
Por Luis Nogueira Serrano
Presidente European Bugei Society
Fûryûkan Bugei Dôjô
www.bugei.eu
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Finalizamos el anterior artículo en las tierras más septentrionales de Japón, en Hokkaidô, a finales del siglo XIX, donde se sitúa a Kei Ogawa tras el bakumatsu (final del bakufu del periodo Edô). Este retorno parece una coincidencia del destino que retornaran a donde se sitúan los orígenes culturales de la tradición.
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De Saburo Ogawa, séptimo en la línea genealógica, se ha transmitido que poseía un carácter extremadamente estricto, moldeado por las penurias de su tiempo y las duras condiciones climáticas de la isla de Hokkaidô. Numerosas historias relatan la severidad de sus métodos de enseñanza, orientados a forjar el carácter de sus hijos con firmeza implacable. Se cuenta que los jóvenes debían realizar largas caminatas descalzos sobre la nieve, bajo la máxima de “soportar lo insoportable”, y que los entrenamientos se realizaban con armas reales, sin concesiones. Saburo no escatimó esfuerzos en inculcar a su descendencia que el verdadero valor de un hombre reside en su capacidad para afrontar y superar las dificultades, y que su única posesión real es el conocimiento y la habilidad, independientemente de la época o el lugar en que se encuentre. Estas enseñanzas permitieron que la Ogawa Ryû no se transmitiera simplemente como un compendio técnico, sino como una herramienta viva para el templado del carácter y el crecimiento interior. Precisamente son estos aspectos extra-técnicos los más profundos, los más valiosos y, al mismo tiempo, los más difíciles de asimilar en la actualidad.
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De los hijos de Saburo se conocen a Kazuo, Nobuaki y Hiroshi. Por otro lado, la hermana de Saburo Ogawa, Mei Ogawa fue madre de Kibashi Hirayama. Se sabe que los cuatro emigraron a Brasil en la década de los 30 del siglo XX desembarcando en el puerto de Santos, en el estado de São Paulo.
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La historia de Ogawa Ryû.
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La inmigración japonesa en Brasil comenzó el 18 de junio de 1908, con la llegada del Kasato Maru al puerto de Santos. A bordo venían 781 inmigrantes japoneses, en su mayoría campesinos, que fueron contratados para trabajar en las plantaciones de café del estado de São Paulo. Este primer contingente fue el resultado de un acuerdo entre Japón y Brasil para atender las necesidades mutuas: Japón buscaba aliviar su exceso de población rural, y Brasil necesitaba mano de obra tras la abolición de la esclavitud en 1888.
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Durante las tres décadas siguientes llegaron más de 100.000 japoneses. En un primer momento, muchos se emplearon como trabajadores en haciendas cafetaleras, pero pronto comenzaron a organizarse en comunidades agrícolas propias, dedicándose a cultivos como arroz, algodón, hortalizas y frutas. Algunos también se trasladaron a áreas urbanas y comenzaron pequeños negocios.
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En este período, los inmigrantes conservaron con fuerza su idioma, costumbres y educación japonesa, lo que generó cierta desconfianza en la sociedad brasileña. Aun así, su trabajo fue clave en la transformación agrícola de varias regiones del país, especialmente en São Paulo y Paraná. La comunidad nikkei (japoneses y descendientes) comenzó a consolidarse como un grupo importante dentro de la diversidad cultural brasileña, sentando las bases de lo que hoy es, de largo, la mayor comunidad japonesa fuera de Japón con aproximadamente 2 millones de descendientes.
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Los hermanos Ogawa se establecen en primer lugar en el estado de Paraná, dedicándose a la agricultura, como muchos otros inmigrantes japoneses de la época. Aunque su llegada se dio en un contexto de trabajo y adaptación, el conocimiento marcial de Hiroshi Ogawa se mantuvo vivo dentro de la comunidad, donde comenzó a enseñar kenjutsu de forma informal entre colonos y descendientes.
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Curiosamente, en fechas similares se sitúa la llegada a Brasil de Ogawa Ryûzô y su familia, un maestro de la escuela Kashima Shin Ryû y de jûdô que fundó el Budokan Honbu Dôjô de São Paulo, y fue el pionero del jûdô brasileño. Hasta donde sabemos, ambas familias no tienen relación, aunque se encuentran algunos paralelismos curiosos de analizar entre el arsenal marcial de las dos escuelas y las historias personales de cada familia.
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Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la posterior rendición de Japón en 1945, la comunidad japonesa en Brasil vivió un periodo tenso y peligroso. Surgió entonces la Shindo Renmei (lit. Liga del Camino de los Súbditos), una organización ultranacionalista compuesta por japoneses que se negaban a aceptar la derrota de su país natal. Esta agrupación calificaba de “traidores” a quienes creían en las noticias de la rendición japonesa y llevó a cabo una ola de asesinatos contra los llamados makegumi (derrotistas), provocando más de 20 muertes y más de 100 heridos en el estado de São Paulo. La historia de la Shindo Renmei, tapada durante décadas, fue objeto de investigación y publicación por parte del periodista Fernando Morais en su libro Corazones Sucios del año 2000, que fue llevado a la gran pantalla en 2011.
