Enseñar a aprender

Por José Santos Nalda (obra publicada)
Cinturón Negro, 5º Dan, Aikido
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La enseñanza y el aprendizaje del Aikido, y de otras artes marciales, se sigue haciendo de forma tradicional, partiendo de una situación supuesta entre dos personas, de manera que una tiene la misión de proyectar un estímulo, y la otra de educar un reflejo ante dicho estímulo, y siempre el mismo.
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El profesor hace una demostración física de la técnica y el alumno intentará imitar y repetir exactamente lo que ha visto hacer al instructor. Mediante la repetición constante de estímulo-reflejo, se crea una memoria neuronal que permite realizar el movimiento sin necesidad de ser pensado.
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El profesor es el guía que tiene un amplio conocimiento sobre el Aikido, y es capaz de transmitir ese conocimiento y compartir lo que sabe, de modo que cuando prepara el guion de la clase, comienza por dar respuestas a esta pregunta: ¿Qué van a hacer los alumnos hoy?
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Conociendo su nivel, sus necesidades y sus expectativas podrá organizar la sesión de entrenamiento, de manera que sea satisfactoria y provechosa para todos.
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Cuando los alumnos tienen plena confianza en el profesor, se sienten seguros e inclinados a involucrarse con mayor intensidad e interés en las propuestas de la clase.
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La pasión que siente el profesor por las cosas que enseña es contagiosa además de motivadora, y los alumnos la perciben y tienden a compartirla. La tarea del guía, entre otros objetivos, es hacer ver a cada alumno dónde está ahora, y hacia donde debe ir, para llegar a su propia superación.
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El arte de enseñar necesita la ayuda del arte de comunicar, el profesor ha de saber transmitir de manera clara y entendible su enseñanza, no con largos discursos, sino buscando la brevedad y la sencillez en sus explicaciones, y siendo humilde para reconocer que no lo sabe todo ni tiene todas las respuestas.
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En ocasiones ante la pregunta de un alumno, sobre un tema que desconoce el profesor, su respuesta más acertada será “no lo sé”, y lejos de perder credibilidad, ganará la confianza de sus alumnos que ven en él una persona sincera.
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Cada profesor enseña a partir de su propia idiosincrasia, de los conocimientos adquiridos, y de las experiencias que ha vivido, por eso se dice que cada maestrito tiene su librito, un hecho perfectamente normal, con tal que no se crea que ya lo sabe todo, y que nadie puede enseñarle nada.
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En el acto de enseñar y aprender, dicen los especialistas en el tema, que la primera vez que el profesor explica algo, el alumno lo oye, la segunda vez reconoce lo que dice, y la tercera vez lo aprende y recuerda.
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Pero un proverbio chino difiere un poco de esta regla, afirmando que:
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Lo que se oye se olvida, lo que se ve se recuerda, lo que se hace se aprende
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El proceso de aprender siempre transcurre abriendo los ojos a lo desconocido, y exponiendo las dudas hasta comprender cómo, cuándo, y porqué hay que hacerlo así. El buen profesor invita a sus alumnos a que alimenten su espíritu crítico, y no acepten indiscriminadamente lo que se les propone, pues lamentablemente, la escasa formación de algunos guías crea más confusión que orientación.
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No se trata solo de ofrecerles información, y de que aprendan lo que el profesor quiere que aprendan, sino sobre todo de enseñar y ayudar a que perciban y piensen por su propia cuenta…


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