Por Luis Nogueira Serrano
Presidente European Bugei Society
Fûryûkan Bugei Dôjô
www.bugei.eu
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En el vasto corpus de las artes marciales tradicionales japonesas, el iaijutsu ocupa un lugar singular por su equilibrio entre eficacia técnica y profundidad espiritual. Su estudio no sólo implica la adquisición de habilidades marciales precisas, sino la comprensión de una estética del gesto, del tiempo y de la atención. En el iaijutsu, la acción y la quietud no se oponen: se integran en una misma secuencia rítmica.
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Más que una técnica de combate, el iaijutsu constituye un lenguaje corporal y filosófico que articula la presencia del individuo en el espacio y en el instante. Su práctica es un diálogo silencioso con el vacío, el ma (lit. “intervalo”), donde la percepción del tiempo y la precisión del gesto determinan el sentido de la acción. A través de sus kata, el practicante no sólo busca la eficiencia del corte, sino la armonía entre mente, cuerpo y entorno, en una disciplina donde el dominio del instante equivale al dominio de uno mismo.
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La historia del iaijutsu no puede desligarse de la evolución misma de la espada japonesa nihontō y el cambio de paradigma en el uso de la hoja en la sociedad samurái. Aunque las raíces del uso de la espada en Japón se remontan al periodo Kofun y los mitos del Kojiki y Nihon Shoki, la sistematización de técnicas de desenvaine comienza a ocurrir cuando la espada curva —tachi y luego katana— domina el panorama militar.
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Durante el periodo Kamakura (1185–1333), con frecuentes confrontaciones montadas y una élite guerrera que dependía del caballo, emergió la necesidad de técnicas que permitieran extraer la hoja rápidamente en medio del caos del combate. La espada curva ofrecía ventajas para el desenvainado rápido, pero exigía desarrollos técnicos particulares. En el volumen 4 del ippen hijirie datado en 1299 figura un guerrero tratando de desenvainar una espada estando en combate por lo que las técnicas podrían remontarse a periodos muy anteriores a los que se dan por seguros.
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Sin embargo, el iaijutsu tal como lo conocemos surge más claramente hacia los siglos XVI–XVII, en la transición entre los conflictos Sengoku y el establecimiento del shogunato Tokugawa. Muchos tratados marciales atribuyen la formulación del desenvaine sistemático al legendario Hayashizaki Jinsuke (1542–1621), quien habría creado una metodología para vencer incluso estando en desventaja —por ejemplo, oponentes armados con tantō frente a una espada larga aún en la saya. No obstante, no se han encontrado textos originales de Hayashizaki ni de sus alumnos inmediatos, siendo un pergamino de 1643 atribuido a un alumno de Nagano Murakusai (alumno directo de Hayashizaki) la primera referencia escrita en la materia.
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Con el tiempo, el iaijutsu se irradiaría en más de doscientas de escuelas ryūha diversificadas, algunas centradas en formas sentadas, otras en técnicas de pie, y muchas con incorporaciones filosóficas y rituales que fueron moldeando su praxis hasta la era moderna. Así, el iaijutsu puede entenderse como la cristalización técnica y filosófica de milenios de confrontación samurái, llevada a su expresión mínima: el instante entre no-hacer y acto letal.
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La característica definitoria de esta disciplina es que comienza siempre con la espada en la saya. No se trata de proceder desde la guardia con la espada ya empuñada (como en el kenjutsu convencional), sino de articular el desenvaine como un único movimiento fluido e inseparable. En muchos tratados se afirma que sin capacidad de extraer, no puede haber estrategia marcial. Es decir, el acto de desenvaine no es un preludio sino el núcleo mismo de la técnica.
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Este rasgo es lo que da origen al término nukiuchi (lit. atacar al extraer). En el iaijutsu, el momento del corte y el del desenvaine están fundidos en una unidad temporal indivisible. Esta característica técnica distingue al iaijutsu de otros estilos de espada donde el movimiento se divide en fases separadas.
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Terminológicamente el término iai tiene dos dimensiones:
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– Originalmente por oposición al término tachiai (lit. confrontación en pie) al de iai (lit. confrontación sentada) con una connotación de manejo en interiores. Aunque muchas de las tradiciones desarrollan secuencias de kata en suelo, estas prácticas estaban orientadas a desarrollar las habilidades pertinentes para adquirir maestría en el dominio del desenvaine y el corte, de forma que posteriormente se entendió que el iai abarcaba así también el tachiai.
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– Pero en paralelo, el término iai incardina profundas connotaciones filosóficas o con un trasfondo personal representado en la frase iinagara ni shite awasu (lit. estar siempre preparado para responder. En ese sentido el iaijutsuka o bugeisha debe entrenar para permanecer siempre en un estado de presencia constante, estando preparado para enfrentar cualquier amenaza sin perder la compostura. El Ofu Onkachu Bugei Hashiri Mawari, un manual del siglo XIX, indica: “i significa mantener la propia mente en posición de fuerza e integridad, y ai significa estar constantemente preparado en un estado de calma. Nunca perder la propia capacidad de reacción en ningún momento es iai”. Esto es la unidad entre quietud mental y la capacidad de responder dinámicamente como principio más profundo del iaijutsu.
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Sus secuencias de kata se estructuran a través de un circuito cíclico compuesto de cuatro fases:
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– nukitsuke, fase de desenvaine
– kiritsuke, fase de corte
– chiburi, acción de sacudir la sangre
– nōtō, envainar la espada
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De forma que estas cuatro fases componen en esencia una visión filosófica de expandir en las primeras dos fases y contraer en las dos últimas, permaneciendo en un estado de alerta, antes y después, zanshin.
