Por Tengu
Desde que las artes marciales se asientan como escuela, como centros de adiestramiento para el combate, la fundación de las mismas recae sobre dos pilares: recopilar y enseñar lo más efectivo de lo aprendido, y a su vez lo que me ha salvado la vida. Recopilar lo aprendido, no de uno, sino de todos los maestros que haya conocido. Antiguamente, un maestro fundaba una escuela, una corriente, un estilo, después de fusionar movimientos, técnicas y estrategias de varios maestros y corrientes que hubiera aprendido, compilando lo que le parecía mejor y desechando lo que le parecía peor. Estas amalgamas, surgían de la mezcla de no una, sino varias disciplinas, a veces de media docena. Los antiguos, que sabían algo sobre el combate y proteger la vida (preparándose para la muerte) tenían una mente muy abierta. La valía de un estilo o de su practicante, se medía (y debería seguir midiéndose) mediante 2 baremos incontestables: con quién aprendiste, y durante cuánto tiempo. Si el profesor tenía reputación, y mi entrenamiento con él fue regular y prolongado durante años, la mitad del crédito estaba cuando menos demostrado…
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