Por Pedro Pujante
Doctor en literatura y karateka
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“La forma del Universo es fundamentalmente el vacío”
Gichin Funakoshi
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En el Budismo Zen se trata de encontrar, mediante la meditación, una iluminación, la armonía y la unión con el Universo. En esta práctica profunda se le presta especial atención a la respiración y al vaciamiento de la mente.
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La mente, mientras se medita, ha de estar desprovista de pensamientos, ha de fluir sin aferrarse a nada en concreto. En el famoso Libro de los cinco anillos, de Miyamoto Musashi, el último de los tomos se corresponde con el “Manuscrito del Vacío”. Aquí explica su autor que “puliendo la mente y la atención, afilando el ojo que observa y el ojo que ve, uno llega al vacío real como el estado en el que no hay oscuridad y las nubes de la confusión han desaparecido”. El vacío se presenta como el objetivo final del guerrero. Concluye Musashi: “En el vacío hay bien, pero no hay mal. La sabiduría existe, la lógica existe, la mente está vacía”.
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En nuestra vida diaria nos anclamos a ideas y pensamientos perniciosos que no nos dejan avanzar o ser felices. En las artes marciales este tipo de pensamientos dificultan el progreso y la concentración en la práctica. El sensei Kensho Furuya, maestro de Aikido y sacerdote Zen, menciona en su libro Kodo. Enseñanzas del pasado “la mente permanente”. Explica que en el Zen a este tipo de pensamiento se denomina “fijación o causa de sufrimiento”.
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Kenei Mabuni, el hijo del fundador de la escuela Shito Ryu, por otra parte, afirma que el Karate es Zen en movimiento. Se refiere, según explica, a que se alcanza la esfera de la negación del yo a través del movimiento. Y, citando a su padre, recuerda que los Katas son sutras no escritos o sutras del cuerpo. En conclusión: al igual que para alcanzar una vida plena hay que encontrarse con el vacío, en las artes marciales, también se precisa vaciar nuestras mentes. De este modo permaneceremos alertas, atentos y preparados para el combate. El guerrero no piensa en el golpe que va a realizar ni sabe, de un modo consciente, qué ataque le va a sorprender. Opera desde la nada, desde el vacío. Sin pensar, con la mente en blanco, abierta y lista para ser “llenada” con la información que le llega en el momento preciso. Por eso, haciéndonos eco de las palabras de Mabuni, resulta necesario la práctica constante de los Katas. Porque así, no solo se memorizan técnicas; también se interiorizan de tal modo que nuestra mente es capaz de estar “vacía” mientras luchamos.
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Bruce Lee en El Tao del Jet Kune Do dedica algunas líneas a este asunto, desde una perspectiva filosófica. Explica que el vacío lo incluye todo, pues no tiene opuestos y que se alcanza el cenit de nuestro arte cuando éste carece de consciencia de sí mismo. En definitiva, apela a dejarnos llevar, a vaciar nuestra mente y nuestro cuerpo, a ser como el agua, fluidos, sin consistencia. De este modo, al estar vacíos (sin un estilo ni forma) el oponente no podrá conocerte.
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En el Karate, al igual que muchas otras artes marciales tradicionales (Aikido, Kungfu, etc.) encontramos, además de su faceta puramente marcial, otra que hace énfasis en lo espiritual. Como se sabe, su nombre original hacía referencia a lucha china o más literalmente “mano china”, por su clara influencia del Kungfu. El Karate se fraguó en Okinawa, tiene su base en los estilos de lucha autóctonos de las islas Ryūkyū y se moldeó con la influencia de las artes marciales provenientes de China. Pero cuando el Karate comenzó, allá por los albores del siglo XX, su expansión desde Okinawa al Japón insular, el primer peaje a pagar fue el de su nombre. Lo chino no estaba ya bien visto en un Japón imbuido por un fuerte nacionalismo, y en 1936, en una reunión entre los grandes exponentes del Karate okinawense, se propuso su cambio de nombre a Karate-do: “camino de la mano vacía”.
