para restringir el acceso a los no iniciados. En cualquier caso, esa es la impresión tan clara que me llevé.
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La segunda parte titulada La cara oculta del Okinawa Den Bubishi, el proceso de descifrar los 48 grabados, las matemáticas, y su entrevista con un miembro de las 36 familais de Kumé, parecen los ingredientes de una obra de misterio más que las indagaciones de un maestro de artes marciales que pretende descifrar un antiguo libro…
Es cierto que esta parte del libro, con sus grabados por descifrar, sus secuencias matemáticas y sus encuentros inesperados –como el de un descendiente de las 36 familias de Kumé–, puede evocar una investigación policial. Pero el tono es evidente: el Okinawa Den Bubishi es un texto enigmático, construido como un laberinto. Para desentrañar sus misterios he tenido que adoptar un enfoque de investigador, combinando intuición, rigor y paciencia.  Esta investigación, mucho más que un simple estudio marcial, resultó ser una auténtica búsqueda de un tesoro intangible. Me abrió puertas que nunca había imaginado, me permitió conocer a algunas personas extraordinarias, en particular al maestro Kadekaru (嘉手苅), historiador de las artes marciales y profesor de la Universidad de Okinawa. Siempre me ha fascinado el mundo de las artes marciales, y aún hoy sigue alimentando mi pensamiento y mi desarrollo.

Maestro Christian Faurillon, muchas gracias por sus palabras, por su tiempo, pero sobre todo por compartir con los aficionados sus investigaciones.

Me gustaría darle las gracias por esta entrevista, así como a Editorial Alas por publicar el Okinawa Den Bubishi en español. España es un país especialmente dinámico en lo que se refiere a las artes marciales, y es estupendo ver a tantos practicantes y entusiastas buscando documentos basados en fuentes auténticas. También me gustaría expresar mi profunda gratitud al maestro Sergio Hernández Beltrán, cuya contribución fue crucial para que esta publicación haya visto la luz…


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