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Las técnicas del iaijutsu se organizan en tres dominios principales: sentado, de pie y en movimiento.
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Las formas sentadas, zagyō, son consideradas la base original de la disciplina. Se ejecutan desde posturas como seiza, tatehiza, agura o geza. En ellas, el practicante ha de superar las restricciones físicas impuestas por el cuerpo y la rigidez anatómica para lograr un desenvaine rápido y fluido pese a las limitaciones de movilidad.
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Estas técnicas ejercitan la conciencia de linealidades mínimas, ajustes corporales invisibles, control de la cintura y del desplazamiento interno (sin desplazamiento espacial aparente). Muchas escuelas comienzan su enseñanza con formas sentadas antes de avanzar a técnicas de pie o caminando.
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El desarrollo hacia el combate requiere llevar el iaijutsu al plano de pie. Las técnicas ritsugyō permiten actuar desde el posicionamiento vertical, lo que abre posibilidades de desplazamiento, ángulos de ataque más amplios y adaptación a escenarios más agresivos. En esta modalidad, el desenvaine se combina con cortes más amplios, cambios de kamae y recuperación de espacio.
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Aquí también se hace esencial el manejo del maai, distancia espacial / temporal, de manera más deliberada, ya que el espacio entre combatientes puede variar. La transición entre estar quieto y moverse exige precisión en el timing, combinado con el control de la mirada y del espíritu, metsuke.
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El nivel más avanzado incluye técnicas en desplazamiento hokō: dibujar y cortar mientras se camina o se mueve. En este reino, el movimiento previo ya no es pausa total, sino una preparación sutil para el acto decisivo. El iaijutsu dinámico exige que el reo de la distancia y la distorsión espacial (giros, ángulos variables) no interrumpan la unidad del gesto de desenvaine y corte.
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Las aplicaciones de las secuencias son inabarcables, desde desenvaines en enfrentamientos nocturnos, en recintos confinados o abarrotados, así como tácticas y estratagemas para resultar exitoso en los encuentros que tuviera que enfrentar.
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Las escuelas más tempranas en incorporar esta disciplina lo hacían adjunta a la esgrima kenjutsu y a otras prácticas de defensa personal jūjutsu indistintamente. El correcto uso del desenvaine estaba indisolublemente unido al correcto desempeño de las técnicas de corte, así como poder enfrentar situaciones de asalto en corta distancia. Prácticas como el nuki tōdome gaeshi (lit. contrar la detención del desenvaine de la espada) precisamente enfatizan esta situación, el atacante intercepta el desenvaine previniendo que se complete y el defensor debe conseguir una respuesta ya sea aplicando técnicas cuerpo a cuerpo o buscando una maña para lograr el desenvaine efectivo para lograr su supervivencia.
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Esto nos lleva a descubrir que aunque la versión predominante del iai es su práctica en solitario que busca la perfeccionamiento técnico, existen otras formas de practicarlo y desarrollarlo como son los ejercicios por parejas sin contacto usando iaitō, las prácticas de contacto usando bokken o fukuro shinai, incluso empleando técnicas de combate cuerpo a cuerpo.
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El iaijutsu está íntimamente ligado a conceptos estéticos japoneses como johakyū (lit. preámbulo-ruptura-precipitación), un principio rítmico que regula el desarrollo de la acción. En las formas clásicas, el movimiento del desenvaine se inicia con un tramo lento y controlado (jo), pasa por un desarrollo de tensión o aceleración (ha) y culmina con la explosión decisiva (kyū). En el contexto del nukiuchi, incluso el desenvaine puede internalizar este ritmo: la aceleración no es caos, sino una progresión organizada del principio al clímax. Este principio temporal no es meramente estético, sino funcional: imprime un orden interno al movimiento, permitiendo que la velocidad no degrade la limpieza, y que el corte emerja con integridad técnica.
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Otra dimensión esencial es su calidad estética: se articula como una danza de silencio, explosión y retorno. Primero shizu (lit. calma, quietud), luego el estallido del dō (lit. movimiento), y finalmente sei (lit. quietud final). Esta estructura tripartita resuena con el principio johakyū: la forma debe nacer suave, tensionarse y culminar con intensidad, sin ruptura visible, para luego retornar al silencio.
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Este contraste entre reposo y acción es lo que da “corte”: no solo en la hoja, sino en la percepción del observador. El arte radica en que el corte se sienta como una alteración puntual del vacío, no como una acumulación de movimientos. Dicho con otras palabras: su belleza está en la economía, en el instante donde la hoja atraviesa el aire sin ser vista hasta que el efecto es inapelable.
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El iaijutsu no se limita al dominio técnico: en su desarrollo histórico y moderno encuentra íntima sintonía con el Zen, el espíritu samurái y la idea de purificación interior, explicitando esta dimensión integradora de ética, entrenamiento mental y cultivo del carácter. Así también, su práctica se considera una forma de “movimiento meditativo”, o meditación no estática, sino dinámica, un zen en acción. La capacidad de concentrar el espíritu mientras el cuerpo yace en reposo, para luego manifestarlo en un instante letal, recuerda la paradoja del guerrero que hace de lo estático su preparación para lo dinámico.
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Quien lo estudia, no solo practica movimientos; cultiva presencia, armonía interna y comprensión del conflicto como fenómeno interior y exterior. En ese sentido, el arte real no es el impacto de la hoja, sino la transformación del practicante. Y esa transformación empieza mucho antes —antes del movimiento, incluso antes de que se perciba el gesto—, en el silencio que precede al corte.
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En el vídeo ilustramos algunas de las prácticas de iaijutsu en la tradición de ogawa ryū que con seguridad ayudarán a una comprensión más profunda de este texto…