Por Michel Coquet
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Traducción a cargo de Jordi Vila Vila
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En nuestra práctica marcial habitual, existen pocas ocasiones de abordar un tema tan eminentemente sensible como es el Mu Shin, el vacío mental, y que sin embargo es nuestra finalidad. En la estrategia del Aikido, este concepto ha sido mal interpretado porque en la época del maestro Ueshiba, la búsqueda de la vacuidad fue para muchos un pretexto para no hacer nada en bien de la sociedad y de la familia. El Zen se convirtió en un método de quietud mental, muy alejado de una actitud dinámica en busca del despertar interior (satori).
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Fue por ello por lo que el maestro Ueshiba dio mayor relevancia al Shintoísmo, que mantiene ideales éticos y religiosos que se reflejan en una actitud activa y de corazón en la vida de la sociedad. Quiso que sus alumnos desarrollasen las cualidades del alma (paciencia, respeto, caridad, coraje, equidad, etc.) antes de lanzarse a una búsqueda demasiado abrupta y con frecuencia nihilista. No obstante, el maestro Ueshiba manifestó también a lo largo de su vida esta vacuidad, tanto en la práctica del Budo como en poemas como éste:
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«Uníos al Cielo y a la Tierra.
Manteneos en el Centro.
Vuestro Corazón a la escucha del Eco de la Montaña.»
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Imagino que este tema no preocupa demasiado a la mayoría de los practicantes de artes marciales, que están más interesados en admirar a sus héroes chinos o japoneses del cine, dotados de omnisciencia y de omnipotencia. No obstante, deben saber que esta vacuidad no es un don y que ellos mismos pueden, si lo desean realmente, acceder a esta dimensión del Espíritu. ¡Aunque el esfuerzo será muchísimo más costoso que una entrada de cine! Lo cierto es que el combate contra nuestra pequeñez (nuestro ego temporal) es más espinoso que el aprendizaje para llegar a ser un simple experto en cualquier arte marcial. El tema es realmente complejo, aunque intentare simplificarlo.
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Existen tres grandes principios en el Universo:
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• Un principio abstracto y absoluto, que podemos identificar a un Designio desconocido, invisible pero presente, y oculto en toda manifestación.
• Un mundo de energías, de sonidos y luces, impulsadas a materializar este Designio.
• Diversos mundos físicos y toscos, expresiones de este Designio en el plano más bajo.
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El Budoshin se ocupa del primer principio, el Budo del segundo y el Bujutsu del último. En este artículo sólo nos interesaremos por el primero, la esencia de la vacuidad. Debemos tener en cuenta que el dominio de la consciencia no pertenece tan sólo a los religiosos, filósofos o psicólogos, sino que forma parte de la esencia misma de nuestro Ser, y es la vía para cada uno de nosotros, nuestra identidad fundamental.
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Penetraremos en un mundo único y saldremos de otro múltiple y complejo lleno de formas y energías. Haciendo una analogía, podríamos decir que el mundo de la forma está asociado a las olas y el de la consciencia al océano. En la vida diaria o durante la práctica del Budo, la energía tiene por objetivo mantener con vida el cuerpo físico. El interés del 90% de la humanidad está centrado sobre su existencia en el mundo de las formas y de la energía. Si hay energía hay lucha entre las constantes dualidades del mundo terrestre: guerra y paz, sufrimiento y alegría, muerte y vida, etc. Es la consecuencia de la triple naturaleza de toda materia, condicionada por tres aspectos: Yin (pasivo), Yang (activo) y Do (Tao en chino) (neutro). La lucha en el mundo es necesaria para desarrollar la inteligencia a través de la experiencia. Cuando la inteligencia se ha elevado por encima de la consciencia animal instintiva, se plantean entonces las grandes preguntas existenciales.
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Se pasa de un interés por el conocimiento mundano, al conocimiento de aquél que es la causa de los mundos: Dios, en inglés God (G= Generador, O= Organizador, D= Destructor).
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Naturaleza de la consciencia
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Para salir del laberinto de las dualidades, el hombre inteligente seguirá el Do central, el sendero de menor resistencia entre el Yin y el Yang, adquiriendo de esta forma la visión de la verdad llamada vacuidad. Este descubrimiento es particularmente elocuente en el corazón de la disciplina marcial, donde sus principios Yin y Yang están claramente definidos para ser mejor controlados. Pero esto no es más que un simple espejismo, porque hay tanto Yin en el Yang, como Yang en el Yin, y esta comprensión nos conducirá a la verdadera paz.
