Por Marc Boillat de Corgemont
(obras publicadas)
Coach en Salud (Health Life Coach)
Coach deportivo
Psicoterapeuta
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Desde hace unas pocas décadas, el mundo occidental sufre una progresiva decadencia en salud. Los gastos de la salud pública se han disparado junto con el déficit, y el listado de las enfermedades se alarga abarcando a gente cada vez más joven.
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Todo esto debe hacer pensar en cuál podría ser la causa, especialmente frente a todo el bienestar y cuidado de que disponemos tras un periodo de paz históricamente novedoso. En cambio, la sociedad occidental está cada vez más débil y enferma.
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El problema de esta era y de las modernas generaciones no es la contaminación ni el descenso de los nacimientos, sino que es mucho menos estruendoso pero letal. Es la falta de movimiento.
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Numerosas investigaciones han probado un hecho incontrovertible: el ser humano está diseñado para moverse, para correr y ejercitar sus músculos en continuación. Sin movimiento, la salud mengua inevitablemente. El movimiento muscular es un imperativo genético.
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Debido a cambios climáticos, hace 7 millones de años nuestros antepasados dejaron la vida arbórea para bajar al suelo (trogloditas). Lentamente, empezaron una evolución imparable. Hace 4 millones de años el futuro humano (australopiteco) empezó su deambular bípedo y a alimentarse de proteínas. De entre los cambios evolutivos se dio un acortamiento de los brazos, el fortalecimiento de las nalgas y de las piernas, y la modificación de los dedos de los pies hasta llegar al homo erectus y luego al sapiens. Todo estaba programado para la carrera con el fin de alcanzar y capturar sus comidas diarias. El antropólogo Herman Pontzer y el biólogo evolutivo Daniel Lieberman estudiaron precisamente esta hipótesis.
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El antiguo humano no era un cazador. La antropología ha establecido que los primeros humanos eran carroñeros. De las carcasas dejadas por los predadores, el hombre sacaba las proteínas que favorecieron su fortalecimiento, por lo que tenía que llegar a ellas antes que otros animales oportunistas. Los homínidos estaban demasiado desprovistos de armas naturales como para competir con los depredadores. Solo más tarde, cuando fue capaz de fabricar armas, el hombre se tornó cazador. Sin embargo, ya sea como carroñeros o como cazadores, para sobrevivir necesitábamos correr y tener muchísima resistencia.
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A diferencia de nuestros primos primates, el dedo gordo del pie se convirtió en fijo porque es el dedo que da el impulso a la carrera. Las nalgas son cardinales en el mantenimiento de la parte inferior del tronco, para el equilibrio y la fuerza de las piernas. El debilitamiento y aplanamiento de las nalgas es uno de los signos de la vejez y de inestabilidad sobre las piernas, de ello la propensión de los ancianos a caídas y tropezones. La importancia de estos músculos está ampliamente descrita en mi libro La Chispa de la Salud (Ed. Alas). Otro cambio evolutivo fue el alargamiento del tendón de Aquiles: 10 cm en el hombre y tan sólo 1 en el chimpanzé. Este tendón absorbe los impactos de la carrera.
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En la comparación de los hechos entre nuestra programación genética y nuestra vida actual con atención al estado de salud contemporáneo, surgen unos cuantos interrogantes y alguna paradoja. Veámoslos.
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1. Estamos programados para el movimiento intenso y para correr.
2. El ser humano actual, según las investigaciones, pasa la mayoría de su tiempo tumbado y sin hacer ninguna actividad muscular de relieve.
3. Los animales hacen lo mismo una vez acabado el esfuerzo físico para procurarse la comida: descansan, no hacen nada o se dedican a actividades sociales.
4. Lo paradójico es que nosotros hemos eliminado al movimiento porque no tenemos que basarnos en ello para sobrevivir. Lo que deja solamente el ocio, la otra actividad complementaria y compensadora del esfuerzo.
5. Si el humano está proyectado para correr, ¿cómo corrían nuestros antepasados en comparación con cómo lo hacemos nosotros?
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El movimiento es un imperativo genético porque aseguraba, y asegura, la supervivencia (y ahora también la salud). Pero, la disponibilidad infinita de comida que obtuvimos a partir de los años 60 es el enemigo principal del movimiento y el ejercicio físico (dejando fuera la calidad nutricional ínfima y la toxicidad de los abundantes alimentos modernos). Al haber eliminado la necesidad vital para realizar movimiento muscular, ha desparecido también la voluntad de realizarlo. La naturaleza funciona por economía. Entonces, si el esfuerzo ha sido eliminado porque ya no sirve a un propósito, ¿qué repercusiones tiene esto sobre la salud humana? Pues, las tiene, y muy serias, porque la programación genética de 7 millones de años no se borra en 60 años, y las consecuencias, como las enfermedades metabólicas o idiopáticas, son evidentes.
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Con esto llegamos al punto 5. Actualmente estamos cada vez más concienciados acerca de que no hay elección si queremos estar sanos, sino hacer ejercicio físico. Sobre todo la franja joven-adulta (desde los 30 y principalmente en las profesiones sedentarias) está concienciada de ello y trata de realizar alguna que otra forma de ejercicio bajo forma de gimnasio, actividades aeróbicas, footing o jogging o alguna clase de deporte.
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Otros estudios han revelado que el médico que nos receta hacer movimiento desdichadamente no sabe qué es el ejercicio físico, y por ende no puede aconsejar acerca de qué y cómo hacerlo. Se limita a prescribir “actividad física”, ya que los estudios han averiguado que el deporte puede prevenir hasta 35 enfermedades, curar a 26 y reducir la mortalidad de hasta a un 29%. En el R.U. se ha estudiado que el estar sentado/tumbado demasiado sin actividad física, es causa de 50mil muertes al año.
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Sin embargo, a la hora de concretar la prescripción del médico, todo se queda muy casual y aleatorio, y no queda que intentar algo…
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