Homenaje al maestro Masahiko Tokuda

Por Michel Coquet (artículos publicados)
Traducción: Jordi Vila Vila
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El Kyudo, como gran tradición de la arquería nipona, está de luto. Uno de sus faros más ilustres se ha extinguido en nuestro mundo terrenal y ahora, él “Es”.
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Como el niño que pierde a sus padres, me enteré de su partida con gran emoción. Aunque sepamos que todo lo que nace debe morir y que el mundo es impermanente, el hecho es que cuando un ser querido se va, el vacío que deja puede ser doloroso por un tiempo. Si bien durante años nuestras únicas relaciones fueron algunas cartas y nuestra tradicional tarjeta de Año Nuevo, ambos sabíamos que el espacio y el tiempo no cuentan para quienes viven en la comunión del instante presente.
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¡No creo en la casualidad! Fue durante el Año Nuevo de 1969 cuando Jacques Normand y yo conocimos al maestro Tokuda, durante un entrenamiento de tiro con arco detrás del gran santuario sintoísta de Sengen.
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Estábamos en Shizuoka para aprender otras disciplinas, pero al ver el Kyudo, decidimos sin dudar integrarlo a nuestras prácticas.
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A quien primero conocimos fue al maestro Tokuda que, con su habitual benevolencia, nos explicó la naturaleza de este arte y sus objetivos, sin olvidar advertirnos de que una preparación básica era obligatoria antes de poder entrar en un dojo privado. Quedamos subyugados por esta disciplina regia en la que el único adversario es nuestro ego, el blanco nuestro propio corazón y cuya única recompensa es la realización de nuestra verdadera naturaleza.
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Más adelante, en el transcurso de nuestras conversaciones, le pregunté en qué se diferenciaba la arquería occidental del Kyudo nipón. Reflexionó brevemente y me respondió:
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El arquero occidental dispara su flecha, el kyudoka la deja partir. El blanco del primero está lejos de él, el del segundo está en él…”
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Este tipo de koan enseña con mayor profundidad que horas de conversación. Dicho esto, la compasión del maestro lo convertía en un padre y un amigo dispuesto a ayudar a cualquiera que se le acercase, poniéndose a su mismo nivel. Esa era una de sus muchas cualidades: ser uno con todos, brindando a cada cual el alimento que más útil le era.
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No tengo la pretensión de haberlo conocido a juzgar los pocos años de contacto cercano que tuve con él, menos en todo caso que Jacques Normand, que mantuvo una relación constante durante toda su vida. Sin embargo, un contacto de corazón a corazón, por breve que sea, permite conocer al ser esencial de una persona, y esa fue mi experiencia a su lado.
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No olvido que fue el primero en hablarme del Mikkyo, conociendo mi inagotable interés por las religiones, filosofías y el esoterismo en general, lo cual me valió las burlas de mis allegados, pero me hizo merecedor del respeto del sensei Tokuda, como era comúnmente llamado. Para quienes no le conocieron o le conocen poco, aquí va un resumen de lo que escribí sobre él en uno de mis libros:
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“El maestro Masahiko Tokuda nació el 18 de noviembre de 1928 y comenzó la práctica del Kyudo bajo la férrea disciplina de su padre Kanezo Tokuda, quien era a su vez depositario de la tradición Heki ryû de Kyudo.
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En 1957 entró a la escuela de Kyudo Hioki-ryû, rama Inzai, donde fue alumno de Urayama Rikizô sensei.
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Obtuvo su primer dan en agosto de 1962. Sus habilidades técnicas, conocimientos y cualidades espirituales fueron tenidas en cuenta y, ese mismo año, fue designado sucesor del gran maestro Matsui Masakichi del dojo de Shizuoka Sengen. En junio de 1966 obtuvo el 5º dan, y dos años más tarde se convirtió en el heredero técnico y espiritual de Urayama sensei. Obtuvo la distinción de renshi y fue galardonado con la medalla de honor de la federación nacional de Kyudo en 1970, que le llevó a enseñar este arte en varias escuelas secundarias de las regiones de Gifu y Shizuoka. En 1982 recibió su 6º dan, y al año siguiente ingresó en la Tokufûkai por recomendación de Saito Kôtarô sensei. La distinción de kyôshi le fue otorgada en mayo de 1985, época en la que se convirtió en viceadministrador de la Federación de Gifu, así como en miembro del Comité de Perfeccionamiento. En 1986 obtuvo el 7º dan y en el año 2000, por presentación del sensei Saito Kôtarô, se convirtió en miembro de la Seikyukai (rama Hontaryû de la asociación “Arco de Vida”). En 2010, recibió de manos del Soke Toshinaga Honda el Menkyô Kaïden de la escuela Honda.”
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Este perfil técnico de su éxito externo no representaba lo esencial para él que buscaba sobre todo inculcar en sus alumnos una dimensión más “trascendente”, y para él, esta trascendencia pasaba por el amor al prójimo.
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Es verdad que la primera cualidad que se desprendía de su persona era una infinita compasión. En más de una ocasión, expertos mucho más avanzados que él en rango me lo señalaron como un Bosatsu, ante el cual se inclinaban con respeto. En el budismo, un Bosatsu es un ser de compasión descendido a nuestro mundo para despertarnos, a costa de terribles sacrificios. Durante los cinco años que pasé a su lado, se mantuvo sereno, siempre alegre, sin ira y con perfecta ecuanimidad ante cualquier situación. Fui testigo de un suceso que se consideraría una verdadera tragedia y haría estremecer a muchos, pero él permaneció desapegado y perfectamente tranquilo. La experiencia de la edad me ha dado la capacidad de discernir entre un experto y un maestro. De los primeros hay muchos, pero los maestros son joyas excepcionales y para mí Masahiko Tokuda es una de ellas.
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Debemos seguir esa luz, hacerla nuestra y adquirir sus cualidades: amor e intuición, belleza y armonía, verdad y voluntad. Estoy seguro de que sus discípulos más cercanos harán lo necesario para lograrlo, empezando por mi amigo Jacques, ahora plenamente responsable del estilo y la ética de su escuela. Los discípulos de Kyudo en los países donde se practica, le rinden un emotivo homenaje al unísono. Estoy totalmente de acuerdo con él, con su mensaje: «Nunca olvides el comienzo» que, a su entender, significaba que debemos volver a ser lo que éramos originariamente: un alma pura. No olvidar nunca el comienzo significa también comprender cuál es la finalidad…


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