Texto extraído del libro “Héroes sin tiempo. Relatos de héroes, heroínas y sabios legendarios”
(Ed. Alas. Marc Boillat)
– Hemos visto a samuráis, guerreros, sabios, generales y emperadores. Pero a mí me ha intrigado siempre saber quiénes eran realmente los ninjas.
– ¿Los ninjas? Eran unos asesinos, forajidos, ¿acaso no lo sabías? –replicó Masha algo sorprendida por la ignorancia de su hermano–.
– No, Masha, te equivocas. No eran vulgares asesinos y tampoco delincuentes. Eran personajes muy importantes en el Japón feudal.
– ¿Qué eran entonces?
– Eran el equivalente de los “007” de antaño, eran agentes secretos. Veréis, el buen gobierno de una nación, la defensa de los peligros exteriores, la preservación de la paz y hasta entablar un conflicto con éxito, han dependido siempre de la “inteligencia”, de los servicios secretos. La relación entre un señor o un soberano y su entorno debe poder confiar en unos servidores de absoluta eficacia. Acabamos de ver a los cántabros, por ejemplo. Ellos juraban lealtad a su jefe, así como lo hicieron cuando sirvieron con la guardia pretoriana tras su sumisión. Los latinos los llamaban soldurii. Los soldurios se entregaban de por vida a su jefe, su lealtad era incuestionable. En la guerra contra los galos, se cuenta que 600 soldurios aquitanos perecieron defendiendo a su jefe contra el César.
– Lo mismo hacían los samuráis respecto de su señor, o los caballeros medievales en Europa –añadió Duncan–.
– Exacto. Pero pocos saben que los ninjas estaban en la misma situación con el señor que servían, pero en secreto.
– ¿Qué significa la palabra “ninja”?
– El ideograma japonés “nin” puede significar tanto “perseverante” como “oculto”. “Jia” significa “persona”. Por tanto, el significado literal del término es “persona perseverante” o “persona oculta”.
– Entonces, ¿qué los diferenciaba de los samuráis?
– Los samuráis eran servidores y guerreros. En un duelo, o incluso en el furor de la batalla, se identificaban cuando iban a enfrentarse a un enemigo. Por ello los relatos que los conciernen han podido llegar hasta nuestros días con bastante exactitud. El samurai no retrocedía, si desenvainaba su espada era para utilizarla, no huía, no se escondía, y cometería seppuku en el caso de perder su honor por traición, cobardía, etcétera. Esta era, grosso modo, la función de un samurai. En cambio la de un ninja era muy diferente; su deber, aparte de lealtad incondicionada a su señor, al igual que el samurai, era el de informar. Informar a su señor de los movimientos, planes e intenciones de los otros clanes. Su actividad era vital en lo que concernía la defensa de la provincia y a las tácticas de guerra. En definitiva, era un espía, un agente secreto. Por esta razón, un ninja muerto no podía servir a su amo. Si el samurai no hesitaba en quitarse la vida para limpiar su nombre, el ninja tenía el deber de permanecer con vida y oculto, a fin de poder seguir informando a su clan. El ninja, por lo tanto, era hábil en disfraces, ocultamiento, técnicas de envenenamiento, huidas sin dejar traza, y técnicas marciales de todo tipo. Por lo tanto, un ninja no dudaría en escabullirse ante el riesgo de ser descubierto o de recurrir al engaño para afianzar la ventaja de su amo. Los samuráis y los ninjas no compartían mucho entre sí, pero eran conscientes del inmenso valor de ambos en lo que se refería a su común cometido: la protección y el interés de su clan y su señor.
– ¿Así que los ninjas eran otra clase de servidores de daimyos y nobles?