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Es evidente que no podemos hablar de vacuidad sin antes definir la naturaleza de la consciencia, que es su soporte. La consciencia no es otra cosa que la manifestación (o el hijo) de dos causas, la interacción de la Madre (la materia original) y del Padre (el espíritu original). Es de este principio divino Padre-Madre, personificado en el Shintoísmo por Izanami e Izanagi, que nace el Sistema Solar, el equivalente de una consciencia macrocósmica. Este principio es el mismo que rige la polaridad positiva y negativa de la electricidad, y que produce la luz. En el microcosmos humano, la unión del Espíritu y la forma engendra el alma o la consciencia. Esta trinidad la encontramos presente en las artes japonesas, como por ejemplo en el Ikebana, el arreglo floral, donde el tallo más largo representa el cielo (shin), el más corto la tierra (gyo) y en el centro tenemos al hombre (so), personificando la consciencia, el reflejo de la consciencia del observador en estado consciente. En el arte del sable, la mano izquierda que coge el extremo de la empuñadura está asociada a la tierra mientras que la punta del sable está asociada al cielo (el objetivo a alcanzar), y la mano derecha que se sitúa entre el final de la empuñadura y el principio de la hoja (el alma), está asociada a la consciencia, que es la que dirige.
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El maestro Ueshiba daba una enseñanza parecida cuando se refería a las tres figuras geométricas fundamentales. El punto, símbolo de la divinidad desconocida, el cuadrado símbolo de la materia sólida y en el centro el triángulo de fuego, simbolizando la triple consciencia, la del deseo, el intelecto y la intuición.
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El hombre terrestre es el resultado de una evolución lenta y progresiva desde el reino mineral, vegetal y animal, hasta llegar a su estado actual. Es el alma universal la que confiere a los minerales su dureza y belleza, a los vegetales su sensibilidad y perfume, a los animales su instinto, fidelidad y una cierta inteligencia, y es en el hombre donde esta alma se individualiza para convertirse en consciencia personalizada y más tarde en consciencia intuitiva o supraconsciencia (vacuidad). En el sendero de la disciplina marcial, el hombre se ve sometido a dos tendencias: Espíritu y materia. El hombre, la consciencia media, tiene un cierto libre albedrío entre las fuerzas de la izquierda, los cinco sentidos y la mente, y las fuerzas de la derecha, el séptimo sentido o sentido intuitivo. Los primeros nos atan al mundo y los segundos nos unen a nuestro Ser divino. De aquí proviene nuestro perpetuo estado de conflicto.
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¿Cómo alcanzar la vacuidad? Retomando la analogía del océano, imagina que eres una pequeña ola, efímera pero orgullosa de ser diferente de las demás, de ser una individualidad. Cuando la tormenta de los deseos y de las pasiones ha cesado, la ola pierde su poder, se calma y se funde en el océano. Un océano que había olvidado porque estaba demasiada concentrada en la vida que llevaba en la superficie. Llega un momento, tras haberse disciplinado, que la consciencia pierde interés por todo aquello que es externo y busca en su interior, empujando al hombre a practicar la meditación, que no es más que la capacidad de aislar la consciencia de la forma y la sustancia, para concentrarla sobre sí misma.
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Los sentidos son un gran obstáculo para llegar a dominar la mente, y para lograr este dominio no hay ni que apegarse ni renunciar a ellos. No debemos centrar nuestra atención en los sentidos, pero tampoco hay que olvidarlos, sino que debemos intentar mantenernos más allá de todo aquello que nos permiten experimentar. Debemos permanecer en el centro y desde esta posición inamovible percibir, al mismo tiempo, el Ser y el no-Ser, el Espíritu y el mundo, lo universal y lo temporal. Penetrar en la consciencia de lo real no consiste en estudiar o salmodiar el Prajna-Paramita, consiste en dar un vuelco completo a nuestra orientación, una total transformación espiritual. Sólo esta metamorfosis radical puede conducirnos a una nueva visión, parecida a la obtenida por el Buda y por todos los maestros del pasado y del presente.