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En este clima hostil, Hiroshi Ogawa jugó un papel clave como protector. Ayudó a organizar métodos de autodefensa para los colonos perseguidos por la Shindo Renmei. Fue en este contexto que las enseñanzas del Bugei tuvieron una perspectiva cada vez más transversal, estructurada y definida. En 1952, ya consolidado, Ogawa aceptó a un grupo selecto de alumnos para estudiar la tradición de su familia.
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En 1954, un conflicto personal con su hermano Kazuo Ogawa provocó una ruptura definitiva entre ambos. Hiroshi se retiró con su familia a una hacienda cerca de Jacareí, estado de Sâo Paulo. Sin embargo, su reputación fue duramente atacada tras la visita de Kunishi Tomio, quien lo acusó de charlatanismo. La deshonra lo sumió en el aislamiento, agravado por la muerte de su hijo por neumonía y su esposa regresó a Japón con ayuda de la comunidad local, quedando solitario. Tras esto, Hiroshi nunca tuvo descendencia, solo dos hijos adoptivos. Los años siguientes sobrevivió trabajando como peón rural y mostrando sus habilidades marciales en reuniones sociales, donde asombraba a los locales con demostraciones de técnica y resistencia.
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En 1957, se trasladó a Belém do Pará y adoptó el nombre de Hiroshi Kawamura en homenaje a su abuelo materno. Posteriormente, en 1961, volvió a Jacareí, donde recibió nuevas amenazas de la Shindo Renmei. Nuevamente se desplazó, esta vez al estado de Paraná, adoptando otra identidad: Ken’nichi Usuda. Allí compró una parcela de tierra cerca de Curitiba y volvió a formar un pequeño grupo de practicantes, aunque fue denunciado falsamente por formación de cuadrilla.
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La persecución lo llevó a viajar a Japón, donde rompió definitivamente lazos familiares y, a su regreso inmediato, decidió buscar protección espiritual, estableciendo una nueva fase de su vida más introspectiva y simbólica.
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Durante los años siguientes, Hiroshi Ogawa usó más de diez identidades distintas para protegerse y seguir difundiendo su arte. En 1963 había reestablecido una comunidad marcial y espiritual con confianza y determinación conocida como la Ogawa Shizen Kai. Durante las siguientes décadas su prestigio fue en incremento, entre otras razones por:
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– 1º su conocimiento enciclopédico sobre el Bugei, ya que hoy día se mantienen un arsenal técnico sin comparación (y que tiene razón de ser dado que fueron formados con métodos tradicionales y no enfrentaron la Segunda Guerra Mundial),
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– 2º su realismo y pragmatismo marcial, ya sea en un contexto de combate o de autodefensa, ofreciendo una visión que primaba el resultado frente a las formas y la estética,
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– 3º por su capacidad de trasladar los conocimientos y adaptarlos a las necesidades de la época, siendo un genio en el desarrollo del combate en suelo,
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– 4º por último, porque desarrolló un nutrido grupo de alumnos que conformó una comunidad cooperativa más que un dôjô marcial.
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Por su parte, el hermano mayor Kazuo, también tras las continuas amenazas de la Shindo Renmei, se trasladó desde el estado de São Paulo hasta el arrabal de Campinas, satélite de Goiânia, capital del estado de Goiás. Su motivación para elegir este lugar era la posibilidad de comenzar de nuevo en una región con tierras fértiles, menos densamente poblada por japoneses, y abierta a recibir inmigrantes.
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Al principio, Kazuo trabajó con la venta de verduras en las ferias locales, acompañado por vecinos que lo ayudaban con las negociaciones debido a sus dificultades con el portugués. Aunque discreto, pronto fue ganándose el respeto de la comunidad: era un hombre de carácter firme, con un aura de autoridad silenciosa que imponía respeto entre quienes lo rodeaban.
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Reconocido como el más instruido de los hermanos Ogawa, comenzó a reunir a pequeños grupos interesados en la autodefensa, especialmente entre amigos practicantes de jûdô como Guntaro Kuramoto y Kishio Sanga. A pesar de su experiencia, Kazuo no enseñó kenjutsu a nadie más que a Sanga, siendo extremadamente reservado en cuanto a las técnicas más profundas del Bugei.
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A finales de la década de los 70, Kazuo Ogawa falleció en Goiânia, a causa de complicaciones médicas derivadas de vólvulo intestinal y una posterior neumonía, tras haber sido internado en la Santa Casa de Misericordia. Su muerte fue un evento que desencadenó una profunda crisis interna en la familia Ogawa. Durante el velorio, se produjeron conflictos intensos que rompieron de forma definitiva los lazos con la rama familiar radicada en Paraná, profundizando un sentimiento de odio que perduraba tras décadas.