– Se podría poner así, pero no se debe olvidar que, análogamente a los samuráis, obedecían a un estricto código ético, y que nacieron un poco como contracultura al tan glorificado samurai. Por ejemplo, los samuráis se regían por un código ético de naturaleza militar que aplicaban a toda su vida. En cambio, el ninja era una persona de mente flexible, ya que estaba llamado a sobrevivir aprovechando todos los recursos naturales y artificiales a su alcance. Mientras que los samuráis podían confiar en sus amplios recursos y fortaleza en combate, el ninja se basaba en el conocimiento del medio y de las personas que le rodeaban. Por lo tanto podía emplear cualquier elemento que estuviera a su alcance para conseguir su objetivo.
– Muy interesante. ¿Nos podrías presentar a un ninja legendario? –preguntó Duncan boquiabierto mientras su fantasía ya galopaba por el Japón feudal que ya había visitado desde el lado de los samuráis–.
Los ninjas seguían tres pilares básicos en su filosofía: Nin, Banpenfugyo y Jihi no kokoro.
Nin significa perseverancia e indica la capacidad de soportar las adversidades más difíciles sin perder el rumbo, tener el coraje de afrontar los problemas de la misma forma que se debe afrontar a un temible enemigo. Nin puede significar también autoconocimiento: el conocimiento de sí mismo, y de los propios límites, era vital para la eficacia del ninja.
Banpenfugyo significa que “aunque hayan mil cambios, no debemos sorprendernos”. El ninja no podía dejarse llevar por la sorpresa o el pánico, por lo que tenía que aprender a dominar sus nervios. Una vez más, su alerta constante dependía de su grado de flexibilidad.
En una ocasión Miyamoto Musashi dijo: “El término “renovar” se aplica cuando, combatiendo con el enemigo, surge un espíritu de enmarañamiento en el que no hay salida posible. Debemos abandonar nuestros esfuerzos, pensar en la situación con espíritu fresco y, entonces, vencer con un nuevo ritmo. “Renovar”, cuando nos hallamos en un punto muerto con el enemigo, significa que, sin cambiar las circunstancias, cambiamos nuestro espíritu y vencemos mediante una técnica diferente”. Esta enseñanza sobre la flexibilidad es crucial en todos los aspectos de la vida. Las personas caen presa de la confusión y se quedan bloqueadas, o abandonan el intento, o pierden el entusiasmo porque, ante una situación difícil deciden mantener fijo el punto de vista y variar el objetivo. En cambio, lo correcto sería cambiar de perspectiva manteniendo el objetivo. Cambiar el punto de observación les brindaría la posibilidad de ver otras alternativas y resolver el problema. Para hacer esto dos cosas son importantes: tener fe en uno mismo y ser perseverantes.
El tercer pilar de la filosofía ninja era Jihi no kokoro o sea el “corazón benevolente”. El auténtico ninja tenía que actuar siempre con justicia y benevolencia. Entre sus valores destacaba la férrea voluntad de defender a su familia y a los suyos, así como de ayudar a todos los que lo necesitasen.
Para llevar a cabo tan arduo adiestramiento como requerían estos fines y modos de actuar, los ninjas solían aislarse en las montañas. Este periodo de entrenamiento se consideraba esencial en la formación de un ninja. Contrariamente a lo que se podría pensar, este aislamiento no consistía en ascetismo, sino todo lo contrario. Los ninjas se ocultaban sin dejar de vivir entre la gente. El lugar oculto se refiere al sitio donde el ninja vivía y se entrenaba. En la vida, tanto antaño como hoy, en nuestras ciudades, las tretas de los seres humanos están siempre al acecho bajo forma de crímenes, fraudes, crueldad, malquerencia y peligros de toda clase. Sin embargo, la persona-ninja está siempre preparada para hacer frente a cualquier situación adversa gracias a su adiestramiento y elevación espiritual. Antiguamente, el adiestramiento servía los intereses de un señor, pero hoy en día se trata más bien de una cuestión de auto-realización en la cual las antiguas artes marciales, tales como el ninjutsu, pueden abastecer una valiosa ayuda.