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Filosofía trascendental
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La vacuidad consiste en discernir lo real a través del ojo del alma, para poder ver más allá de los espejismos del mundo y llegar a la esencia de nuestra naturaleza de Buda. Recordemos que el hombre es esencialmente Espíritu y que no debe buscar una perfección que en sí mismo ya posee. Él (la consciencia) debe despertar a esta perfección purificándose (misogi), de tal forma que esta perfección impregne la personalidad. El más materialista de los budokas puede negar la existencia de los dioses o de Dios, pero no podrá negarse jamás a sí mismo. ¡A menos que sea tonto! Y en este sentido el Budoshin es una filosofía trascendental formidable ya que, a pesar de ser un principio religioso, conceptual y limitativo, nos conduce a través de una experiencia pura y desnuda, a realizar la presencia de nuestro Ser. Si comprendemos esto, estamos preparados para plantearnos la pregunta más importante que podemos hacernos: «¿Quién soy yo?»
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El primer pensamiento que nos viene a la mente cuando nos levantamos por la mañana es «yo» y «mío». Después la consciencia, abrumada por este pequeño y limitado yo, se identifica a todo aquello que la rodea, empezando su discurso matutino: tengo hambre, tengo miedo, creo que, etc. El Yo (Ser) se mantiene siempre idéntico, pero se identifica erróneamente con el cuerpo material cuando piensa: «tengo hambre», con el cuerpo emocional cuando piensa: «tengo miedo» y con el cuerpo mental cuando dice: «yo creo…». Somos como un hombre que mira la televisión y se cree el héroe de la película, hasta tal punto que pierde la consciencia de su propia identidad y de su entorno. Y lo que es peor, se alegra o sufre en la pura ficción. La meditación es el medio de apagar el «televisor» y volver a nuestro verdadero «programa». Se piensa que este yo es «pequeño» porque sólo es consciente del limitado mundo de los seis sentidos, técnicamente está constituido del conjunto de tendencias (deseos, memoria, etc.) de la personalidad temporal sobreimpreso al verdadero Ser. ¡Y sin embargo es a través de este insignificante «yo» que un gran número de personas se desenvuelve en la vida! Este pequeño «yo», identificado muchas veces al ego, es la fuente del egoísmo y del egocentrismo. El ego siempre toma, pero jamás da nada a cambio, su objetivo es afirmarse a sí mismo, aunque sea en perjuicio de los demás. El ego se nutre del deseo como el Ser del Amor, pero cuando empieza a disolverse deja aparecer al Ser tan claramente como el plato derecho de una balanza se eleva cuando desciende el izquierdo.
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El Ser divino, llamado monada, la chispa divina en cada ser humano, se manifiesta por el sentimiento del «Yo» individual. Este «Yo» no es otro que la supraconsciencia que espera ser invocada y utilizada. De ahí la importancia de este «Yo», de nuestra identidad real, depurada de toda relación con el pequeño yo. El Ser es de una naturaleza tan sumamente pura y abstracta que los budistas lo han asociado al vacío (shunyata), vacío de todo atributo que no sea el Ser mismo.
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La meditación (Zen) en postura sentada (za) es una técnica demostrada para silenciar la mente con el objetivo de abarcar la incomprensible presencia del Ser, velado tras el «Yo». Según la enseñanza de los maestros Zen, el Ser es como la nariz en medio del rostro, invisible y sin embargo ¡tan presente! Es en el corazón que se revela a través de un estado de trascendencia que no puede ser objeto de una investigación intelectual. Debemos elegir nuestro camino ya que no podemos servir a dos maestros a la vez, a Dios y al ego. Y para alcanzar al más grande debemos de sacrificar al más pequeño. Esta elección conlleva un esfuerzo continuo, una disciplina rígida, un espíritu desapegado de los intereses mundanos, nervios de acero y coraje. Pero si perseveramos en el esfuerzo consistente en pasar de lo concreto a lo abstracto, de lo personal a lo impersonal y de lo temporal a lo eterno entonces, y aunque este no sea el objetivo en sí mismo, la recompensa será mil veces mayor que los pequeños placeres mundanos, con los que se deleitan la mayoría de la humanidad.
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Descubrir la realidad del Ser, es acceder a las riquezas del amor, de la plenitud, de la ecuanimidad, de la embriagadez del éxtasis y de las percepciones desconocidas del hombre. Al leer la biografía del maestro Ueshiba comprendemos de qué fuente se abastecía. Aunque sean necesarias más de una vida para alcanzar ese nivel, nuestra misión en el mundo es llegar a ese punto y cuanto antes lo hagamos mejor, porque lo que no hagamos ahora inevitablemente tendremos que hacerlo en el futuro.