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El do o camino ya nos está indicando el cambio de signo, una visión más filosófica de lo que había sido un arte marcial estrictamente diseñado para la defensa personal. Pero lo que aquí nos ocupa es el nuevo término adoptado: kara, o vacío. La mano vacía no solo se refiere a su desnudez, a su fortaleza y ausencia de armas. También alude a un componente espiritual. El estudiante debe ser, según explica Funakoshi en la introducción de Karate-do Kyohan, como el tallo del bambú verde: “hueco (kara) por dentro, derecho y con nudos; es decir altruista, gentil y moderado”. Hay que vaciar también la mente (y el espíritu) para poder recibir los conocimientos. Debe mantenerse el espíritu vacío para ser llenado por la sabiduría del sensei. Y por supuesto, también hay que permanece en estado de vaciamiento para estar receptivo ante un ataque.
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Este estado de “defensa pasiva” es, como sabemos, la característica fundamental del Aikido. Recordemos que la esencia de este arte marcial se basaba en aprovechar la fuerza del adversario. Según su fundador, Ueshiba: “debemos atraer el adversario hacia el vacío creado por nuestro Tai sabaki y cuando la fuerza del adversario llegue a su punto máximo de ineficacia debido al desequilibrio del cuerpo, guiarle, proyectarle e inmovilizarle”.
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La idea de construir un vacío al que atraer al oponente no solo es un concepto marcial, también tiene resonancias espirituales. Funakoshi explica en su tratado Karate Do Kyohan que “la forma del universo fundamentalmente es el vacío (kara), de modo que el vacío es forma en sí mismo.
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Funakoshi, según explica Furuya en un artículo recogido en el libro arriba mencionado, no se refería, solamente a la mano vacía, sino también a la mano de la naturaleza ilimitada. El vacío se halla, según cuenta un maestro Zen, cuando no hay una fuente de intención. Es difícil aprehender este concepto, sobre todo en un mundo tan materialista como el nuestro. Vivimos en una sociedad en la que todo se mueve por una causa económica o por un interés personal. Así que vaciar de intención nuestra práctica parece contradictorio. El Karate, como todas las Artes, parece estar desprovisto de intención. ¿Para qué vale si existen las armas de fuego? Aunque sea un arte marcial enfocado en la defensa personal subyace en él un valor mucho más profundo. No importa el resultado final, solo el camino, recorrer una senda que nos ha de llevar (aunque probablemente nunca lo alcancemos) a un improbable destino: el vacío. Vaciar nuestro espíritu de ego. Nuestra mano es, en último término, la metáfora de nuestro poder. Con nuestra mano vacía somos capaces de defendernos de las adversidades, pero también nos sirve para tomar aquello que necesitamos del mundo que nos rodea. Hay que vaciar la mano (y la mente y el espíritu) para poder colmarlo de energía, de valores, de vida.
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Para acabar citaré una anécdota, también recogida en Kodo. Enseñanzas del pasado, que se le atribuye a Sen no Rikyu, el fundador de la ceremonia del té. Le ordenó a un carpintero que colgara un florero en la pared. Le dio una gran cantidad instrucciones, además muy precisas, hasta quedar contento con el resultado. El carpintero, molesto por tanta exigencia, decidió mover el florero de lugar para comprobar si Rikyu se percataba. Rikyu, efectivamente, se dio cuenta y le hizo moverlo hasta que quedó colocado en el lugar exacto en el que había estado al principio. El carpintero entonces comprendió la gran capacidad del maestro para guiarse en una pared blanca. A esto, explica Furuya, se le llama “centrarse en la nada”.
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Los karatekas, y los artistas marciales en general, deberíamos estudiar nuestro arte hasta alcanzar este nivel de sensibilidad, concluye Furuya. Y así, quizá, seremos capaces de ver “todo dentro del vacío”…
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