– ¡No! ¡No es justo! Dejadle en paz –gritó el niño con tal fuerza en sus palabras y una fiereza en su mirada que hubiera podido aterrar a un adulto–.
Plantó firmemente sus pies en la seca tierra polvorienta y se preparó a enfrentarse a los cuatro chavales más mayores que él. Habían ridiculizado a un niño de unos cinco años que tenía una discapacidad y se habían divertido empujándole de un lado para otro. El pequeño lloraba impotente.
– Y tú ¿quién eres bichote? –inquirió el más mayor de los cuatro al tiempo que se daba la vuelta sorprendido–.
– No te interesa. Sólo os digo que le dejéis en paz, no lo volveré a repetir.
– ¿Y si no? –contestó desafiante el chaval que parecía ser el cabecilla del grupo–.
El niño, que tendría unos diez años, se acercó a los tres agresores y cuando estuvo a unos tres metros emitió un grito gutural que nacía de su vientre. Los tres se quedaron totalmente mudos y aparentemente sin fuerzas. Uno cayó de bruces al suelo. El niño los miraba fijamente, inmóvil. Sin quitarle los ojos atemorizados de encima, los tres bravucones, llenos de pánico, se recuperaron de la conmoción y echaron a correr. El niño se acercó al pequeño y le reconfortó, luego le acompañó hasta su casa y desapareció.
– ¡Formidable, lo que ha hecho el niño con ese kiai!
– Sí, el kiai es una forma muy antigua de entrenamiento y canalización de la energía, “chi” o “ki”, del hara, no es un simple chillido, como ya sabéis. Hoy en día, la tecnología aplicada a la teoría de la energía (chi), explica cómo funciona el kiai verdadero. La energía del emisor puede simpatizar con las células del blanco y desbaratar momentáneamente su cohesión. Esto produce un shock interno que puede paralizar y hasta dar muerte.
– ¿De veras? Creía que el kiai era un grito para descargar energía.
– Y lo es, pero no es un grito de garganta, sino una emisión energética desde lo que es el “campo del elixir”, el tan tien o hara, donde la energía se almacena. Su manifestación externa es una sutil pero penetrante vibración sonora que actuaría según el principio expansivo de una bomba. Desde luego, pasar de un grito a un verdadero kiai exige entrenamiento paciente y constante bajo la guía de un maestro.
– ¿Quién es ese niño tan valiente?
– Se llama Sasuske Sarutobi.
Hacía calor, ese día de verano del siglo X. Eran aproximadamente las dos de la tarde y no había casi nadie por la calle de tierra batida. Algunos perros callejeros buscaban comida. El pequeño Sasuke se alejó del poblado para encaminarse hacia un bosquecillo de bambúes.
La cuestión del kiai empleado como arma, es un asunto antiguo. En un combate famoso, Miyamoto Musashi, con su espada de madera, logró cortar netamente el brazo de su oponente, un maestro de la escuela Yoshioka, que empleaba una auténtica katana de afiladísimo acero. Separar del tronco un brazo a la altura del hombro, con una espada de madera, no es una cuestión de fuerza, pues resultaría físicamente imposible. Antes del golpe, Musashi había emitido un poderoso kiai.
En otro duelo, esta vez contra el célebre Sasaki Kojiro “Ganryu”, Musashi logró golpearle una sola vez en la cabeza dándole muerte súbita e indolora. Era imposible que un espadachín del calibre, habilidad, experiencia y fuerza de Kojiro pudiera caer en una trampa o pudiera quedar inhibido ante un ataque. Aun así, cuando Musashi replicó a su acometida, Kojiro se quedó momentáneamente inerme, permitiendo que la técnica de Musashi le alcanzara. También en esa ocasión, el golpe de Musashi fue precedido por un tremendo kiai, y se especula sobre el hecho de que Musashi hubiera llegado a dominar el arte del kiaijutsu… (clicar para ver más).
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