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Muchos practicantes del Bugei, afectados por el ambiente de tensión y dolor, abandonaron el camino marcial y se volcaron a sus vidas cotidianas, sumiendo al Bugei en un período de retraimiento en Goiás.
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A pedido de Kishio Sanga, padre de Akira Sanga, llegó a Goiás el maestro Kibashi Hirayama, enviado para restaurar las enseñanzas del Bugei en la región. Su estadía fue financiada por Sanga, y entre 1978 y 1988, Hirayama formó a una nueva generación de practicantes, de los cuales 11 alcanzaron el grado de Sensei, incluyendo a:
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– Takeshi Hasegawa
– Hideo Okaza
– Akira Sanga
– Jordan Augusto
– Takeshi y Tami Sato, entre otros.
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Este fue un periodo de consolidación, en el que el Bugei pasó de una tradición familiar casi clandestina a un arte marcial con estructura y continuidad en Goiás. Algunos de estos estudiantes, como el caso de Hasegawa o el de Jordan Augusto, los llevó a contactar con la entonces pujante escuela de Ogawa Hiroshi, en el entorno de Londrina, estado de Paraná.
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Entonces, la Ogawa Shizen Kai estaba configurada como un centro comunitario, en el que los antiguos alumnos se organizaban en impartir sesiones de sus áreas de experticia. Las clases de historia eran impartidas por el historiador Masa, las de medicina por el Dr. P. Y. Hideyoshi o las de estrategia por el empresario R. K. Araki, entre muchos otros, todos ellos veteranos de las primeras generaciones de alumnos, así como invitados desde Japón como el caso de S. Motoshima. Además, la estructura proveía de un sistema de apoyo entre los miembros de la comunidad, de forma que los alumnos eran invitados a ser empleados en las áreas que destacaban del conglomerado económico de la organización. Estos factores, unidos al conocimiento enciclopédico de Ogawa Hiroshi hacían que su configuración se asemejara a una universidad más que a lo que se entiende hoy en día como dôjô en el que se acude de forma extracurricular.
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Los últimos años del siglo XX estuvieron marcados por un evidente deterioro físico —y también vital— de Ogawa Hiroshi, consecuencia de los innumerables trances duros que atravesó a lo largo de su existencia: el exilio, la persecución, la pérdida de seres queridos, la difamación y el aislamiento. Su cuerpo reflejaba el peso de una vida de resistencia, pero también de desgaste emocional profundo. Tras su fallecimiento en 2004, a pesar de haber formado a 64 shidôshi, pero sin heredero natural y sin acuerdos entre los miembros de la comunidad, todo lo que había construido se desmoronó lentamente, dando paso a una etapa de fragmentación, olvido y disputas en torno a su legado.
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Finalmente, la historia personal de Nobuaki, el hermano mediano, no ha trascendido ni ha llegado hasta nuestros días. Gran parte de todas estas informaciones fueron documentadas por Nakamine Eishi, en primer lugar, y en los 90 por Takeo Nagaki el cual ya publicó un artículo en la revista Kiai en 1994.
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Por su parte, Jordan Augusto, quien comenzó su estudio a temprana edad —primero con Kazuo, luego con Kibashi Hirayama y, más tarde, formándose como shidôshi bajo la instrucción de Hiroshi a comienzos de los años 90—, se convirtió en el primer occidental en alcanzar dicho grado. A partir de entonces, desarrolló su labor docente en la Kyûdôshin Bugei Kaikan, en los estados de Goiás y Bahía, institución que más adelante daría lugar a la Sociedade Brasileira de Bugei. En 2006 emigró a España, primero a la provincia de Barcelona, y en 2008 trasladándose a la ciudad de Valencia e iniciando la difusión internacional de la escuela.
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En lo que me respecta, como décima generación, comencé a estudiar con Jordan Augusto a su llegada a España, y formé parte del grupo que creamos en 2007 la European Bugei Society, con miembros de España, Portugal y Estonia. En 2008 me convertí en presidente de dicha sociedad para la promoción de la tradición y la cultura japonesa. En 2012 se inauguró en Valencia el Honbu dôjô de la tradición que dirigí e impartí formación hasta su clausura al inicio de 2016. Habiéndome formado previamente como shidôshi en 2014 tras años de riguroso e intenso estudio y entrenamiento y en 2015 nombrado kôkeisha, sucesor de la tradición. En 2016, divergiendo con la dirección de Jordan Augusto, fundé el Fûryûkan Bugei Dôjô, sede central de la European Bugei Society y desde el que se imparte formación regular, intensiva y tele-formación a todo el mundo en el programa de estudio a distancia, primando el aprendizaje riguroso de la tradición, así como el desarrollo integral del estudiante basado en los valores del carácter japonés…