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Propongo al lector, no una explicación intelectual, sino una experiencia real de la vacuidad, ¡aquí y ahora! Sin nada que deber, sin riesgo y sin otra cosa que una auténtica motivación. Esta debe ser la actitud de la consciencia a lo largo de la vida y durante la práctica como budokas.
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La historia de las tres jaulas
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Un maestro hindú me dijo una vez: «Encontrar lo real y permanecer sin aferrarse, consiste en mantenerse allí donde no está la mente.» Seguidamente me mostró a través de una alegoría el estado de la pura vacuidad. Dijo que el hombre experimenta constantemente tres estados mentales. Para comprender este fenómeno imaginemos a un pájaro prisionero en tres jaulas unidas las unas a las otras, siendo la primera jaula de hierro, la segunda de plata y la tercera de oro. La primera jaula representa el estado de vigilia, en el que habitualmente nos desenvolvemos. Es un mundo de causas y efectos, un mundo de acción donde el hombre experimenta acciones buenas y malas en función de sus actos. Es un mundo de superación en el que la liberación puede ser alcanzada. La segunda jaula representa el estado de sueño, un estado tan ilusorio como el primero, en el que seguimos pasivamente los efectos de las causas engendradas en la primera jaula. Y finalmente tenemos la jaula de oro, aquella del sueño sin sueños. Es un estado de total ignorancia en el que no existe ni causa ni efecto. En ese estado, el ego está como dormido, se parece al estado de vacuidad donde el ego se disuelve. Evidentemente ninguna de estas tres jaulas, de las cuales somos esclavos, es en sí misma capaz de concedernos la libertad, la beatitud de un vuelo hacia el cielo infinito.
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En nuestro ejemplo, la puerta de la libertad está simbolizada por la presencia de nuestro Espíritu en la forma de la consciencia del Ser como «Yo». El trabajo para realizar consiste en concentrarse sobre la sensación de ser, aquí y ahora, más allá de toda forma de sensación o percepción, que no sea nosotros mismos, lo que implica eliminar de la consciencia todo rastro de memoria o pensamiento basado en una experiencia anterior.
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Suprimimos al instante los remordimientos del pasado y las esperanzas del futuro, sólo sirve la sensación de nosotros mismos como «Yo». Cuando la mente empieza a divagar, es necesario volver a esta única percepción, nuestra presencia como «Yo soy Eso». El «Yo» es el grano y debemos evitar que crezcan las raíces, el tallo, las hojas, las flores y los frutos (los pensamientos). Por el contrario, debemos volver al grano original del «Yo», nuestra identidad real. En este estado de perfecta vacuidad, ya no estamos en estado de vigilia, de sueño o de sueño sin sueños, y podemos decir que nos hemos liberado de las tres jaulas.
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Zen y Budo
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Cuando somos capaces de mantener nuestra atención concentrada en el Ser, sin ninguna modificación de la mente, experimentamos lo que los maestros de armas llaman la acción sin acción. En este estado de consciencia, nuestros movimientos ya no son producto del ego sino del Ser. Son movimientos llenos de energía que se expresan a través del ritmo de la belleza. Es un resurgir espontáneo de situaciones no predeterminadas, integradas sin ruptura en la armonía del Todo. El hombre ya no está solo, sino que actúa conforme a la armonía de los ciclos del cielo y de la tierra.
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El Zen es una preciosa ayuda para desarrollar el Espíritu de la vacuidad a lo largo del entrenamiento (keiko). El Zen es por naturaleza indefinible, vacía de sentido, pero llena de realidad y es conveniente utilizarla con prudencia si deseamos asociarla a la práctica del Budo. Veamos algunos ejemplos de errores que no deberíamos cometer.
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Durante el año 1968, justo un año antes de marcharme al Japón, practiqué zazen con el monje Taisen Deshimaru. Las sesiones tenían lugar en el local del Sr. Lambert, un profesor de Yoga. Después de la sesión de zazen podíamos hacer preguntas. Por respeto, me guardaré las mías y tomaré sólo como ejemplo las expuestas en el libro titulado: El Oriente Interior de la Editorial Autrement. A lo largo de la entrevista se preguntó sobre la oportunidad de atacar durante un combate, a lo que el monje Deshimaru respondió: «La oportunidad por el acto. La ocasión del ataque. Captar el defecto. Por la intuición, y este es un punto muy importante, es necesario captar el momento en que el adversario inspira y presenta una abertura…»…
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